Blog de Víctor José López /Periodista

lunes, 4 de julio de 2011

La épica de un juego que selló la esencia de una época del beisbol.

Casi medio siglo después el duelo Spahn – Marichal sigue siendo el mejor

El maestro Juan Marichal


Jim Kaplan
Traducción: Alfonso L. Tusa C.



Este artículo es una adaptación del libro The Greatest Game Ever Pitched: Juan Marichal, Warren Spahn and the Pitching Duel of the Century (Triumph Books, 2011) con partes del libro reimpresas con el debido permiso. Copyright Jim Kaplan, 2011.



“¿El mejor juego pitcheado de la historia? ¿De verdad?”

He observado mucho esta reacción desde que mi libro, The Greatest Game Ever Pitched, fue publicado.

Quienes disienten recuerdan el juego perfecto de Addie Joss de Cleveland con pizarra de 1-0 ante los Medias Blancas de Chicago y Ed Walsh el 02 de octubre de 1908, el empate 1-1 en 26 innings, escenificado en 1920, de Joe Oeschger de los Bravos de Boston y Leon Cadore de los Dodgers de Brooklyn, el juego perfecto de 12 innings de Harvey Haddix en 1959 que perdió en el episodio 13; y el perfecto de Sandy Koufax en 1965 en el cual el pitcher perdedor Bob Hendley de los Cachorros de Chicago perimitió un solo imparable y dos corredores.

Hay que estar claro, estos juegos fueron excepcionales por méritos propios: dos futuros inquilinos del Salon de la Fama batallando en la ultima semana de una carrera muy cerrada por el banderín (Joss-Walsh); el duelo de pitcheo mas largo en la historia de las Grandes Ligas (Cadore-Oeschger); la mejor actuación de un pitcher (Haddix), y la menor cantidad de corredores permitidos en un juego de nueve innings (Koufax-Hendley)

Sin embargo la épica confrontación entre Warren Spahn de los Bravos de Milwaukee y Juan Marichal de los Gigantes de San Francisco, el 02 de julio de 1963 fue sui generis: No había nada con que compararlo.

Considere: Aquel dia, un par de futuros inquilinos del Salón de la Fama, uno con sus mejores días en el pasado, el otro con una carrera al comienzo de su esplendor, se enfrascaron en una batalla nunca antes ni después vista. Spahn, ya era un ícono, había debutado durante la segunda guerra mundial y jugaba su temporada número 13 y la última donde ganó al menos 20 juegos. Marichal, formaba parte de la nueva cosecha de estrellas latinas que estaban cambiando la faz del beisbol, se encaminaba a la primera de seis temporadas de al menos 20 victorias.

Los dos hombres se fajaron durante 15 innings sin que les anotaran carreras, hasta que el juego se decidió en el inning 16. Sigue siendo el último juego donde dos pitchers han lanzado sin que les anoten carreras por tan largo trayecto en el mismo juego. Sin contar a los pitchers hubo cinco futuros inquilinos del Salón de la Fama en las alineaciones de aquel dia. Ambos hombres lanzaron más de 200 envíos.


Mas allá de eso el duelo Spahn-Marichal trascendió las estadísticas y aterrizó en un universo mágico.
Habría sido suficiente con ver pitchear a estos futuros inmortales. Fue un irresistible careo de experiencia versus juventud al tope de sus apogeos. Spahn, 42, llego al juego con marca de 11-3, había implantado recientemente la marca de todos los tiempos de 328 victorias para un pitcher zurdo y no había concedido un boleto en los últimos 18.1 innings. Marichal, 25, tenia marca de 12-3 con 2.38 de efectividad y habia lanzado sin hits ni carreras ante Houston hacia 17 dias.

Las estrellas estaban alineadas perfectamente para tal duelo clásico. Al comienzo de la temporada, la zona de strike había sido expandida desde “la parte superior de las rodillas a las axilas” hasta “la parte inferior de las rodillas al tope de los hombros”, un cambio de regla que influyó para que los bateadores de la Liga Nacional batearan 1019 imparables menos que en 1962.

Y Marichal y Spahn no podrían haber tenido un mejor escenario. Candlestick Park, ahora utilizado sólo para futbol americano, era un paraíso para los pitchers. Bautizado así por estar ubicado en el parque natural Candlestick Point de San Francisco, el cual a su vez fue nombrado así por un pájaro marino casi extinguido, denominado “candlestick”, así como por las rocas y árboles que semejan candelabros; el estadio era frio debido al viento que soplaba desde la Bahía de San Francisco. Las pelotas no viajan tan lejos en climas fríos como tampoco lo hacen cuando hay mucha humedad, ni los bateadores ejecutan tan bien cuando sus manos están frías.

