¿Quien es dialoguero?
José Manuel Pallí
Entre las
materias que uno debía aprobar para ingresar a la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires allá por los 'early seventies', había una que se
llamaba algo así como filosofía del lenguaje. Materia árida y aburrida como
pocas, pero importante para un abogado en ciernes, cuya herramienta profesional
mas valiosa (hay quienes prefieren hablar de arma) es la palabra.
Siempre es bueno,
cuando uno estudia, no quedarse con los autores que los profesores o
"expertos" en la materia le ponen en frente, y ante la pesadez del
tema, me puse a explorarlo a través de otras fuentes (que, muy a mi pesar, no
recuerdo ahora) en las cuales pesqué un par de cosas o datos (no dogmas, no
axiomas, porque no creo en ellos) interesantes. Uno de ellos es que quien
controla el significado de las palabras controla el debate, si no el mundo. Y
el otro dato interesante es que, aún quien controla el debate a través del
control del significado de las palabras está expuesto a ciertas reglas que, de
no atenerse a ellas, le pueden costar ese “control” al desgastarse su
credibilidad. Y es que el ejercicio de ese control del debate está sujeto tanto
a las reglas de la lógica como al veredicto de quienes participan (los menos)
en ese debate, y de quienes no son sino el público ante el cual se desarrolla
(pùblico que, aunque cada vez con menos entusiasmo, de vez en cuando se
pronuncia en las urnas de votaciòn, cementerio de muchos de los argumentos de
quienes pretenden controlar el significado de ciertas palabras).
Esa materia
plomiza, pero útil, me vino a la mente recién llegado a estas playas –hace
cerca de 35 años- cuando escuchaba boquiabierto como gente valiosa y de muchos
méritos era calificada, hasta por sus propios amigos (cuando no parientes) como
“dialoguera”, palabra cuyo significado no entiendo hasta el día de hoy pero que
pretende descalificar a una actitud, a una aproximación hacia la problemática
cubana, actitud que rechazan visceralmente quienes tildan a “los otros” de
“dialogueros”… Para mi sorpresa aun mayor, la palabra sigue teniendo vigencia
hoy –en la mente y en el corazón de cada vez menos gente, es cierto, pero sin
que ese grupete haya perdido el control del debate, a pesar de los estragos que
el tiempo, la realidad y la lógica han hecho en su “visión del mundo” –o visión
del barrio, para mayor precisión. Y a pesar, también, de una serie de encuestas
que, una tras otra, debieran demostrarle a nuestros policías “anti-dialogueros”
que su cómoda estancia en el pasado efímero y el mundo de fantasía en el que
habitan tiene un costo cada vez mas alto para su credibilidad.
Recientemente me
volvió a la mente el tema de la filosofía (o la lógica) del lenguaje gracias a
una excelente columna escrita por el presidente de uno de los institutos o
tanques de pensamiento de nuestro patio, en la cual describía el uso del
calificativo de “fascista” de una manera muy parecida a la que se usa entre
nosotros el de “dialoguero”, y hasta el de “comunista”, para el caso:
invariablemente en un sentido descalificador y peyorativo. La columna en
cuestión apela a una serie de elementos (tomados de una lista de otro muy buen
escritor) que, según sostiene el escrito, son vitales para la estrategia
política de una serie de regímenes que se definen como “socialistas” pero que
son, en “realidad”, fascistas, al igual que el peronismo que les sirve de
modelo (o de masilla o plastilina, en realidad, porque sus argumentos no dan
para premisa) a ambos, al autor de la columna y a su fuente.
Yo no recuerdo
haber llamado jamás a nadie ni “fascista”, ni “comunista” ni mucho menos
“dialoguero”, lo que me convierte, probablemente en una suerte de bicho raro
aquí en Miami. Pero lo interesante del articulo de los tanquistas del
pensamiento es que pretende definir quienes son los verdaderos “fascistas”
(aquellos a quienes ellos mismos llevan años llamando “socialistas del siglo
XXI”) apoyándose en un presunto “acuerdo general” (¿?), acuerdo que brilla por
su ausencia en casi todas nuestras sociedades por lo TAN polarizadas que están,
empezando por la nuestra. Esos elementos (tres o cuatro) aportados por los
críticos de un peronismo que, por acuerdo general, gobierna a la Argentina
desde hace añares, pintan un “cuadro” –hasta ayer la palabra de moda era
“relato”- ante el cual nadie (¡!) puede discutir que los “fascistas” son “los
otros”. Esa aseveración carece de toda credibilidad ante la ausencia de por lo
menos algún peronista (o de algún chavista, o sandinista, o correista para el
caso) con el cual consultar y contrastar ideas y opiniones en el elenco estable
de ninguno de estos tanques de pensamiento Mayameros.
Cualquiera que
haya visitado el Museo del Louvre sabe que cuadros, lo que se dice cuadros, hay
muchos. Salas y salas repletas con la obra de distintas escuelas del arte de la
pintura, cada una pintando cuadros en base a estilos que poco y nada tienen que
ver unos con otros.
Para mi la
política se parece mucho a esa diversidad de cuadros, y prefiero (supongo que
nos pasa a todos) a algunos pintores por sobre otros, y así visito ciertas
salas del Louvre mas que a otras.
Pero “los que
saben” –los “expertos”- dicen que en el Louvre la obra de arte que uno debe ver
si no tiene tiempo sino para ver una sola es La Victoria de Samotracia, una
escultura que también me recuerda mucho a la política (y a los expertos en
política). Para quienes no hayan tenido el privilegio de pararse frente a ella,
a La Victoria de Samotracia no se le ven bien los pies, ni tiene cabeza…
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