Blog de Víctor José López /Periodista

martes, 5 de enero de 2021

PDVSA, AUGE Y CAÍDA Por Eduardo Casanova



Petróleos de Venezuela S.A (PDVSA) fue creada a fines de 1975 e inició operaciones el 1º de enero de 1976, a raíz de la nacionalización del petróleo. 
Fue concebida muy inteligentemente como una empresa propiedad del estado venezolano, pero que se manejaría como si fuera una empresa privada, con énfasis en la meritocracia y sin que en ella influyera la política partidista.
 Su primer presidente fue el General (E) Rafael Alfonzo Ravard, un militar atípico, ligado a la industria privada y con grandes méritos para ese cargo.
 Venía de presidir con mucho éxito la Corporación Venezolana de Guayana, y era universalmente respetado. Pocas veces un nombramiento ha sido aprobado en forma tan unánime como fue el del General Alfonzo. 
Sus prioridades internas, según el analista Gustavo Coronel, fueron: 
“(1), la Racionalización Organizacional, llevar las 15 empresas heredadas de las concesionarias a no más de cuatro; 
(2), planificar y activar una campaña exploratoria, a fin de incrementar las reservas probadas de Petróleo; 
(3), asegurar la continuidad y estabilidad de la producción, estableciendo contratos de tecnología y de asesoría operacional con algunas de las ex-concesionarias;
 (4), Comenzar a planificar el cambio de patrón de refinación, a fin de atender al cambio en los patrones de demanda en los países clientes; 
(5), Planificar el desarrollo la faja del Orinoco;
(6) Establecer una fluida relación de planificación operacional y financiera con las empresas filiales”. 

Además fue muy bien asesorado, entre otros por Guillermo Rodríguez Eraso y Alberto Quirós Corradi, que se habían formado en las petroleras transnacionales. Su gestión, entre enero de 1976 y marzo de 1983, fue abiertamente exitosa, y había cubierto los gobiernos de Carlos Andrés Pérez (2), que lo designó, y de Luis Herrera Campíns, que lo ratificó y lo mantuvo en el cargo hasta que designó, en marzo de 1983, a Humberto Calderón Berti, geólogo de profesión, que no hizo mayores cambios y estuvo en el cargo hasta la llegada al poder de Jaime Lusinchi, que nombró al guayanés Brígido Natera, geólogo igualmente. En octubre de 1986, Lusinchi designó presidente de la petrolera a Juan Chacín Guzmán, su pariente, que en marzo de 1990 entregó el cargo a Andrés Sosa Pietri, con lo que se dio un cambio generacional y entró a dirigir la empresa un joven, hijo de un hombre público importante que había participado en los pininos de PDVSA y estaba ligado a la industria petrolera privada.