Las alineaciones de aquella noche contaban con Willie Mays, Willie McCovey y Orlando Cepeda de los Gigantes y Hank Aaron y Eddie Matthews de los Bravos, todos en ruta a Cooperstown. Mediante el concurso de bateadores como Ed Bailey y Felipe Alou, San Francisco comandaría la liga en jonrones con 58 de ventaja sobre el segundo lugar de Milwaukee.

Así Spahn y Marichal salieron a lanzar, dos hombres aparentemente diferentes y asombrosamente similares. Spahn era zurdo, blanco y estadounidense, de facciones angulosas y nariz aguileña, mientras Marichal era derecho, trigueño, dominicano, y cara redonda. Pero ambos usaban el estilo de la patada alta que le dificultaba a los bateadores descifrar el punto donde soltaban la pelota y las selecciones de los pitcheos. Menos conocido por los historiadores de béisbol es que cada hombre tuvo una experiencia formativa con un familiar y con los militares.

Edward Spahn, el padre de Warren, fabricó un montículo en el patio de su hogar en Buffalo, N.Y, y obsesivamente le enseñaba a su hijo sobre pitcheo. “Control…control…control”, decía Spahn. “ ‘Si vas a lanzar una pelota de beisbol’ él solía decirme, ‘apunta hacia alguna diana, no lances por lanzar’”

Edward tambien le enseñó a su hijo el auto-control: “No alardees mucho. El tipo que es bullero, siempre abandona, tiene complejo de inferioridad. Se tú mismo, se amable, respeta los sentimientos de las otras personas, y trátalas con deferencia”.

Firmó a los 19 años desde la secundaria, Spahn avanzó rápido en las ligas menores, se tomó una taza de café con los Bravos en 1941, y se enlistó en el ejército ese año. Como sargento de compañía del Army's 276th Engineer Combat Battalion, llegó a Francia en agosto de 1944 y sobrevivió casi 10 días con sandwiches de mantequilla de maní que le proporcionaban los amistosos soldados británicos. Sus compañeros en el ejército, lo reportaron en Baseball in Wartime, “Aquel era un grupo de tipos duros. Había personas que les permitieron salir de la cárcel para ir al servicio militar. Esas fueron las personas con quienes viajé. Ellos eran duros y rústicos, y tuve que ajustarme a ese molde”.

Spahn peleó en la Batalla del Bulge y en la pelea del puente en Remagen, ganó una comisión de campo para teniente segundo, una Estrella de Bronce y un Corazón Púrpura. “Una bala me pegó aquí”, le dijo una vez a Lester J. Biederman del Pittsburgh Press, mientras señalaba una cicatriz en su estómago. Se negó a mencionar una herida de perdigón en una pierna, “y otra me dio en el cuello”. Como resultado, la idea del béisbol como un reto de gran presión nunca lo afectó cuando regresó a las Grandes Ligas en 1946. En palabras de Spahn. “Nadie me está disparando”.

Marichal nunca vio acción en una Guerra pero el servicio militar jugó un rol importante en su carrera. Había crecido en República Dominicana sin su padre, quién falleció cuando Juan tenía tres años, pero tiene pensamientos agradables de su hermano mayor Gonzalo. Juan iba montado en un caballo a buscar a Gonzalo dondequiera que este estuviera jugando béisbol, luego regresaba a casa con Gonzalo en el mismo caballo, y le preguntaba sobre el juego en todo el trayecto. Debido a que Gonzalo jugaba principalmente shortstop, Juan prefirió esa posición hasta que vio un juego en el cual el héroe nacional de República Dominicana, Bombo Ramos, era el lanzador. Como Luis Tiant, Ramos mostraba la espalda hacia el plato en su windup, luego lanzaba un enceguecedor envío por el lado del brazo. También le hablaba a los bateadores, les decía, “Mas te vale batear esta porque si no, no verás la próxima”. Marichal decidió convertirse en un pitcher Bomboniano. A pesar de ser un buen pitcher amateur, Marichal probablemente nunca hubiera sido profesional si no hubiera llevado al equipo de Manzanillo a una victoria 2-1 sobre Aviación, el equipo de la Fuerza Aerea dominicana, en el torneo nacional de 1956. Al día siguiente recibió un telegrama, “Repórtese inmediatamente a la Fuerza Aerea”. Había sido reclutado para jugar béisbol.

En 24 horas, Marichal llegó a la base San Isidro y fue recibido por el General Fernando Sánchez. Cuando Marichal salía de la habitación, el general le extendió 100 pesos, una gran cantidad para la época que equivalía casi a 100 $. Su primera asignación fue presentarse en el Estadio La Normal para entrenar con miras a un campeonato juvenil en México. Juan vivió en el clubhouse, debajo de las tribunas por más de una semana antes de quedar en el equipo que incluía a los futuros grandes ligas Manny Mota y Matty Alou. Hizo su primer viaje en avión a México, Juan ganó un juego y salvó otro contra Puerto Rico para avanzar a la final contra el equipo anfitrión. Ahí él y sus compañeros se encontraron con fanáticos sentados sobre su dugout, que tenían navajas y pistolas. “Cuando fuimos al bullpen, nos mostraron sus pistolas”, dijo él. “Estábamos tan asustados, que no pudímos manejar la presión”. Los mexicanos ganaron. Los dominicanos escaparon.

Marichal firmó con los Gigantes el 16 de septiembre de 1957. Menos de tres años después, estaba en las Grandes Ligas, gracias en parte a un sagaz consejo de su entrenador en Clase A, en Springfield, Mass. Andy Gilbert le dijo a Marichal que sacaría out a más bateadores zurdos si lanzaba por encima del brazo. “No podía hacer eso a menos que levantara la pierna a lo alto”, dice Marichal.



Para el momento en que los dos hombres subieron al montículo para su disputado encuentro, ese estilo los había ayudado a tener dos de las mejores actuaciones en las Grandes Ligas. En pocas semanas, ambos serían miembros del equipo de estrellas de la Liga Nacional y este día ambos demostraron que eran parte de ese equipo. Aunque Marichal estaba lanzando de todo, él usaba cinco diferentes pitcheos desde tres diferentes ángulos y a dos velocidades, se dio cuenta que su recta estaba funcionando mejor. Spahn había alargado su carrera al agregar un screwball en 1956, y ahora lo usaba con efectividad ante los bateadores derechos.

Hubo algunos intentos de anotar carreras temprano en el juego. Del Crandall de los Bravos se embasó mediante un error de dos bases con dos outs en el segundo inning. ¿Un hombre en posición anotadora con dos outs era un peligro para Marichal? Difícilmente. Gaylord Perry, entonces un joven pitcher que veía el juego desde el dugout de los Gigantes, aprendía mucho observando a Marichal y hablando con él. Perry no estaba preocupado. “Solía hacer una pequeña apuesta en el dugout consistente en que a Juan no le podían anotar una carrera con hombre en tercera y dos outs”, dijo él. Seguro, Marichal dominó a Roy McMillan con elevado al jardín central.

En el cuarto inning, Marichal hizo out a Aaron con elevado a la izquierda y ponchó a Matthews. Entonces Norm Larker negoció boleto y Mack Jones sencilleó al centro. Con dos outs y dos en circulación Del Crandall metió una línea bajita al centro. Mays decidió tomar la pelota de un bote antes que zambullirse y reventó a Larker en el plato en “un movimiento asombroso” de acuerdo a Bob Stevens del San Francisco Chronicle.

Con dos outs en la parte de arriba del séptimo, Spahn, cuyos 35 jonrones de por vida están entre los primeros en la historia para un pitcher, casi bateó uno. Su estacazo rebotó en la pared del jardín derecho y se apuntó un doble., luego se quedó varado allí.

Spahn sobrevivió a un casi jonrón en el cierre del noveno inning cuando Willie McCovey largó una conexión inmensa que pareció pasar sobre el poste del jardín derecho en territorio bueno. Así lo creyeron los Gigantes. Tambien los aficionados y la mayoría de los presentes en el palco de prensa. Pero el árbitro de primera base Chris Pelekoudas dijo que la pelota pasó en foul. Nueve innings sin carreras.

Para ese momento, Spahn había permitido sólo cinco imparables sin boletos, un ponche. Marichal había recibido 6 imparables, 3 boletos y 4 ponches.

Ninguno mostraba indicio alguno de cansancio. Era un lugar común en los ’60 que ambos abridores completaran el juego, aún en extra innings. Los managers casi no llevaban la cuenta de los pitcheos, en lugar de eso estaban pendientes de signos de debilitamiento como dejar caer el brazo o hacer lanzamientos altos. Cuando Spahn permitió solo dos imparables (y sorprendió a uno de los corredores en primera) y Marichal sólo uno entre los innings 10 y 13, la gente sabía que ambos pitchers se mantenían en buenas condiciones. Cuando no lanzaba, Marichal se sentaba en el banco a masticar chicle Bazooka y estudiar a su rival. Luego corría al montículo, era lo mejor para mantener el brazo caliente. Por su parte, Spahn solía salir del campo para encontrarse con su compañero Lew Burdette y fumarse un Camel sin filtro detrás del dugout. Pero Burdette había sido cambiado a los Cardenales de San Luis, así que Spahn, probablemente se iba sólo a prender su cigarrillo, así obtenía fuerza de la nicotina como un personaje de Faulker en Absalom, Absalom. Luego se dirigía lentamente a lanzar.

