Blog de Víctor José López /Periodista

miércoles, 8 de febrero de 2017

Pedro Pablo Fernández Utopía socialista

Cuando uno observa la ostentación y el despilfarro de unos pocos en medio de la pobreza extrema en la que vive la mayoría, es natural que sea seductora la idea de quitarles a los ricos para darles a los pobres



La consigna socialista ha sido atractiva siempre a pesar de su evidente fracaso histórico. Es imposible no sentirse atraído frente a la propuesta de una sociedad igualitaria, donde todos los seres humanos tengan sus necesidades básicas satisfechas.

Cuando uno observa la ostentación y el despilfarro de unos pocos en medio de la pobreza extrema en la que vive la mayoría, es natural que sea seductora la idea de quitarles a los ricos para darles a los pobres.

El problema es que el socialismo es una utopía. No hay manera de construir una sociedad igualitaria. Lo que sí se puede construir es una sociedad justa.

Las economías donde impera el capitalismo salvaje, como lo calificó el papa Juan Pablo II, generan riqueza, pero acompañada de una enorme desigualdad; y las sociedades donde impera lo que Stalin llamó el socialismo real generan miseria para todos.

Pero hay muchos países que han alcanzado crecimiento económico acompañado de una justa distribución de la riqueza. Es el caso de la mayoría de los países de Europa y el caso de Chile en nuestro continente. En esos países ha imperado el modelo de la economía social de mercado, en el que coexisten un sector privado que invierte, genera empleo y produce bienes y servicios abundantes y un Estado fuerte que desarrolla una política social inteligente afincada en el desarrollo del capital humano.

Un Estado que invierte en educación y en capacitar a la gente para el trabajo y una economía que genera buenos empleos, bien remunerados para todos.

El socialismo también busca crear una sociedad solidaria, lo que el “Che” Guevara llamó el “Nuevo Hombre”, solidario, comprometido con el prójimo. En búsqueda de ese objetivo, el socialismo genera exactamente lo contrario.

Si unos padres consentidores complacen siempre a su hijo, le regalan todo lo que pide, a los 18 años le dan un carro, le pagan sus estudios y le compran un apartamento, lo convierten en un ser egocéntrico, individualista, que cree merecerlo todo. Lo hacen egoísta. Eso es lo que hace el Estado paternalista: ciudadanos egoístas.

Si, por el contrario, le enseñan el valor del dinero, a apreciar lo que tiene, a compartir, si lo enseñan a ganarse las cosas por sí mismo, ese niño terminará siendo un adulto responsable, consciente y solidario.

Pedro Pablo Fernández

@PedroPabloFR

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