 Según Coronel: “Carlos Andrés Pérez consideró que el presidente de PDVSA no debía ser un petrolero salido de las filas de la industria, argumentando que ‘PDVSA no era el ejército’. Por lo tanto le ofreció la presidencia de la empresa a Pedro Tinoco, a Julio Sosa Rodríguez, a Enrique Machado Zuloaga, a Jorge Pérez Amado y a Andrés Sosa Pietri, quien le aceptó el cargo”. 
En cierta forma, aunque con mucha discreción y sin mayores efectos, se empezaba a quebrar la no politización de la industria petrolera. A Sosa Pietri, cuya gestión bue muy aceptable, lo sucedió Gustavo Roosen, también de nueva generación y formado en el sector privado, que planteó que se requerían inversiones distintas a las de la nación y, de hecho, empezó a promover el proceso de apertura. Hacia el final del tiempo de CAP, Roosen fue sustituido por Luis Giusti, que era Vicepresidente de Maravén, por lo que hubo allí un notable “salto de canguro”: Giusti era en ese momento vicepresidente de Maravén, una de las empresas filiales de PDVSA. Al nombrarlo, se dejó atrás a varios que por jerarquía debían tener preferencia, como Julio Trinkunas, Roberto Mandini, Arnold Volkenborn y Eduardo López Quevedo. 
El hecho, ratificado por Caldera, fue contrario a las normas de PDVSA y no cayó bien en la empresa, a pesar de los muchos méritos de Giusti. Según Gustavo Coronel “El impacto de esta decisión en el seno de PDVSA fue muy negativo y la desmotivación y el resentimiento llegaron a niveles nunca antes existentes en la organización. A pesar de que se continuó hablando de meritocracia, este concepto perdió mucho de su contenido y pasó a formar parte de la retórica vacía que los venezolanos acostumbran asociar con el mundo político”.
 Con Giusti a la cabeza de PDVSA (y Caldera a la cabeza del país) se dio la apertura al capital privado, lo que implicó el primer cambio de rumbo importante desde la gestión del general Alfonso Ravard. 
Hasta entonces, con sus alzas y sus bajas (mucho más alzas que bajas), PDVSA había sido una empresa exitosa y estaba entre las mejores del mundo. Sus inversiones en el extranjero, Citgo en USA, Veba en Alemania, Nynes en Suecia, etcétera, le habían garantizado un excelente desempeño, y, sobre todo, había tenido éxito en evitar la politización. Pero en eso llegó Chávez, un militarcito golpista, demagogo, irresponsable, incompetente y corrupto, que por los muchos errores de la clase política pudo llegar a la presidencia de la república y hacer todos los disparates imaginables.
 Nombró presidente de PDVSA a un ejecutivo de carrera, Roberto Mandini, que fue mi condiscípulo en primer año de bachillerato en La Salle de Caracas, y fue el primero de la clase. Quizás estaba todavía resentido por lo de Giusti, pero parecía una buena escogencia, a no ser porque le puso al lado, como director al chavista Héctor Ciavaldini, que había sido despedido de la organización y obviamente no era recomendable. Mandini duró muy poco, de febrero a agosto del 99 (desilusionado se autoexilió y murió en USA en 2017) y fue sustituido en la presidencia de PDVSA ¡nada menos que por Ciavaldini! 
La corrupción empezaba a apropiarse de PDVSA. Pero algo de conciencia quedaba y en octubre del 2000 sacaron a Ciavaldini y pusieron a Guaicaipuro Lameda, un militar de carrera que trató de enderezar las cosas y justificar lo injustificable, pues ya empezaba la regaladera de petróleo a Cuba, un elemento innegable de politización que además perjudicaba grandemente los ingresos de la empresa y por lo tanto las utilidades de su personal. 
Dos años después Lameda fue sustituido por Gastón Parra Luzardo, político chavista que hizo una gestión muy mala y sucumbió a la tormenta del Paro petrolero de 2002, que fue la tormenta que acabó con la empresa. Prácticamente todo el personal de la empresa se sumó al paro que buscaba sacar del poder a Chávez por el daño que le hacía a PDVSA y a toda Venezuela. Superado el paro, Chávez, en forma irresponsable y sin medir las consecuencias de su locura, despidió en forma grotesca a 15.000 trabajadores de la empresa, incluidos los gerentes y dirigentes. Venezuela, que en palabras de Arturo Uslar Pietri era un cuerpo cuyo esqueleto estaba formado por el petróleo, al quedarse sin esqueleto se derrumbó del todo, tal como PDVSA. Ese personal de 15.000 hombres y mujeres se desparramó por el mundo entero. 
Empresas de muchos países se vieron beneficiadas por el personal que se había formado durante años en PDVSA, y en la misma medida, PDVSA y Venezuela se vieron perjudicadas. La empresa dejó de producir, no solo gasolina y gasoil, sino gas natural, cuya producción depende directamente de la de petróleo. El país quebró, literalmente, y los capos chavistas empezaron a vivir de la droga y los negocios ilegales, mientras la gente común empezaba a pasar trabajo. Todo se había arruinado. Todo está arruinado. PDVSA, que fue diseñada para durar más de un siglo, mientras el petróleo fuera importante en el planeta, apenas duró poco más de cuarenta años. Y no es fácil que, cuando por fin caiga el chavismo, PDVSA levante cabeza. El daño que hizo el chavismo fue exagerado. Mortal. Definitivo.

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