La
grandeza se refiere a cualidades magníficas y espléndidas de la
naturaleza, creaciones o construcciones formidables o características
sobresalientes de humanos excepcionales. Sin embargo, el psicoanálisis
ha encontrado una estación particular, que acompaña a individuos cuya
estructura de personalidad está organizada en un grave trastorno, en el
cual el narcisismo inicial que todos transitamos se instala como
condición central y dominante. Establece un modo de funcionamiento,
denominado trastorno narcisista de la personalidad. Éste se caracteriza
por un egocentrismo desbordado, que puede establecerse ante sí mismo y
ante los demás, como si ese sujeto estuviese dotado de poderes y
misiones superiores, que lo convierten en un ser que convoca al culto y
la subordinación de su entorno a tan indiscutibles cualidades y
propósitos.
Cuando un personaje de esta índole se
presenta como líder político ante una población urgida y confundida,
puede convertirse en un líder carismático y mesiánico. Así es percibido y
seguido.
Hace varios años, un grupo de
especialistas en salud mental coincidimos y publicamos reportes sobre
esta condición de personalidad de Hugo Chávez, advirtiendo de los
riesgos y complicaciones para la salud pública en general.
Un comunicado del Ministerio de Salud
prohibió a especialistas y medios, la emisión de opiniones de este tipo
sobre el Presidente u otros gobernantes, bajo amenaza de sanciones.
En un artículo del año 2002 (Tal Cual
4-2-2002), comenté que este problema difícilmente podría ser encarado
por una junta de expertos en salud mental y que era una tarea del
ejercicio político de la comunidad, validar o excluir al personaje, a
través de los medios institucionales de elección o desaprobación.
Lamentablemente, la realidad ha sido que
un poco más de la mitad del electorado ha ratificado al líder en
cuestión, siendo el 7 de octubre y el 16 de diciembre los últimos
episodios de tal ratificación.
Esto hace al problema, un asunto
individual… y colectivo. No sólo Chávez se presenta como la mejor
solución para el país, sino que una multitud lo respalda.
Todo esto contrasta con el desastre y
deterioro generalizado de las condiciones de vida, la salud
institucional y la verdadera condición productiva material y espiritual
del país.
Chávez ha prevalecido apoyado en un
discurso grandioso de ser la reencarnación del Libertador y conductor de
un proceso redentor, siempre por venir, que es la revolución del siglo
XXI. Para instrumentar ese proceso, asaltó, saqueó y dispuso de PDVSA;
alentó, como nunca, el espejismo y mito nacional (viejo síntoma de
grandiosidad colectiva), de que con la renta petrolera se puede todo, en
un gobierno que padece e impone una borrachera petrolera de arrogancia,
inmediatismo, mendicidad y corrupción generalizada y descarada.
El epílogo de este siniestro capítulo de
nuestra historia, es la más cruda evidencia de las miserias de esta
locura de grandiosidad, que sigue arrastrando al primer actor, su
entorno, sus seguidores y envuelve al resto del país.
Aquejado de una calamidad grave de salud,
que puede tocar dolorosamente a cualquier mortal, la grandiosidad de
esa equívoca fantasía colosal, se erige, negando todas las evidencias de
la dramática realidad, colocando el curso de una nación en el absurdo e
innecesario eje de una persona, punto “fuerte” y débil del populismo
mesiánico.
Es insólito como el país queda
secundarizado y se focaliza la atención en el sostén y seguimiento del
líder fabulado como único e imprescindible.
Es algo contra natura, inhumano y
delirante. La conducta sensata y pertinente para él y la comunidad, que
se trate como un paciente grave, se le reconozca y atienda como tal y
reciba la atención médica y familiar de un ser adolorido y afligido. Por
el contrario, siguen jugando a que es omnipotente y será el jefe del
bienestar del 2013.
Me pregunto, qué consistencia y
persistencia tendrá un movimiento político, centrado en la grandiosidad y
magnificencia de un único ciudadano.
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