Blog de Víctor José López /Periodista

lunes, 4 de julio de 2011

EL TEMPLE DE LA REPÚBLICA

Don Cristóbal Mendoza, Primer presidente de la República de Venezuela, compañero fiel del Libertador Simón Bolívar. Tuvo un hijo que emigró a Cuba, y que vivió en Santiago de Cuba, después se trasladó a La Habana, donde adquirió sólida cultura y luchó como hombre de leyes por la Libertad de Cuba.


Fortunato González Cruz
Por la Calle Real


La construcción de la nueva República fue emprendida desde muchos lugares de la extensa geografía de la Capitanía General de Venezuela por personas que poseían los conocimientos, la voluntad y la pasión necesarios para que fuese posible y perdurable. Venezuela es el producto de unas circunstancias que supo interpretar y aprovechar una generación que sabía la grandeza de la obra iniciada, aunque en un principio no captó el enorme sacrificio humano, social y económico que supondría.
A 200 años de aquellos acontecimientos rescato de los fundadores su formación, su voluntad y su pasión. Casi todos nacieron y crecieron en familias en las que se imponía una disciplina rigurosa formativa del carácter y de los valores del honor, del trabajo y de la honradez. Casi todos pasaron por las aulas de seminarios y universidades donde bebieron lo mejor y más actualizado de los conocimientos de la época. Y se dedicaron al trabajo que a la larga va definiendo la estructura productiva del porvenir. Contaban con instituciones fraguadas en 300 años de vida colonial, generalmente apacible, interrumpida por alguna que otra escaramuza de corsarios y refriegas domésticas. El Municipio fue la sólida base a partir de la cual se levantó el nuevo tinglado institucional. Cuando llegó el tiempo, sobre esos fundamentos pusieron la pasión, el ímpetu que los empujó hacia la creación de una nueva República, que hubo de regar con abundantes lágrimas y ríos de sangre.
La ceguera de quienes tenían el poder en la Península no les dejó ver ni comprender lo que sucedía en toda América, su América, en la que abría por doquier la flor de los principios y valores que la renovada teología había sembrado. Ni el amor por España ni la fidelidad al rey manifestada en un principio de mil maneras movió a la torpe élite afrancesada. Del lado de América también se cometieron torpezas, como el giro anglófilo de algunos. No obstante, hubo acontecimientos memorables y significativos como las Ordenanzas de Pedro Gual y José María España, para señalar uno solo.
En 1811 se viene la riada de acontecimientos que precipitan acumulaciones sociales, políticas y económicas que confluyen en la formación de las nuevas nacionalidades. Los terribles conflictos que generan los cambios cohesionan y separan, generándose un largo proceso que aún hoy no termina de decantarse, pues América ofrece un panorama de repúblicas con grandes contradicciones, problemas de identidad, inmadurez institucional y otros males que no acabamos de asimilar, mucho menos resolver. Ya habían sido construidos portentosos elementos de cohesión continental como un único idioma, con la mediana excepción de Brasil; y la religión católica con sus sincretismos locales. También la desigualdad social que indigna y aterra, y la tendencia despótica, presente con mayor fuerza que la institucionalidad democrática con las excepciones de México, Colombia, Brasil y Chile que han mostrado mayor regularidad democrática y que hacen posible el optimismo.
El bicentenario de la Independencia nos llega a los venezolanos cuando la democracia va desnaturalizándose hacia una autocracia tan corrompida, arbitraria y personalista como cualquiera de las que sufrimos en los siglos anteriores, que organiza una celebración oficial patriotera e improvisada, plagada de falsificaciones y tergiversaciones para acomodar los hechos al discurso del autócrata, slogans y consignas ajenas a lo que se conmemora. Hay también manifestaciones de historiadores y analistas que se alejan, para bien de la verdad, del aclamacionismo y la jactancia.
Caracas, escenario principal de los hechos recordados, es una ruina: con una ligera mano de pintura se trata de ocultar el deterioro de edificios y lugares. Ni una sola obra nueva, solo remiendos inconclusos servirán de marco a una conmemoración que esconde los conocimientos, la voluntad y la pasión de la generación fundadora, porque los actores solo pueden exhibir su ignorancia y su impudicia imposible de ocultar porque no hay retoques para la pudrición del alma.
Pese a todas las taras que exhibe, la República tiene grandes valores y preserva mucho del temple de la generación fundadora, que se hará presente en la hora precisa de la gran rectificación de este experimento que apesta y marca una celebración que ha

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