Blog de Víctor José López /Periodista

miércoles, 17 de febrero de 2021

TULIO HERNANDEZ LA GRAN ALDEA Tanto estatizar para morir en la orilla

Liberalismo en economía y autoritarismo en política, como en Nicaragua. Creo que vamos hacia allá. Con algo de respiro, que lo van a lograr con mucha eficiencia, el chavismo aliviará un poco la crisis económica; cierto empresariado tendrá una tregua para sobrevivir; varios grupos políticos irán a las elecciones de gobernadores y alcaldes, lo que fragmentará aún más a la oposición que seguirá sin estrategia unitaria; los presos políticos seguirán presos y los exiliados seguiremos en el exilio; mientras, el chavismo ganará unos cuantos años más de consolidación en el poder. Calculo entre cinco y siete años más. Ni del siglo XX ni del XXI. Ya está claro que el chavismo no logró construir una sociedad socialista. Ni nada que se le parezca. Ni socialista en el sentido comunista del bloque soviético o el modelo cubano: Eliminación de la propiedad privada, economía centralizada y estatización. Ni socialismo en el sentido socialdemócrata: Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario. Economía de mercado con welfare state, a la manera de ciertos países nórdicos. Toda la verborragia de Hugo Chávez en contra de los ricos y la riqueza ya es asunto del pasado. La carga de caballería pesada en contra del capitalismo, el dólar, los empresarios y de Fedecámaras, lo sabemos bien, son piezas de una retórica revolucionaria que nadie en el Gobierno -al menos no por estos días-, quiere recordar. Claro que seguirán hablando de socialismo del siglo XXI, pero también del uso del dólar como moneda permitida, de la apertura económica y la tregua con la inversión del capital extranjero. Y no solo el de Eurasia. También europeo o de USA. Quizás resulte que ahora la globalización ya no es tan mala. No totalmente. Y el empresariado criollo parece que tampoco. El Gobierno incluso dice que puede volver a sentarse con Fedecámaras, y Fedecámaras con el Gobierno. Como lo vienen haciendo desde el 2002 cada vez que la popularidad de los rojos cae. El deber de un empresario, en teoría, es salvar su empresa, y sus empleados, y los empresarios venezolanos que aún quedan en tierra firme son, obviamente, unos sobrevivientes. Pero en Venezuela el Estado ha sido tan poderoso que el discurso en contra de la iniciativa individual siempre ha tenido popularidad. Eso le facilitó las cosas al estatismo chavista. De la era cuando el bocazas verde oliva de Sabaneta ordenaba: “Me lo expropias”, y de la euforia por las empresas socialistas que iban a ser administradas como en la Yugoslavia de Tito por sus propios trabajadores, estamos regresando poco a poco, al “buenas tardes compatriotas empresarios, ustedes saben que nuestro gobierno siempre ha querido lo mejor para el país, y siempre contaremos con nuestra mano abierta para trabajar juntos como hermanos”. Porque, hay que aceptarlo, el chavismo no logró el mar de la felicidad. No pudo construir una economía justa sin “explotación del hombre por el hombre”. No hizo nacer empresas que iban a producir no para generar ganancias privadas sino para repartir bienestar. No apareció por ningún lado la red económica que trabajaría dándole a cada quien según sus necesidades y exigiéndoles solo según sus capacidades. Ahora ya nadie desde Miraflores grita como los radicales de los años ‘60: “¡Seamos realistas, exijamos lo imposible!”. Ahora la frase es “Seamos sinceros, agarrando, aunque sea fallo”. El capital, pero no el de Marx, sino el de Ford, Rockefeller, McDonald, y Amazon, ha vuelto a ganar la batalla. Y otro país más, cuyos líderes en el poder soñaban con la utopía realizable, sabe que no la logró. Y se debate entre aceptar que el estatismo no resuelve las necesidades de la población o tener que reconocer que la pobreza los sacará del poder. Entre la ideología igualitarista y el poder, toda cúpula autoritaria opta por el poder. Como decía Marx, pero Groucho: “Yo tengo mis valores, pero si hace falta también tengo otros”. Y ellos, la cúpula de militares golpistas con civiles ultraizquierdistas criollos tienen sus otros valores. Piensan como Marx, quieren vivir como Rockefeller, pero su manual ética es el mismo de Pablo Escobar. Así lo fue haciendo una cúpula comunista tras otra. Las que sobrevivieron el poder, digo. Porque la cúpula soviética un día, junto con todas las de la llamada Cortina de Hierro, no aguantó más y cayó. En cambio, los chinos a partir de Deng Xiaoping sobrevivieron creando un capitalismo salvaje. Ahora en Beijing hay tantos millonarios como en California. Y más Mercedes-Benz que en toda Alemania. Dijeron, sabia y cínicamente: “Comunista solo el partido, lo demás capitalista”. Venezuela también tiene su buena dosis de carros de lujo. Y de tiendas gourmet donde puedes conseguir sal de Nepal, caviar ruso y jamón de bellota siempre que tengas con que pagarlo al triple de lo que valen en sus lugares de origen. Jorge Rodríguez siente tanto amor por el escocés de 18 años como por el pueblo pobre que ve por Chapellín cuando baja en sus camionetas blindadas de su residencia en las faldas de El Ávila. Y Maduro paga feliz en Estambul cerca de 500 dólares para que el chef de moda le sirva un buen trozo de carne argentina. Los dos, Nicolás y Jorge, crecieron en El Valle, una parroquia clase media modesta del sur de Caracas. De ascenso social saben ambos tanto como Ícaro. O como la empresa de ascensores OTIS. De justicia social, en cambio, cada vez menos. El totalitarismo también se viste de seda. Al chavismo solo le fue quedando el mismo camino de Daniel Ortega en Nicaragua. Ya lo he contado. Para sobrevivir con el poder en sus solas manos, Ortega hizo tres ligas. Se cuadró, primero, con Arnoldo Alemán, un ultra derechista de unos 130 kilogramos de corrupción; luego, con lo más peso pesado del empresariado nica que aceptó no involucrarse en el tema político; y, tercero, con la jerarquía católica más conservadora. Y persiguió hasta el día de su muerte al sacerdote y poeta Ernesto Cardenal. Y así ha sobrevivido. Ganando elecciones amañadas, torturando disidentes, y asesinando manifestantes opositores. Pero, al respetar la economía de mercado, ha logrado que el empresariado apuntale al régimen y no se involucre en las luchas políticas internas. Un coctel extraño. Liberalismo en economía y autoritarismo en política. Ahora creo que vamos hacia allá. Con algo de respiro, que lo van a lograr con mucha eficiencia, el chavismo aliviará un poco la crisis económica; cierto empresariado tendrá una tregua para sobrevivir; varios grupos políticos irán a las elecciones de gobernadores y alcaldes, lo que fragmentará aún más a la oposición que seguirá sin estrategia unitaria; los presos políticos seguirán presos y los exiliados seguiremos en el exilio; los partidos más críticos -los que no acepten elecciones sino en condiciones democráticas- seguirán intervenidos judicialmente; y el chavismo ganará unos cuantos años más de consolidación en el poder. Como Daniel Ortega, entre cinco y siete años más. “Socialismo si te he visto no me acuerdo”, dirá Pedro Carreño, con su corbata Louis Vuitton que igual no le ayuda a ascender estéticamente. Porque la seda, que se sepa, nunca ha hecho milagros. Pero ni siquiera por eso entenderá, o entenderán, que siempre será mejor una economía libre que el chantaje estatista que tanto daño nos ha hecho históricamente como nación y como pueblo.

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