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Revista de arte y cultura. Memoria del arte.POR KARL KRISPIN
A Luis Felipe Capriles
Para referir la historia del nacimiento de Jesús la única guía cierta son las Santas Escrituras del Nuevo Testamento que desarrollan los cuatro evangelistas: Juan, Mateo, Marcos y Lucas. Sucede que María o la Virgen María, la madre de Jesús, estaba comprometida en esponsales con José y el matrimonio se perfeccionaba cuando la mujer prometida era recibida en la casa de su pretendiente. El ángel Gabriel se le apareció y le comunicó que había hallado la gracia delante de Dios, que el Espíritu Santo vendría sobre ella[1] y que concebiría en su seno un niño a quien llamaría Jesús. Al darse cuenta de su estado de gravidez, José no la repudió y pensaba hacerlo de modo privado ya que el castigo para el adulterio era nada menos que la lapidación. El problema del embarazo causado se disipa en un sueño que tiene el propio José cuando también un ángel del Señor se le presenta y le dice: “José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados”. [2] El nacimiento del salvador prometido por los ángeles se produce en Belén de Judá debido a un edicto de César Augusto[3], emperador de Roma y sobrino de Julio César que había dispuesto un empadronamiento de los habitantes del Imperio Romano. Por ser descendiente José de la Casa de David[4] se dirigió a la ciudad de su antecesor que no era otra que Belén. Allí se produjo el nacimiento en un establo siendo que su madre lo envolvió en pañales y lo colocó en un pesebre por no haber sitio para ellos en el albergue de la ciudad.[5] Los ángeles celestiales se encargaron de transmitir la buena nueva entre los pastores quienes fueron a presenciar el nacimiento del Mesías Señor. [6]
De acuerdo con los evangelios, el advenimiento de Jesús se propagó antes de que el mismo ocurriera gracias a la acción divina y la noticia llegó a la Media, país de Asia, al oeste del actual Irán, donde unos magos constituían parte de la clase sacerdotal con una especial influencia en Babilonia. Eran tanto astrónomos como astrólogos y fue por la lectura que hicieron de la bóveda celeste que se encontraron con la estrella que vaticinaba el nacimiento del Mesías, rey de los judíos[7]. De modo que se encomendaron al trazo de la estrella para que los condujera a conocer al personaje adelantado. Los magos hicieron una parada en Jerusalén para preguntar por el monarca recién nacido. A Herodes no le hizo gracia alguna la revelación, y reunió a sus escribas y sacerdotes para inquirir por el lugar de nacimiento del Mesías quienes citando a Oseas contestaron que en Belén, tierra de Judá.[8] El malhumorado Herodes astutamente le pide a los magos que se informen sobre el niño para poder él mismo ir a adorarlo[9]. Con lo que no contaba el iracundo monarca judío que temía perder su reino es que, nuevamente, la intervención santa da aviso a los magos para que no regresaran a Jerusalén y a José que tomara a su mujer y su hijo y que huyeran hacia Egipto[10].
El único de los evangelistas que menciona a estos personajes es Mateo[11] cuando se refiere a la adoración de los magos. Ni siquiera recuerda sus nombres ni establece su número. Relata el periplo, su encuentro con Herodes, el momento en que la estrella que los guio se detuvo en el lugar del recién nacido, el hecho de que se pusieron de rodillas y abrieron sus cofres que contenían oro, incienso y mirra[12]. En Rávena, donde Bizancio descubrió que el mosaico era una forma minuciosa e irreductible de hacer un arte que sobreviviera cualquier centuria y donde Oriente marida un dilatado encuentro con Occidente, es precisamente el lugar en donde se van a representar por primera vez a estos magos que no sólo comienzan a llamarse reyes sino a tener unos nombres que ofrecer y un número que cifrar. Son tres y se denominan Baltasar, Melchor y Gaspar en el orden como los muestra el Gran mosaico de San Apolinar el Nuevo del siglo VI, lo cual se combina armónica y perfectamente con el número del misterio de la Santísima Trinidad. Al trío se le muestra de perfil, diligentemente portando sus ofrendas con cierta actitud presurosa en una puesta en escena simultánea, saltarina y auténticamente obsequiosa. Este mosaico cobra verdadero interés para la historia del arte siendo que es la primera vez que se personifican artísticamente con sus nombres[13] a estos nigromantes que vinieron de Oriente a colocar ofrendas al Dios que escrutaron en la profecía. Huelga decir que su imagen artística comenzó a hacerse desde el preliminar momento del cristianismo catacumbario y perseguido, pero sin la correspondiente identificación nominal. Con el transcurso del tiempo se le ha querido endilgar (arbitrariamente) una simbología continental a estos hechiceros: Gaspar como el asiático, Melchor el europeo y Baltasar el africano. Como América llegó con retraso no pudo sumarse a esta usurpación geográfica. Para mayor imaginación el emperador Federico Barbarroja hizo trasladar en el siglo XII desde Milán a Colonia las reliquias de estos reyes donde hoy su rico sarcófago los ufana con pompa y circunstancia. Ello le valió a esta inmensa catedral que su arzobispo fuese el responsable de coronar en Aquisgrán (Aachen) a los reyes alemanes.[14]
La Catedral de Colonia acoge las reliquias de los tres reyes magos desde los tiempos de Federico Barbarroja. Los restos de los tres sabios se encuentran en un relicario, un sarcófago triple, cubierto de plata dorada. Es el relicario más grande en el mundo occidental y está detrás del altar mayor del templo.
