La famosa afirmación de Aristóteles de que somos “animales portadores de logos, de razón”, de lenguaje, es decir, “animales inteligentes”, hoy no es más cierta ni es lo que nos define principalmente. No somos “mamíferos inteligentes”, como podemos suponer, sino “animales emocionales” de acuerdo con los más recientes avances de la ingeniería lingüística, como lo expone la filóloga e investigadora Carmen Jiménez Huertas en una conferencia de octubre de 2020. Y agrega: “nuestras respuestas son viscerales”, controladas por el cerebro límbico, “y quien sabe mover las emociones, es quien tiene el control del poder”. La inmediata referencia de Jiménez Huertas es la “pirámide neurológica”, de Robert Dilts, uno de los impulsores de la Programación NeuroLingüística. Dibujada como iceberg o inmenso témpano de hielo del cual solo un 5% es visible, esta parte corresponde al consciente del ser humano, a su vez inspirado en Freud, descubridor del inconsciente, y en Jung, pionero de la relación consciente e inconsciente. Este último, aunque parezca increíble, domina el 95% de nuestra actividad cerebral y nuestras acciones. Por eso es interesante la perspectiva de análisis para explicar la situación actual de crisis en Venezuela desde los comportamientos más recurrentes de la gente, que resultan paradójicos, con una lógica dislocada o invertida, sobre la base de una ilusión construida entre “el garrote y la zanahoria”, que persiste en el apoyo al régimen madurista o en la resignación. Muchos siguen manteniendo no solo dependencia emocional y actitudes basadas en creencias erróneas de redención social, revolución y justicia social por parte del régimen de facto, sino una actitud persistente que considera que el “socialismo bolivariano del siglo XXI”, con su vocación hegemónica de dominación, es la mejor respuesta a sus penurias, aunque los hechos lo contradigan. Una mayoría en total indefensión sufre a diario los efectos de la ruina de la economía, del aparato productivo, de la convivialidad, del tejido social de un régimen populista autoritario que domina las instituciones y la dinámica del sistema político. Desde el 31 de marzo de 2017 se rompió lo que quedaba del hilo constitucional, como lo hemos referido antes. Venezuela dejó de ser un país en democracia; sin Estado de derecho, sin libertades civiles, sin derechos ciudadanos, ni justicia, ni pluralismo. Pasó de ser un régimen híbrido a uno francamente dictatorial o, para ser más precisos, tiránico, dado el carácter usurpador e ilegítimo del poder que ejerce el gobierno de Maduro desde las elecciones presidenciales extemporáneas, inconstitucionales y amañadas de mayo de 2018. No se explica sino por la manipulación de las emociones y creencias subconscientes de la gente que persista una base de apoyo aún significativa, sea por inercia, sea por disociación cognitiva, sea por indefensión aprendida, sea por técnicas subliminales, sea por el uso del lenguaje de la posverdad y la neolengua, a pesar de las calamidades provocadas desde el más alto gobierno. Anomia, mezquindad despiadada de parte del régimen usurpador, indiferencia ante la miseria y el dolor de tanta gente, presos comunes que mueren de inanición, presos políticos que fallecen prematuramente de paludismo y de tuberculosis, una escalada indetenible de represión y tortura a los perseguidos y presos políticos, en medio de una corrupción devastadora y una guerra de exterminio entre el hampa desbordada que domina sectores completos de Caracas con su poder criminal porque la vida no les dejó otra oportunidad y fuerzas armadas transgresoras, sin el respeto más elemental a los derechos humanos. Hay ejemplos cotidianos que comprueban este horror de arbitrariedades, discrecionalidad, prácticas perversas, como alcabalas de policías extorsionadores en Caracas y en el interior del país, prepotencia y abusos de poder de funcionarios que han degradado sus obligaciones como servidores públicos o agentes del Estado. Sin embargo, se acabó la guerra económica para