EL HÉROE DISCRETO
Oswaldo Álvarez Paz
EL NACIONAL
Navidad y los primeros días del año son buenos para
reflexionar sobre cosas importantes de nuestras vidas. También para leer nuevos
títulos y repasar algunos que han contribuido con nuestra formación humana y
profesional. El último de ellos es el trabajo recién publicado de Mario Vargas
Llosa, El Héroe Discreto. Sus personajes son de la vida real. Se trata de gente
de la humanidad común, como gustaba decir a Maritain. Con familias constituidas
o por constituir, con pequeñas y medianas empresas que cuidar y defender, con
virtudes y defectos del tamaño de sus virtudes, aunque nunca llegan a
sustituirlas. Por supuestos, expuestos a los males de nuestro tiempo
latinoamericano, donde conviven las peores formas de corrupción y chantajes con
las debilidades humanas que en ocasiones derrumban convicciones. También con
fortalezas derivadas de la formación recibida desde niños, bien en la casa, en
la escuela, en la iglesia o en cualquiera de esas instancias insustituibles,
pero inexistentes o insuficientes en muchos casos.
La obra, con ambiente de decadencia ética y juego
calculado, quizás por sobrevivencia, de hombres de trabajo y de empresa tenidos
como serios pero acostumbrados a ceder para no arriesgar cuanto han logrado, al
lado de quienes se apegan a los principios y luchan hasta poniendo en peligro
cuanto tienen. Cuenta la vida de dos empresarios de características distintas.
Felícito Yanaqué e Ismael Carrera. Dan lecciones prácticas de cómo sobrevivir,
cada uno a su manera, dentro de lo que cada cual entiende por dignidad para
jerarquizar sus prioridades. A pesar de que la trama se desarrolla en Piura,
ciudad peruana, las amenazas y peligros de los protagonistas parecieran más
bien sucesos de cualquier espacio venezolano. Ojala todos podamos ser siempre
tan leales a nosotros mismos, para enfrentar y derrotar las amenazas y
presiones de los males que nos acechan a diario.
“Nunca de dejes pisotear por nadie, hijo. Este consejo
es la única herencia que vas a tener”, le dijo su padre a Felícito poco antes
de morir. Estas palabras adornan la contraportada de la edición en mis manos.
El novelista comenta que Felícito, con su medio siglo y pico a sus espaldas “ya
estaba viejo para cambiar de costumbres.
Muchos calificados analistas se han ocupado de la
crítica a esta novela. Yo me siento obligado a hacerlo porque me recordó mucho
a mi padre y las largas tenidas que sostuvimos poco antes de morir a los 64
años de edad, a punto de graduarme de abogado y Presidente de la Federación de
Centros Universitarios del Zulia. Me tocó ser uno de los conductores de la
juventud estudiosa en aquella década terrible de la subversión castro-comunista
en Venezuela, en los sesenta y un poco más allá. La novela y el recuerdo de mi
padre, son la razón de estas líneas.
oalvarezpaz@gmail.com
Sábado, 18 de enero de 2014
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