Blog de Víctor José López /Periodista

martes, 1 de septiembre de 2020

EN TORNO A LA MUERTE Por Eduardo Casanova

El fallecimiento de uno de los hombres más perversos y cuestionables del chavismo, el tal Darío Vivas, ha hecho que mucha gente se alegre, pero también algunos han manifestado, muy prudentemente, que no los alegra la muerte de nadie, ni siquiera la de un delincuente que le ha hecho tanto daño a Venezuela.




Frente a lo cual otros han recordado que el peor y más perverso de todos los chavistas, el tal Hugo Chávez, al morir Carlos Andrés Pérez dijo una barbaridad intolerable. Chávez y Vivas fueron dos delincuentes infames, pero parecería que nadie les cobra su maldad, puesto que les rindieron honores y todo. Eso me mueve a reflexionar brevemente sobre la muerte. La muerte es una parte muy importante de la vida. No hay vida sin muerte ni muerte sin vida. Es algo que se ha sabido siempre y que está presente en muchas culturas y civilizaciones. En el caso concreto de los seres humanos puede producirse por muchas causas, pero es absolutamente inevitable. Y sin la más mínima duda, desde que existe el hombre sobre la faz de la Tierra, la muerte es algo indisolublemente ligado a la existencia. Tarde o temprano, a todo el que vive, se le hace inevitable el saber que su vida tiene un término, y todo el que ha vivido va a morir. Por lo general los niños no tienen conciencia de que eso es así, pero los adolescentes y los jóvenes sí, y desde luego, los ancianos lo saben con certeza. Por otra parte, en muchas culturas se rinde culto a la muerte y a los muertos, lo que indica que hay una clara intuición de que no se trata de un final, sino de una transformación, del comienzo de algo diferente a lo que ha sido la vida. Hoy en día se puede definir la muerte como la incapacidad orgánica de sostener la homeostasis. Puede entonces definirse, aunque pueda parecer una verdad de Perogrullo, como algo resultante de la incapacidad orgánica de mantener la vida, a partir de que la degradación del ácido desoxirribonucleico (ADN) que contienen los núcleos celulares haga prácticamente imposible la replicación de las células. Las civilizaciones (y las religiones) de la antigüedad suponían que la muerte no era el final de la existencia, sino de la vida, y que las almas simplemente pasaban a otro plano: el infierno (sin que supusiera castigo), al Hades, el Paraíso, etcétera, hasta que el judaísmo y el cristianismo empezaron a diferenciar el destino de las almas de acuerdo al comportamiento de los individuos en esta vida: castigo para los pecadores, premio para los virtuosos. Como todo lo que tiene que ver con religión, se trata de algo que se acepta o se niega. Cuestión de fe. Pero en años recientes el ciencia, sobre todo la ciencia más elevada, se ha ocupado de ese tema, y lo ha convertido en algo que puede ser estudiado y analizado con las herramientas más formidables que tiene su mano el pensamiento humano. Para definir la muerte parecería que es necesario saber qué es la vida. Y la vida bien podría ser el efecto del alma sobre la materia, entendiendo por alma una de las partículas elementales de todo lo que existe, un bosón, que según la física cuántica es una partícula que interactúa con la materia. Hoy, varios científicos, especialmente médicos, como la suizo-norteamericana Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004), Willem (“Pim”) van Lommel, nacido en Holanda en 1943, Stuart Hameroff, nacido en Buffalo, NY, USA, en 1947, han usado los mejores recursos de la ciencia para estudiar la posibilidad de que la muerte, como sostenían las religiones antiguas, no sea el final de todo, sino un cambio importante en la forma de existir de los seres vivos. A ellos se ha sumado uno de los científicos más importantes y completos de la historia de la humanidad: el inglés Roger Penrose, que cumplió 89 años en estos días. Hijo del científico Lionel Penrose y de Margaret Leathes, es hermano del conocido matemático Oliver Penrose y el ajedrecista Jonathan Penrose, de fama mundial. Se dio a conocer en su juventud, en 1955, cuando era todavía estudiante, por inventar o reinventar “la inversa generalizada”, también conocida como la inversa Moore-Penrose. Se doctoró en Cambridge en 1958, con una tesis que trataba acerca de “métodos tensores en geometría algebraica”, supervisada por John A. Todd, algebrista y geómetra. En trabajo conjunto con el físico Stephen Hawking, en 1965 demostraron que los llamados “agujeros negros” pueden formarse a partir del colapso de inmensas estrellas moribundas. Las contribuciones Penrose a la física cuántica han sido importantísimas. Su teoría de twistores, su hipótesis de censura cósmica, que propone informalmente que el Universo nos protege de la inherente impredictibilidad de las singularidades, como pueden ser los agujeros negros, ocultándolos de la vista, los llamados teselados de Penrose, y, sobre todo, las llamadas redes de spin con las que posteriormente formó la geometría del espaciotiempo en un bucle gravitónico cuántico (1971). Penrose también influyó notablemente en la popularización de los diagramas conocidos como diagramas causales. En 2006 fue el editor de “El camino a una realidad: una guía completa a las leyes del Universo”, cuya intención era crear una guía general sobre las leyes de las físicas, es decir, una divulgación de los logros científicos más importantes de los últimos tiempos, especialmente relacionados con la física cuántica. Es, como vemos, un científico de primer orden, que está prácticamente a la cabeza de la ciencia actual. Pero Penrose no se quedó en el terreno de la física cuántica y la matemática. También se interesó especialmente por la mente humana. En su opinión, debe haber algo de naturaleza no computable en las leyes físicas que podría describir la actividad mental, argumento que tiene como base el teorema de la incompletitud de Gödel, que habla de la imposibilidad de una demostración formal de una cierta proposición matemática, aunque para el entendimiento humano ésta sea de hecho verdadera. Por otra parte, se asoció con el médico y psicólogo norteamericano Stuart Hameroff en busca de explicaciones relacionadas con la Conciencia y la posibilidad de que la Consciencia, es decir, el alma, sobreviva al cuerpo. Y ambos llegaron a la misma conclusión que Kübler-Ross, Van Lommel y otros estudiosos: la conciencia no desaparece con la muerte del cuerpo, sino sobrevive, lo que en otras palabras puede enunciarse como que el alma está ligada al cuerpo mientras el cuerpo vive, pero no desaparece con la muerte. En definitiva, la ciencia tendrá que aceptar que la muerte, el fin definitivo de la vida de un ser vivo, como el humano, se produce cuando el alma deja de proveer de aliento vital o Energía vital a todas las partes del organismo. Es el momento en que el alma, que como onda o partícula puede estar a la vez en dos lugares distantes (algo demostrado por la física cuántica), abandona definitivamente el cuerpo en el que fue creada y pasa a existir únicamente en la Eternidad. Para siempre. De modo que en pleno siglo XXI, la “racionalidad”, que negaba la existencia de Dios y todo lo que eso significa, tiene que dar marcha atrás: la ciencia más avanzada ha demostrado que Dios y el alma sí existen, y que cuando el cuerpo muere, el alma se libera y va a tener a algún sitio que no podemos identificar, en donde muy posiblemente existirá para siempre. Y todo indica, que la conducta de la persona en esta vida, relacionada con la frecuencia en que vibra, sí tiene que ver con el destino del alma en la otra. Es decir, judíos y cristianos sí tienen razón, y seres perversos como los dos que nombré más arriba, sí pagarán sus crímenes en la eternidad. Es algo que, por lo menos a mí, me da un fresquito.

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