Blog de Víctor José López /Periodista

martes, 3 de diciembre de 2019

POLITICA PARA PERFECCIONISTAS Por Luis Rivas.

19/07/2019

Dirigido y dedicado a las eminencias analíticas de la gestión de la oposición que preside el ciudadano Juan Guaidó





Si los británicos de los años 1939-1940 se hubiesen centrado en los múltiples defectos de W. Churchill, jamás lo habrían  apoyado como lo hicieron al momento de encarar la segunda guerra mundial, la más decisiva y mortífera en su historia. De haber obrado así, se habrían privado tal vez del que quizás fue el mejor líder del que podían disponer como nación para afrontar la prueba suprema de su historia. Churchill era un bebedor reconocido, malhumorado y arrogante, como sólo un conservador de pedigree y orgulloso linaje podía serlo. En su carrera política acumulaba no pocos errores y alguno que otro resonante fracaso. Sin embargo, los británicos le pasaron por alto esos errores y fracasos, y lo elevaron al poder. Comprendieron que lo que necesitaban era un líder que los condujera a la victoria en la guerra; no pensaron en un gerente para administrar un país ni en un virtuoso de la política. Necesitaban un guerrero para una época de conflictos y en él lo consiguieron. Sin embargo, no bien terminada la guerra, asegurada ya la victoria, lo despidieron del cargo en las elecciones de 1946. En ese momento, conjurado ya el peligro, (aún cuando en Japón todavía se combatia), pudieron los británicos darse el "lujo democrático" de sopesar los defectos por encima de las virtudes (democráticamente contrastadas frente a otros candidatos), y lo echaron del poder. No votaron por él. No le permitieron sentarse a la mesa de los vencedores, junto a Stalin y Truman (Roosevelt había muerto hacía poco), y concluir los tratados de paz como victorioso representante del Imperio Británico.


Otro dechado de imperfecciones, que logró lo que "mejores" y más dotados presidentes, antes y después de él, no pudieron lograr, fue el actor de Hollywood, Ronald Reagan. No fue un estratega militar ni estudioso de la historia como Eisenhower, tampoco experto en política exterior ni un rudo contendor politico como Nixon o un gran constitucionalista como Barak Obama. Sin embargo, tuvo la intuición y la audacia para percibir la fundamental debilidad del sistema soviético, así como también para comprender el espíritu colectivo del pueblo norteamericano, su estado anímico; un pueblo que apenas una década antes había sufrido el trauma de la salida de Vietnam, que observaba impotente el avance comunista en Angola, Etiopía, Centroamérica y Afganistán; un pueblo dividido, confundido y desilusionado que se había refugiado de nuevo en el viejo aislacionismo. No era tarea sencilla sacarlo de ese marasmo y lanzarlo de nuevo a la lucha contra el avance del comunismo. Visto en retrospectiva, aquella tarea pareció una temeridad; y sin embargo, este líder imperfecto y limitado logró nada más y nada menos que movilizar la gran nación americana y despertar el entusiasmo de las fuerzas democráticas del mundo, hasta lograr lo que parecía impensable: el derrumbe definitivo del comunismo.
Por qué digo todo esto? Pues, para mostrar que toda crítica a Guaidó y al liderazgo de la oposición hay que colocarla en alguna perspectiva histórica si no queremos generar un torbellino de confusiones y llevar torrentes de agua al molino de nuestros enemigos. Cuando una sociedad está inmersa en un conflicto a muerte por su existencia, como lo está la nuestra, resulta un grave error buscar la perfección política, así como pretender ejercer un control democrático de la estrategia y las acciones del liderazgo. No estamos en democracia, estamos en una guerra!!! Hoy más que nunca debemos ser responsables y comedidos en el ejercicio de la crítica, y si fuese indispensable ejercerla, entonces tener presente la más amplia perspectiva de la naturaleza de nuestro conflicto. Sólo dos condiciones son indispensables al liderazgo: el sentido de la dirección de la lucha, y la integridad y fuerza de las propias convicciones. Esto para nosotros debe ser suficiente, y ambas condiciones Guaidó las tiene de sobra. Los errores son consustanciales a los hombres de acción, y por ello son juzgados, pero nosotros que, a diferencia de Guaidó no seremos juzgados ni condenados por nuestras equivocaciones, debemos ser prudentes para no confundir al pueblo ni atormentar a Moises, en medio de la travesía del desierto.



La política no es la perfección ni está hecha solamente de virtud. Quién no pueda convivir con la imperfección no debe acercarse a la política. Se trata del permanente dilema entre la ética de la convicción frente a la ética del resultado, como bien lo estableció Más Weber hace 100 años.
Luis Rivas. 19/07/2019


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