José Antonio soñaba con “una España grande y libre”, y su sueño le llevó a morir fusilado en un lóbrego rincón de la cárcel de Alicante, mientras el nuevo soñador, “el mongol”, que no mongólico porque es más listo que una ardilla, aprovechando la catarsis producida por la pandemia de Covid-19, y la inepcia y la ambición de permanencia en el poder del “insomne”, trata de hacer de esta vieja nación un país pequeñito y cabreado. De momento, con la inestimable ayuda del maldito virus que nos llegó de Oriente como los Reyes Magos, y el “no sabe no contesta” de sus ambiciosos socios de Gobierno, que por seguir calentando sus sillones ministeriales están dispuestos a dejarle hacer lo que le venga en gana, ha conseguido que las plazas de toros de estos campos de soledad mustio collado se conviertan en tristes recintos en los que crece la hierba, como en la veredita verde que va a la ermita, en la que lloran de pena las margaritas de la canción.
Lo de la crueldad de la Fiesta no se lo cree ni él. ¿Por qué no nos empeñamos en acabar con los enfrentamientos armados del mundo? Así al menos tendría cierta legitimidad para rasgarse las vestiduras por la “crueldad” de tan multisecular espectáculo de arte y cultura
De momento, el pequeñín en cuestión, que jamás las había soñado tan gordas, ayudado por las circunstancias está logrando una España sin toros, y sin esperanzas de que los clarines y trompetas vuelvan a romper el aire de las tardes de esta España nuestra. Su cantinela de la crueldad de la Fiesta no se la cree ni él. ¿Acaso es menos cruel que el espectáculo de luz, música, color, valentía y bravura que tiene como base la lidia del toro bravo, el desparpajo que significa llevar a la juventud a una guerra en la que el hombre se convierte en el lobo del hombre? Pues bien, esas guerras fratricidas las arbitran hombres como él arrellanados en los sillones de sus mesas de despacho. ¿Por qué no nos empeñamos en acabar con los enfrentamientos armados en el mundo entero? Si al menos sirvieran para eso los que dicen estar en política por vocación de servicio a los pueblos, tendrían cierta legitimidad para rasgarse las vestiduras por la “crueldad” de una multisecular fiesta de arte y cultura como es la tauromaquia.
Ellos saben bien que su antitaurinismo se basa en interesados cálculos preelectorales que les indican que en este país proliferan los enemigos de la Fiesta. Pero se equivocan, porque entre los indiferentes, los no beligerantes y los aficionados al arte de Cúchares es muy probable que exista una notable mayoría.
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