representantes de algunos grupos empresariales de Fedecámaras. Consideran que hay que moverse y “negociar” con quien detenta el poder real; han decidido “jugar adelantado y en solitario”, en palabras de Julio Castillo, en lugar de construir la unidad en aras de valores superiores, sin darse cuenta de que es el régimen madurista, mediante su operador político conocedor de tácticas psiquiátricas, el que los utiliza y somete a su propia agenda para perpetuarse en el poder. Marta De La Vega es Investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora en UCAB y USB. Posted: 15 Feb 2021 05:27 AM PST Tanto estatizar para morir en la orilla TULIO HERNANDEZ LA GRAN ALDEA Liberalismo en economía y autoritarismo en política, como en Nicaragua. Creo que vamos hacia allá. Con algo de respiro, que lo van a lograr con mucha eficiencia, el chavismo aliviará un poco la crisis económica; cierto empresariado tendrá una tregua para sobrevivir; varios grupos políticos irán a las elecciones de gobernadores y alcaldes, lo que fragmentará aún más a la oposición que seguirá sin estrategia unitaria; los presos políticos seguirán presos y los exiliados seguiremos en el exilio; mientras, el chavismo ganará unos cuantos años más de consolidación en el poder. Calculo entre cinco y siete años más. Ni del siglo XX ni del XXI. Ya está claro que el chavismo no logró construir una sociedad socialista. Ni nada que se le parezca. Ni socialista en el sentido comunista del bloque soviético o el modelo cubano: Eliminación de la propiedad privada, economía centralizada y estatización. Ni socialismo en el sentido socialdemócrata: Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario. Economía de mercado con welfare state, a la manera de ciertos países nórdicos. Toda la verborragia de Hugo Chávez en contra de los ricos y la riqueza ya es asunto del pasado. La carga de caballería pesada en contra del capitalismo, el dólar, los empresarios y de Fedecámaras, lo sabemos bien, son piezas de una retórica revolucionaria que nadie en el Gobierno -al menos no por estos días-, quiere recordar. Claro que seguirán hablando de socialismo del siglo XXI, pero también del uso del dólar como moneda permitida, de la apertura económica y la tregua con la inversión del capital extranjero. Y no solo el de Eurasia. También europeo o de USA. Quizás resulte que ahora la globalización ya no es tan mala. No totalmente. Y el empresariado criollo parece que tampoco. El Gobierno incluso dice que puede volver a sentarse con Fedecámaras, y Fedecámaras con el Gobierno. Como lo vienen haciendo desde el 2002 cada vez que la popularidad de los rojos cae. El deber de un empresario, en teoría, es salvar su empresa, y sus empleados, y los empresarios venezolanos que aún quedan en tierra firme son, obviamente, unos sobrevivientes. Pero en Venezuela el Estado ha sido tan poderoso que el discurso en contra de la iniciativa individual siempre ha tenido popularidad. Eso le facilitó las cosas al estatismo chavista. De la era cuando el bocazas verde oliva de Sabaneta ordenaba: “Me lo expropias”, y de la euforia por las empresas socialistas que iban a ser administradas como en la Yugoslavia de Tito por sus propios trabajadores, estamos regresando poco a poco, al “buenas tardes compatriotas empresarios, ustedes saben que nuestro gobierno siempre ha querido lo mejor para el país, y siempre contaremos con nuestra mano abierta para trabajar juntos como hermanos”. Porque, hay que aceptarlo, el chavismo no logró el mar de la felicidad. No pudo construir una economía justa sin “explotación del hombre por el hombre”. No hizo nacer empresas que iban a producir no para generar ganancias privadas sino para repartir bienestar. No apareció por ningún lado la red económica que trabajaría dándole a cada quien según sus necesidades y exigiéndoles solo según sus capacidades. Ahora ya nadie desde Miraflores grita como los radicales de los años ‘60: “¡Seamos realistas, exijamos lo imposible!”