Uno de los valores superiores del hombre es su dignidad, que es orgullo, nobleza, gallardía, carácter, talante, integridad. ¿Pero qué alimenta tal virtud que a su vez es un sentimiento? ¿Qué elementos componen la validación de la consciencia de lo bueno y conveniente sobre lo malo, capaz de soportar cualquier tempestad e impulsar cualquier amanecer? Las experiencias espléndidas del ser humano nos convierten en una acumulación de vivencias que nos permiten “ahorrar” bondades y atesorar dignidad. Dignidad que se nutre de un universo maravilloso, de un cosmos ingrávido que hace la diferencia entre estar o caer: ¡tradición!
El Violinista en el tejado
Este musical estrenado en Broadway en 1964-basado en el libro del escritor ruso Sholem Aleijem, con arreglos musicales de Jerry Bock, Sheldon Harnick y producción de Joseph Stein-se abre paso en la variopinta NY, entre la multiculturalidad representada en blancos, negros, latinos, asiáticos, feministas, homosexuales, liberales, conservadores, musulmanes o judíos, urbe propia para asimilar las temperancias” de la ¡tradición!.
La cultura popular-en pleno auge de identidades y tendencias-da entrada a la modernidad de la postguerra, donde cada quien tiene su propia interpretación de la vida. Pero en ese andar, en esa búsqueda de la verdad, siempre subyace la necesidad del ser humano de mantener inalterable un valor que lo dignifique, que lo motive, que lo distinga.
¿Cómo y dónde encontrar ese milagro afectivo y humano, esa bisagra histórica que represente una identidad indiscutible? ¿Cómo adoptar el uso, modo o compañía correcta? ¿Qué o quién es ese acompañante? ¡Tradición!
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