EL NUEVO MODO
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Reinstitucionalizar
SANTIAGO GUEVARA GARCÍA(*)
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En la superficial política venezolana, en
la cual cada quien entiende, opina y actúa con base en su propia y
conveniente conceptualización, hay que ir al fondo o esencia de los conceptos,
para que no haya lugar a dudas sobre lo que se plantea. La desgraciada
Venezuela actual no está para darse el lujo de moverse con vaguedades.
En ese maremágnum de ignorancia, malos
entendidos y confusiones en el cual se suscita la discusión sobre la
transición a la democracia (que es el concepto universalmente manejado, para
situaciones como la nuestra), hay que precisar que lo que se quiere referir
es el proceso de reinstitucionalización que permite pasar de un estado
totalitario (o neototalitario) a uno democrático. Y de eso trata este
artículo.
El escenario de una transición a la
democracia en Venezuela, el cual, en sana ley, tal como dicho en el artículo
anterior, debería conducir a una consolidación democrática, es el de un
importante progreso institucional, en sentido amplio, pero no al estilo
imperante en el país, sobre la base del rentismo y el mercantilismo, con sus
derivaciones populistas, clientelares, discrecionales, etc. (a veces,
inadvertidas por sus proponentes), sino a favor de un país de instituciones
firmes, favorables a la producción competitiva, los intereses generales, los
derechos de los ciudadanos, el imperio de la Ley, la rendición de cuentas y
otros atributos de las sociedades institucionalizadas, que han superado la
política tradicional o carismática.
La política democrática venezolana ha
sido, lamentablemente, por razones diversas, el reino del estatismo y los
acuerdos rentísticos o de reparto. Una transición, entonces, basada en el
reconocimiento del “estado del arte” en el tema, deberá superar no solo la
desinstitucionalización de los últimos quince años, sino también la
inapropiada institucionalización previa, agravada a partir de finales de los
sesenta y comienzos de los setenta del siglo pasado, por el desmantelamiento
de instituciones fiscales y monetarias existentes, en casos, desde el siglo
XIX.
Eso plantea un asunto político espinoso:
buena parte de la clase política democrática actual venezolana no tiene la
referencia del modo correcto de asumir los cambios que son exigidos en el
estado actual de las cosas en el mundo. El mejor ejemplo nos es permitido por
el análisis riguroso de los manejos y posiciones de la dirigencia partidista
agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática, que nos muestra la prevalencia
del estatismo y los acuerdos rentísticos.
En la vía correcta, la fuente principal,
más directa, de conocimiento para asumir un proceso como el necesario se encuentra
en la literatura transitológica, de muy escaso manejo en el país. De igual
forma, aportes de diversas vertientes de la Economía Institucional, sobre
todo, en lo relativo al estudio de la relación entre consensos, instituciones
(económicas y otras) y el desempeño económico.
Como tantas veces referido, hoy no hay
dudas, en primer término, sobre la importancia de los buenos consensos
nacionales: sobre reglas firmes, no discrecionales; durables; mejorables; con
garantía de cumplimiento; etc.; en segundo término, en la literatura
económica especializada, sobre la relevancia de las “instituciones legales”,
los regímenes de políticas basados en reglas; para lo cual influyen las
características estructurales e institucionales (de nuevo, el valor de las reglas
consensuales firmes) de los países, la práctica macroeconómica, la calidad
del desarrollo financiero y la pertenencia a esquemas de integración
internacional válidos.
Para nuestra clase partidista y buena
parte de la intelectualidad, eso es sánscrito. No lo conocen. Y al
planteárselo, no lo entienden, o lo desechan. Porque no tiene concordancia
con su esquema de valores y su base conceptual. Es como tener un cuerpo
extraño en el organismo: la reacción es la negación o el rechazo.
En nuestros escritos, tanto los tres
últimos libros (uno, de próxima salida), como nuestros artículos, hemos
insistido –creo que con muy baja efectividad- en explicar el planteamiento
transicional y su relación con la posibilidad de consolidación de la
democracia, lo cual –que quede claro- no se ha logrado en el país, pese a
muchas opiniones erradas.
Los problemas asociados, criterios de
éxito, bases de diseño, algunas líneas de acción, plazos, etc. para una cabal
transición pueden ser conocidas en el capítulo de nuestro libro del 2010
dedicado al esbozo de un plan para una transición democrática en Venezuela.
Es decir, no el largo plazo rustowniano de la transición a la democracia,
sobre el cual hemos escrito extensamente; sino, más bien, el corto, desde la
salida del neototalitarismo actual, hasta un punto de superación de
acechanzas y logro de la supervivencia del nuevo ciclo democrático; aunque no
aún su consolidación.
El secreto está en la
reinstitucionalización con base en el “estado del arte” en el campo. Lo otro
es repetir la historia conocida de 1958 a 1998: una meritoria transición a la
democracia (aunque carente de atributos esenciales), una accidentada
transición democrática y un inadvertido proceso regresivo temprano, que
condujo a la realidad neototalitaria actual.
Lo anterior, que existe, como historia
pero también como riesgo futuro, es, por favor, un proceso a no repetir. No
debemos iniciar un nuevo ciclo de democracia con la rémora de los agentes, el
imaginario y el ideario que llevó al fracaso –sí, fracaso- del ciclo
anterior.
* Santiago José Guevara García
(Valencia, Venezuela)
sjguevaragarcia@gmail.com / @SJGuevaraG1
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miércoles, 22 de enero de 2014
SANTIAGO GUEVARA G El Nuevo Modo
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