El 19 de abril de 1810 se produjo algo que podría calificarse de primer golpe de estado exitoso de la historia de Venezuela, pero no fue un golpe de estado a favor de la Independencia, sino en defensa de los derechos del rey de España. En realidad, el 19 de abril, en verdad, fue algo de no mucho vuelo, a pesar de la visión romántica de quienes hasta hace poco lo exaltaban como en inicio de la Independencia.
Fue más bien un enfrentamiento entre los adversarios de la Revolución Francesa y sus partidarios, en el que Francisco Salias, que fue el protagonista criollo del hecho, se oponía a la Revolución, y Vicente Emparan, el protagonista español, la defendía.
Francisco Salias (1785-1834), tal como sus hermanos, Vicente (1776-1814), Pedro (muerto en 1814) y Juan (muerto en 1816), parece un personaje de drama o de ópera o de novela, creado por un poeta únicamente para su fugaz aparición el Jueves Santo 19 de abril de 1810, cuando en gesto que la posteridad ha fijado como eminentemente teatral (o novelesco), detuvo al gobernador y capitán general Vicente Emparan frente a la puerta de la Catedral, le señaló la antigua Cárcel Real, sede del Ayuntamiento y prácticamente lo obligó a regresar al sitio en donde debía seguir reunido el Cabildo, a no ser porque pocos minutos antes Emparan había suspendido una reunión convocada por los patriotas con el objeto de tomar una decisión ante las graves noticias que acababan de llegar a la ciudad, pues el 17 de abril se supo de manera oficial que los franceses habían tomado Sevilla, se había disuelto la Junta Suprema de España y se había formado el Consejo de Regencia.
Emparan, que era amigo personal de casi todos los protagonistas de esa fecha, era liberal y hasta francófilo, y pocos días antes había confinado en sus haciendas, entre otros a Simón y Juan Vicente Bolívar al serle delatada la “conspiración de la Casa de Misericordia” (2 de abril de 1810). En esa oportunidad entendió perfectamente hacia dónde se dirigían los acontecimientos y hasta supo, por una delación o una indiscreción, que durante el 18 y hasta la madrugada del 19 se habían realizado varias reuniones en las que los conjurados decidieron utilizar el hecho de que el gobernador y capitán general tendría que ir al Cabildo Municipal y a la Catedral durante las ceremonias religiosas del Jueves Santo, para plantear en términos conflictivos la situación. Situación que, por otra parte, no tenía nada de novedad, puesto que en la Metrópoli venía debatiéndose el asunto desde hacía no menos de tres años, por lo que era poco menos que imposible que en la América española se ignorara de manera total la realidad de la Península y del continente europeo.
Emparan lo sabía, y no se hacía ilusiones. Por debilidad, o porque su información no era completa, cuando la realidad le estalló en la cara hasta permitió que se iniciara la reunión del Cabildo y que se discutiera la situación en términos muy precisos, pero a las nueve de la mañana, consciente de que todo tomaba un giro muy peligroso para su autoridad, cortó de raíz el debate con el alegato de que debía asistir a los oficios divinos en la Catedral. Acompañado por el Cabildo en pleno, y en medio de un ambiente de agitación e inquietud, atravesó la Plaza Mayor, de Oeste a Este entre gentes que gritaban “¡A Cabildo, a Cabildo!”, y fue entonces cuando Francisco Salias, con gesto decidido, lo hizo regresar a las casas consistoriales.
Hubo un momento especialmente tenso, cuando los granaderos, formados ante el templo, se prepararon para cargar en defensa de Emparan, primera autoridad civil y militar de la Capitanía General, pero su jefe, el capitán Luis de Ponte, pariente de los Bolívar y los Tovar, les ordenó quedarse en posición de firmes, con lo cual Emparan se enteró, ya sin duda alguna, de que se acababa de consumar un golpe de estado y no le quedaba otro camino que ceder, regresar al Ayuntamiento, ubicado en donde hoy vemos la Casa Amarilla, y tratar de ganar un tiempo que ya lo había condenado a la derrota. De manera que la acción principal del primer verdadero golpe militar de Venezuela tuvo lugar en la esquina de La Torre, a pocos pasos de la puerta principal de la Catedral de Caracas.