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Usualmente, a los reyes magos se les representa en conjunto y no separadamente. Pieter Paul Rubens, además de haber realizado su propia adoración de los magos, se impuso componer en 1618 tres retratos individuales de lo que serían sus rostros. Los pintó para otro Baltasar, su amigo Balthasar Moretus, dueño de la mayor imprenta europea en los siglos XVI y XVII. Los lienzos permanecieron juntos hasta 1818 cuando se subastaron y fueron adquiridos por personas diferentes y cuelgan en museos distintos en Washington, Bélgica y Puerto Rico. Volvieron a reunirse en 2015 cuando una exposición en la National Gallery de Washington los exhibió de nuevo en familia[15].
De los cuadros célebres donde se les incluye menciono mis favoritos. El primero, La adoración de los magos, de Gentile da Fabriano realizado en 1423 se admira en la Galería Uffizi de Florencia. Enorgullece un lujo áureo desmedido, célebre, conmovedor. Los elegantes reyes orientales vienen trajeados con los mejores paños bordados en un oro legendario que contrasta con la humildad de la sagrada familia. Hay una solemnidad regia más propia del oropel y la prosperidad del Quattrocento italiano que de una escena del modesto Cercano Oriente, narrado desde un paisaje típicamente europeo como correspondía con los usos de la época. Caballeros y caballos lujosamente vestidos y enjaezados secundados por sus palafreneros, escuderos y sirvientes entre el destello y el lapislázuli, dogos de cacería, animales exóticos como el mono o el dromedario, vistosos y elevados halcones, y cada rey mago en una edad diferente representando las tres edades del hombre, mientras en la parte superior del suntuosísimo retablo se cuenta la historia del viaje de los reyes magos. La obra fue encargada por el rico banquero Palla Strozzi quien aparece detrás de la figura central de uno de los reyes magos. Este rey, ricamente ataviado, a quien un sirviente le arregla sus espuelas de montar, contrasta con su actitud contemplativa, recogida y admirativa ante la natividad a pesar del radiante boato que lo acompaña.
En cuanto al segundo, también llamado La adoración de los magos, y que habita en el Museo del Prado, viene del trazo hermético, críptico y sibilino del Bosco, Hyeronimus Bosch, y se trata de una pieza mayor del pintor holandés como fueron todas, inescrutables y plagadas del secretismo enigmático y fantástico de las composiciones meta reales que procuró. La visita de los sabios está enmarcada en medio de dos ejércitos cabalgando para enfrentarse, una suerte de dialéctica entre la vida y la muerte sobre la escena de la llegada del Salvador, metáfora de la vida eterna, y paradoja frente al evento bélico. El ejército de la izquierda, la siniestra, pertenece a los de los infieles, mientras que el de la diestra, luce cristiano. Una pareja indiferente a la contienda permanece abrazada sin importarle los batallones de caballería prestos a despanzurrarse. La ciudad que se eleva sobre el tríptico tiene un sol dubitativo y poco convincente que alumbra una entremezclada arquitectura de torres, minaretes, zigurats, molinos, ejércitos regresando y hasta un ejecutado que pende solitario para siempre en la vida y en la muerte en las afueras de la urbe amurallada mientras un eremita sobre una colina yerma le da para siempre la espalda. En la escena principal, Baltasar, el rey negro, carga la ofrenda devocionada al dios niño, y sobre ella en posición de aleteo inminente se posa un dragón en miniatura. El establo está casi por derrumbarse, el mal acecha con peligro y viene plagado de curiosos, fantasmagóricos y acechantes, trepados a un tejado por desvanecerse, lunáticos y dementes, hombres subiéndose a los árboles quien sabe si para nunca más bajar, figuras en trance y atónitas a punto de fraguar una revuelta o una disolución. Y en derredor una bestia devorando a un hombre mientras, nuevamente en el motivo central, la virgen y el niño parecen ausentes a la par que nos preguntamos por qué Hyeronimus van Aeken, El Bosco, dejó por fuera de la composición central a san José a quien despacha al ala izquierda (la siniestra) a lavar los pañales del niño. Este extraordinario tríptico nos deja sin aliento, sin descanso, sin argumentos racionales, retándonos a que nunca podremos resolver el significado de los perversos guiños pictóricos con que el maestro sembró de acertijos angustiosos este cuadro abigarrado de escenas inconexas, espectrales y atemorizantes.
De acuerdo con el evangelio de Mateo, la visita de los reyes magos fue antes de la matanza de los niños inocentes ordenada por el cruel Herodes. Una confusión estelar, sin embargo, ha sido recogida por nuestros apresurados calendarios que han fijado el día 28 de diciembre como el Día de los Santos Inocentes, mientras la adoración de los magos la tenemos para un impuntual y anacrónico 6 de enero. Estos personajes apenas esbozados por el inspirado evangelista poniendo por escrito la palabra de Dios, asumen una de las representaciones más felices de la historia de la cristiandad como es la de la ofrenda, el presente, el regalo, como símbolo de la felicidad del otro gracias a una natividad que no deja de sorprendernos y arrebolarnos, aunque hayamos navegado por más de veinte siglos donde parece más común esa batalla a punto de estallar a que nos arrastran los arcanos del rarísimo y genial Gerónimo Bosco.
Museo del Prado
Los grandes maestros de la pintura recrearon el momento de La Adoración de los Magos. Pulsar para apreciar las obras completas, de esta breve selección.
[1] Lucas 1, 35. El cineasta Luis Buñuel explica en sus memorias, Mi último suspiro, a propósito de la preparación del dry-martini: “Los buenos catadores que toman el dry-martini muy seco, incluso han llegado a decir que basta con dejar que un rayo de sol pase a través de una botella de “Noilly-Prat” antes de dar en la copa de ginebra. Hubo una época en la que en Norteamérica se decía que un buen dry-martini debe parecerse a la concepción de la Virgen. Efectivamente, ya se sabe que, según santo Tomás de Aquino, el poder generador del Espíritu Santo pasó a través del himen de la Virgen ´como un rayo de sol atraviesa un cristal sin romperlo´.” Buñuel, Luis. Mi último suspiro (Memorias). Plaza & Janes, S. A., Barcelona 1982, p. 48.
[2] Mateo 1, 19.
[3] A la muerte de Jesús el emperador romano era Tiberio.
[4] Lucas 2, 4.
[5] Lucas 2, 7.
[6] Lucas 2, 11. Por cierto, José y María tuvieron otros hijos después del nacimiento de Jesús tantos varones como hembras. Lo menciona el evangelista Marcos: “¿No es acaso el carpintero, hijo de María, y el hermano de Santiago, de José, y de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?”. Marcos 6, 3.
[7] Comentarios al evangelio según de Mateo. Sagrada Biblia, Versión directa de las lenguas originales por Eloíno Nácar Fuster y Albert Colunga, O. P. Revisión del texto y de los estudios introductorios por una comisión de escrituristas presidida por Maximiliano García Cordero, O. P. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1972, p. 1154.
[8] “Y tú, Belén tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los clanes de Judá, pues de ti saldrá un caudillo, que apacentará a mi pueblo, Israel.” Mateo 2, 6.
[9] Mateo 2, 8.
[10] Mateo 2, 12 y 2, 13.
[11] Gombrich se refiere al pintor de un manuscrito del siglo IX en que no representa al evangelista “como un apacible letrado sentado tranquilamente en su estudio” sino como un “hombre inspirado, poniendo por escrito la palabra de Dios”. Gombrich, E. H.. Historia del arte. Ediciones Garriga, S. A., Barcelona 1967, p. 132.
[12] Mateo 2, 10 y 11. El incienso representaba la divinidad, la mirra era la encarnación humana en cuanto era un material para embalsamar, y el oro es el símbolo de los reyes.
[13] Señala Sira Gadea en referencia a su primera mención que “Los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar aparecen por primera vez en el siglo VI en el Evangelio Armenio de la Infancia: “El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo, Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes”. A partir de ese momento la popularización de sus nombres termina siendo un hecho al momento en que son incluidos en el Liber Pontificalis del siglo IX. Gadea, Sira. “La iconografía de los reyes magos en el arte cristiano”. Viajar con el arte. https://viajarconelarte.blogspot.com/2016/01/la-iconografia-de-los-reyes-magos-en-el.html
[14] “Catedral de Colonia”, en Maravillas del mundo, Círculo de lectores, Barcelona 1968, p. 21.
[15] https://www.laverdad.es/murcia/culturas/201503/18/tres-reyes-magos-rubens-20150318010411-rc.html
Karl Krispin. Escritor venezolano (Caracas, 1960). Ha publicado las novelas Ve a comprar cigarrillos y desaparece (2020), La advertencia del ciudadano Norton (2010), Con la urbe al cuello (2005, 2006, 2012), Viernes a eso de las nueve (1992); los estudios La revolución Libertadora (1990), Golpe de Estado Venezuela 1945-1948, (1994), los ensayos Bush en Playa Parguito (2018) Lecturas y deslecturas (2009), Camino de humores (1998); los minicuentos 200 breves (2015) Ciento breve (2004). Es profesor de Historia de la Universidad Metropolitana. Colaborador habitual de @zendalibros y @prodavinci. Ha sido presidente de la Asociación Cultural Humboldt en Venezuela. Es Miembro del Club de Roma y presidente del Capítulo Venezolano del Club de Roma. Su cuenta Twitter es @kkrispin y en Instagram @karlkrispin.
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