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“El regreso al propio desconcierto”

Desde niña, escribir es una de mis pasiones, no recuerdo en que etapa se convirtió en algo tan esencial, el caso es que, con el tiempo, lo que empezó como un gusto resultó ser una terapia gratis, liberadora, podría decirse que hasta perfecta. ¿Por qué? bueno, es fácil, plasmar lo que uno siente,- esté bien o mal escrito -da una sensación de libertad de quitarse un peso, de descargar.
Soy periodista, venezolana y con eso ya se dicen muchas cosas, mi abuelo quién también lo fue, solía decirme que había escogido la carrera más bonita y más maltratada de todas, tenía razón ,lo que pasa es que ni él, ni yo, ni este país, imaginó lo difícil que iba a ser. Estudié en la Universidad de Los Andes (ULA) Táchira, la misma que ahora es un punto de referencia mundial para hablar de protestas, estudiantes presos,  violación a la autonomía, caos, y términos terribles de un lado que se encarga de quitarnos la sonrisa. Ahí, en ese lugar maravilloso nos formamos muchos, sin sala de redacción y con profesores  que enseñan es por amor, porque si fuese por dinero ya no estarían allí.
Por ese amor a esa carrera que escogí, siempre quise tener un blog, los más cercanos me sugerían que lo hiciera pero mi idea era otra. Me encanta la moda y quizá yo quería escribir de eso, de cómo se viste la gente en los lugares que he visitado, de cómo se expresa a través de un atuendo o quizá, quería escribir de fútbol, de tontadas y por eso lo había postergado pero fuera de ese mundo que he tratado de mantener, (el de los gustos y las pasiones), está la realidad tocando la puerta todos los días, aturdiéndonos y cambiándonos el rumbo, hasta de lo que queremos escribir.
Desde hace unos años nos transformamos. Nos convertimos en expertos escondiendo el celular cuando el semáforo está en rojo, empezamos a hablar con etiquetas que ya no eran las de siempre como “maracucho” o “gocho” a nuestro diccionario se agregó el “chavista”, “escuálido”, nos quitaron los espacios, hasta nos cambiaron el huso horario y el escudo, nos acostumbramos al “aquí no hay” , a pagar de más por productos básicos, a desayunarnos con la muerte en los titulares del periódico, se nos enmudeció el sentimiento, cambiamos y para siempre.
Esta semana ha sido todo, menos fácil y llevadera, en mi ciudad, a Kluivert Roa lo asesinaron vilmente, tenía solo 14, así, sin pensarlo, como pasa a diario con muchos venezolanos, alguien acabó con sus sueños. Estos días, retumba mucho en mi cabeza que se fue sin cambiar el color de su camisa de bachillerato, sin conocer quizá las aventuras del amor, el despecho con los amigos, las irresponsabilidades de la adolescencia, sin emocionarse por el primer día de la Universidad, sin ver más al Deportivo Táchira, sin explicaciones, se fue y ya, dejando preguntas y como leí por ahí :
Convirtiéndose en banderas que probablemente no comprendía aún.
No es solo Kluivert son miles de historias, las despedidas eternas, las despedidas en Maiquetía, la inseguridad, el desespero, el desconcierto, el dólar a 200, los medios silenciados, los periodistas amenazados, la mamá que no encuentra leche para su hijo, el que se la lleva a la frontera porque le gustó el trabajo fácil, el profesional que gana migajas, el viejo que añora para los suyos lo que conoció un día, somos nosotros, los protagonistas de una historia que buscada o no, se apoderó de nuestro estado de ánimo y de nuestra rutina.
Por eso, decidí empezar este pequeño espacio, con las opiniones de una joven adulta venezolana, sin etiquetas, con miedos, con sueños que a veces ve lejanos y con ganas de seguir escribiendo ,aunque los temas no son los que ella quisiera.
Quizá mi única noción de patria
sea esta urgencia de decir Nosotros
quizá mi única noción de patria
sea este regreso al propio desconcierto.

Mario Benedetti