3 de marzo 2016 -
Fracasó estrepitosamente la apuesta
“revolucionaria” de llevar a Venezuela a su felicidad con una economía sin
empresa privada productiva, gracias a la infinita renta petrolera, en manos de
un gobierno repartidor. No solo se pudrió Abastos Bicentenario; está podrido
todo y el gobierno va a la deriva sin brújula. Ante la rotunda y definitiva
derrota del modelo, lo único sensato es reconocer la realidad y abrirse a la
transición: desde la actual catástrofe hacia una nueva base sólida para
reconstruir. Lo malo es que los mesianismos llevan a perder todo realismo y
cordura y apuestan por milagros de última hora.
Luego del decisivo avance soviético y de
los exitosos desembarcos aliados en Sicilia y Normandía, Alemania estaba
agotada y el nazismo en agonía terminal. En 1944 Hitler estaba derrotado y así
lo entendieron muchos de sus generales y ministros y buscaron alguna forma de
negociación y rendición con una transición menos costosa, y un final menos
terrible para los pueblos, salvando lo salvable. Hitler los tachó de cobardes y
traidores, y siguió delirando con secretas bombas prodigiosas de última hora y
divisiones militares salvadoras, que no existían, e intentó la absurda defensa
de Berlín con niños de 15 años. Cuando la toma por las tropas rusas era
inevitable e inminente, el dilema de Hitler era triunfo o muerte. Como el
triunfo era imposible, la muerte era segura, para él y para millones más.
En Venezuela hoy muchos generales,
ministros y ex ministros ven que este modelo “revolucionario” ha fracasado y
que es suicida aferrarse a él. Frente a esta actitud temeraria, a nosotros nos
queda la transición organizada para disminuir la destrucción y poner las bases
nacionales para la reconstrucción. Pero en el gobierno hay hitleritos –salvando
las distancias– que prefieren la ruina total del país, antes de reconocer su
fracaso y abrirse a las reformas necesarias para que tengamos comida, medicinas
y seguridad con una democracia plural y sin presos políticos, abierta a sí
misma y al mundo. Esa obstinación lleva al cogollo a anunciar fórmulas
salvadoras sin salirse de la revolución. Toman decisiones que dan más bolívares
al gobierno, pero agravan la escasez y la inflación y no cambian las dos
condiciones indispensables y conectadas: 1) estimular de verdad la confianza,
la productividad y la producción nacional y 2) promover el ingreso al país de
dólares por préstamos y renegociación de la deuda, y crear condiciones
atractivas y estimulantes para la inversión y producción, solo se podrán dar
desde la aceptación del fracaso del modelo y el impulso decidido a una alianza
de las políticas de Estado con el renacer de las empresas privadas y la
movilización de una sociedad plural, impulsando la transición desde la ruina
actual hacia el terreno firme para reconstruir entre todos.
Serían funestos una megaexplosión social, o
un golpe militar (ya estamos en gobierno militar).Necesitamos una transición
promovida desde la oposición y desde el gobierno para hacer realidad el cambio
con el menor costo y condiciones para unirnos en la reconstrucción eficaz.
Sería insensato pensar que la reedificación se puede dar con solo medio país, o
aferrados al fracasado modelo “revolucionario”.
Se entiende que el cogollo del poder se
resista a la transición. Para su ideología (y la de 15% de seguidores) es
imposible reconocer que los empresarios demonizados y los “imperialistas” deban
ser parte de la solución y que estos tienen lo que más le falta al gobierno
actual. Los “revolucionarios” temen que, sin fanatismo y fundamentalismo
ideológico, se queden sin seguidores. La otra resistencia viene de la
desesperación de aquellos que están corrompidos en el poder y han cometido
sistemáticas violaciones de la Constitución; su problema es adónde ir como
refugio cuando esto cambie. Hay delitos que no prescriben y cuyo juicio y
castigo trascienden las fronteras.
Transición o muerte. Hitler ya derrotado escogió la muerte para sí y la destrucción y muerte
para lo que quedaba de Alemania. En Venezuela los que todavía están en el poder
–militares y civiles– y no han cometido delitos tienen que escoger la
transición hacia la vida y la reconstrucción. Lo más sensato parece ser la
pronta renuncia de Maduro –voluntaria o inducida–, para caminar juntos con
bases políticas y constitucionales hacia el éxito: del actual empobrecimiento
masivo y corrupción a la superación de la pobreza en democracia social y con
economía de mercado, dentro del bien común y la Constitución.
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