. Ahora la frase es “Seamos sinceros, agarrando, aunque sea fallo”. El capital, pero no el de Marx, sino el de Ford, Rockefeller, McDonald, y Amazon, ha vuelto a ganar la batalla. Y otro país más, cuyos líderes en el poder soñaban con la utopía realizable, sabe que no la logró. Y se debate entre aceptar que el estatismo no resuelve las necesidades de la población o tener que reconocer que la pobreza los sacará del poder. Entre la ideología igualitarista y el poder, toda cúpula autoritaria opta por el poder. Como decía Marx, pero Groucho: “Yo tengo mis valores, pero si hace falta también tengo otros”. Y ellos, la cúpula de militares golpistas con civiles ultraizquierdistas criollos tienen sus otros valores. Piensan como Marx, quieren vivir como Rockefeller, pero su manual ética es el mismo de Pablo Escobar. Así lo fue haciendo una cúpula comunista tras otra. Las que sobrevivieron el poder, digo. Porque la cúpula soviética un día, junto con todas las de la llamada Cortina de Hierro, no aguantó más y cayó. En cambio, los chinos a partir de Deng Xiaoping sobrevivieron creando un capitalismo salvaje. Ahora en Beijing hay tantos millonarios como en California. Y más Mercedes-Benz que en toda Alemania. Dijeron, sabia y cínicamente: “Comunista solo el partido, lo demás capitalista”. Venezuela también tiene su buena dosis de carros de lujo. Y de tiendas gourmet donde puedes conseguir sal de Nepal, caviar ruso y jamón de bellota siempre que tengas con que pagarlo al triple de lo que valen en sus lugares de origen. Jorge Rodríguez siente tanto amor por el escocés de 18 años como por el pueblo pobre que ve por Chapellín cuando baja en sus camionetas blindadas de su residencia en las faldas de El Ávila. Y Maduro paga feliz en Estambul cerca de 500 dólares para que el chef de moda le sirva un buen trozo de carne argentina. Los dos, Nicolás y Jorge, crecieron en El Valle, una parroquia clase media modesta del sur de Caracas. De ascenso social saben ambos tanto como Ícaro. O como la empresa de ascensores OTIS. De justicia social, en cambio, cada vez menos. El totalitarismo también se viste de seda. Al chavismo solo le fue quedando el mismo camino de Daniel Ortega en Nicaragua. Ya lo he contado. Para sobrevivir con el poder en sus solas manos, Ortega hizo tres ligas. Se cuadró, primero, con Arnoldo Alemán, un ultra derechista de unos 130 kilogramos de corrupción; luego, con lo más peso pesado del empresariado nica que aceptó no involucrarse en el tema político; y, tercero, con la jerarquía católica más conservadora. Y persiguió hasta el día de su muerte al sacerdote y poeta Ernesto Cardenal. Y así ha sobrevivido. Ganando elecciones amañadas, torturando disidentes, y asesinando manifestantes opositores. Pero, al respetar la economía de mercado, ha logrado que el empresariado apuntale al régimen y no se involucre en las luchas políticas internas. Un coctel extraño. Liberalismo en economía y autoritarismo en política. Ahora creo que vamos hacia allá. Con algo de respiro, que lo van a lograr con mucha eficiencia, el chavismo aliviará un poco la crisis económica; cierto empresariado tendrá una tregua para sobrevivir; varios grupos políticos irán a las elecciones de gobernadores y alcaldes, lo que fragmentará aún más a la oposición que seguirá sin estrategia unitaria; los presos políticos seguirán presos y los exiliados seguiremos en el exilio; los partidos más críticos -los que no acepten elecciones sino en condiciones democráticas- seguirán intervenidos judicialmente; y el chavismo ganará unos cuantos años más de consolidación en el poder. Como Daniel Ortega, entre cinco y siete años más. “Socialismo si te he visto no me acuerdo”, dirá Pedro Carreño, con su corbata Louis Vuitton que igual no le ayuda a ascender estéticamente. Porque la seda, que se sepa, nunca ha hecho milagros. Pero ni siquiera por eso entenderá, o entenderán, que siempre será mejor una economía libre que el chantaje estatista que tanto daño nos ha hecho históricamente como nación y como pueblo.
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