Las otras acciones, en especial las deliberaciones y debates que se produjeron luego de que Emparan, el Intendente Vicente Basadre y los otros españoles peninsulares fueron sacados del lugar, y que condujeron a un nuevo gobierno y, por ende, al nacimiento de una y varias naciones americanas libres, ya no fueron parte del golpe de estado, sino de una verdadera revolución, la única verdadera revolución que ha conocido Venezuela. Emparan era consciente de que su situación no tenía salida cuando entró de nuevo al debate del Cabildo. Afuera, en la Plaza, los Salias, Francisco Javier Yanes, Juan Germán Roscio, José Félix Ribas, Tomás y Mariano Montilla, José Félix Blanco, J.J. Mujica (llamado “El Pueblo”), Juan Trimiño y muchos más, hablaban con la multitud y sembraban sus ideas. Agitaban las masas. No estaban Simón Bolívar, su hermano Juan Vicente y otros que desde tiempo atrás venían preparando el terreno para ese día, porque el gobernador Emparan los había detenido y confinado a distintas haciendas y lugares de reclusión a raíz de la llamada Conspiración de la Casa de Misericordia, que había sido un claro anuncio de la Revolución del Jueves Santo. Con las noticias llegadas de España empezaba, definitivamente, una nueva etapa para la América española. Emparan representaba un gobierno inexistente y los venezolanos ya no eran súbditos de rey alguno, decía la mayoría de los cabildantes, que en previsión de reluctancia por parte de las autoridades ahora defenestradas, hicieron comparecer a ellos a los altos jefes españoles. Muchos de ellos trataron de ofrecer resistencia, pero fue inútil. Todo aquello estaba decidido antes de empezar. Hicieron presentarse también a las cabezas de los tres conventos de hombres (franciscanos, mercedarios y agustinos) y al rector del Seminario Arquidiocesano. Dos sedicentes “diputados del clero”, José Cortés de Madariaga (que ese día entró en la historia como contraparte de Emparan, es decir, como vencedor; y que poco después saldría a Bogotá en misión diplomática del nuevo gobierno y en el camino sería excomulgado; a la caída de la Primera República, fue enviado a España como uno de los “ocho monstruos”, que después vivirían grandes aventuras como la de escapar y ser recapturados; murió en Río Hacha, Colombia, en 1826, poco después de pasar por Santa Marta en donde casi cinco años después moriría Bolívar, quien, por cierto, consideraba a Madariaga loco) y Francisco José Ribas, se unirían allí a Juan Germán Roscio y José Félix Sosa, que se decían diputados del pueblo, y a los terratenientes mantuanos Francisco Javier de Ustáriz y José Félix Ribas, quien, vaya uno a saber por qué, se declaró diputado de los pardos.
Estaban también en la sala varios jefes militares conjurados, como Lino de Clemente. Nicolás de Castro y Juan Pablo Ayala, todos blancos criollos. En un momento dado pareció que los hechos se les iban de la mano a los revolucionarios, cuando se habló de una Junta presidida por Emparan, pero el cura Cortés de Madariaga se enfrentó hasta con violencia al capitán general, y es entonces cuando parece haber habido una voluntad teatral en los protagonistas de aquello: Emparan se asoma al balcón en busca de apoyo popular, que está a punto de dársele, a no ser porque Madariaga, enérgicamente, hace señas con la mano para que el pueblo diga no. Y el pueblo se deja llevar por el gesto del exaltado cura y los movimientos de otros conjurados que se habían regado hábilmente entre la masa, tal como lo harían muchos revolucionarios en Rusia, más de un siglo después. Emparan exclamará su famosa frase: “yo tampoco quiero mando”, y en ese balcón de la Casa Amarilla habrá empezado a nacer Venezuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario