TRISTEZA Y
DESPRECIO
Siento
mucha tristeza por este país que tantas oportunidades le dio a mi generación
para desarrollarse plenamente. No ha sido la única. En nuestra historia encontramos ejemplos
similares, aunque casi siempre prematuramente frustradas. Simultáneamente me
asalta una sensación creciente de desprecio por estos tiempos, por el régimen
que conduce a la nación y por el baboso rostro de la mediocridad de sus jefes y
de unos cuantos personajes ubicados, supuestamente, en el bando democrático.
Es
una redundancia inútil continuar describiendo la situación actual. Los lectores
la conocen. La sufren mucho más que cualquiera de los escribidores. Los males
de Venezuela están sobre diagnosticados y la gente, el ciudadano común,
solamente espera las líneas concretas de acción para ponerle punto final a lo
existente e iniciar el duro camino de la reconstrucción nacional.
Sin
embargo, mientras se mantenga la confusión entre elecciones y democracia todo
será más difícil. Los procesos electorales son instrumento importante de la
democracia, pero no el único. Ni siquiera el más importante. Pierden sentido
cuando se vive en una dictadura tiránica orientada bajo las normas de un
socialismo comunistoide a la cubana que la mayoría rechaza. Pero los regímenes
tiránicos han sido y serán siempre así. Esto no se podrá cambiar con simples
palabras. Hay que pasar a la acción que trascienda los simples discursos dentro
o fuera del parlamento.
Para
liquidar este régimen no son necesarios
muchos hombres. Tampoco excesos de valor ni desplantes innecesarios. La acción
tiene que estar encabezada por un puñado de personas justas, de esas que por el
sólo hecho de estar le pueden dar trascendencia y seriedad a la acción. Hasta
ahora tenemos varios temas pendientes con relación al ejercicio de la política
práctica, al funcionamiento de los partidos nuevos y viejos y a los fines
mismos de la democracia. Asuntos como la relación entre estado, mercado e
iniciativa individual y privada en la economía, el valor de una Constitución y
el Derecho como instrumento para regular las relaciones de las personas entre
sí y el desenvolvimiento de ellas en la sociedad, están pendientes de análisis
y decisiones de compromiso universal.
La
unidad es indispensable, pero sobre la base de principios y valores
compartidos. Como diría mi buen amigo Luis Betancourt, no puede confundirse con
complicidad. Pretender que en nombre de la unidad opositora se toleren
conductas reprochables y errores graves de conducción, sería hacernos cómplices
de “un viaje hacia ninguna parte”.
Es
la hora de renunciar a los frutos personales. Pensar demasiado en el YO
debilita el coraje en el cumplimiento del deber. La renuncia a ese YO es más
difícil que renunciar a las riquezas o al placer, pero es condición primaria
para todos. Abajo todas las caretas en este carnaval.
Lunes,
27 de febrero de 2017
@osalpaz
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