Sentado en un banco a un lado de la línea de cal del jardín izquierdo, junto a otros relevistas y los catchers de reserva, Al Stanek, el zurdo de 19 años de los Gigantes sentía como si estuviera suspendido en un túnel de viento. Pero estaba muy emocionado. “Santo cielo”, recuerda haber pensado. “¡Dos tipos lanzando este juegazo, y uno pasa de 40 años!”.

La edad de Spahn suavizaba el encono de los fanáticos de los Gigantes. Dave Bush, entonces estudiante de segundo año en Cal-Berkeley, luego fue reportero de béisbol en el Chronicle, estaba soldado al radio (el juego no fue televisado). A medida que el juego se extendía, él le declaró una vez a Roger Angell de The New Yorker, que se inclinaba más por el tipo de más edad.

El manager de San Francisco Alvin Dark le preguntó varias veces a Marichal si quería que lo sacara del juego. “Alvin ¿ves a ese hombre que lanza para el otro equipo?”, le respondió Marichal. “Él tiene 42 años y yo 25, no puedes sacarme del juego mientras ese hombre siga lanzando”.

Spahn parecía acabado en el cierre del décimocuarto episodio antes de salir de un enredo de bases llenas. El décimoquinto lo retiró a paso de conga, y Marichal sacó sin problemas la parte de arriba del décimosexto. Spahn lanzó una screwball tras otra antes de dominar a Harvey Kuenn con un elevado para iniciar el cierre de ese inning. Tenía exactamente 200 pitcheos, y Spahn se mantenía fuerte. El próximo bateador era Willie Mays.

Eran las 12:30 a.m del 03 de julio. Aunque se había ido de 5-0, habiéndose embasado solo mediante un boleto intencional, Mays le prometió al agotado Marichal, quién había lanzado 227 pitcheos, que terminaría el juego que había sido rico en jugadas defensivas y errores, bases robadas y sorprendidos en las bases, de todo menos una carrera.

Ahora, un gran hombre enfrentaría a otro para terminar el juego. El viento se había degradado a una suave brisa. Entremetidas entre la intensidad del juego, las luces de ambos lados del estadio reflejaban varias sombras sobre cada participante, Candlestick por una vez proyectaba una calma de otro mundo.

El primer envío de Spahn para Mays fue otro screwball. De inmediato, Spahn supo que estaba en problemas. Antes que rotar fuera del alcance del bateador, la pelota se colgó ante Mays, tan jugosa y tentadora como una lustrosa manzana en un árbol. Mays descargó su swing característico. En una restrospectiva de Sports Illustrated cuarenta años después, el difunto Ron Fimrite, quién vio el juego como un reportero de noticias del Chronicle, lo calificó como el mejor juego que vio en su vida, describió el batazo de Mays así: “fue un arco alto a la izquierda, donde, luego de flotar en el cielo nocturno por lo que pareció una eternidad, aterrizó más allá de la cerca”.

Gigantes 1, Bravos 0.

Casi dos juegos de acción intensa, duró cuatro horas y 10 minutos. Los aficionados se levantaron y gritaron, por Mays, por Marichal, por Spahn y por ellos. Lo ignoraban en ese momento pero habían visto a dos de los últimos tres pitchers que lanzaron más de 15 innings en un juego, y eso había ocurrido en el mismo juego.

El screwball de Spahn fue el último envío de una noche inolvidable de béisbol, aún cuando Spahn trató de olvidarlo por siempre. “Ese pitcheo probablemente lo molestó más que cualquiera que haya hecho”, dijo su hijo Greg. “Por años dijo que si había un pitcheo que le gustaría hacer de nuevo, sería ese”.

Pero ese juego consolidó la grandeza de Spahn para siempre. Ahí estaba él, la maravilla sin edad, sorprendiendo a los aficionados, desafiando a la sabiduría junto al pitcher joven más grande de su época. El 02 de julio de 1963, Spahn y Marichal se unieron como pitchers especulares, futuros amigos y autores del duelo de pitcheo más grande del béisbol. Que pena que nunca se reunirán otra vez, excepto en el cielo del béisbol.

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