Blog de Víctor José López /Periodista

sábado, 28 de marzo de 2020

LA INVASIÓN Por Eduardo Casanova



No me gusta en absoluto la idea de que ejércitos extranjeros invadan nuestro país. 
Ni siquiera si esa invasión va a rescatarnos del horror en el que nos metieron los socialistas del siglo XXI con su egoísmo, su maldad, su corrupción y su ineptitud. 
Pero si es ese el precio que hay que pagar por recuperar la dignidad, tendré que aceptarlo con rabia y dolor.


 No he combatido el chavismo por intereses personales, todo el que me conoce sabe que no estoy ni he estado nunca entre los adoradores del dios dinero, el “poderoso caballero” de Quevedo. 
Toda mi vida, con la excepción de los dos períodos en que fui embajador y tuve que usar las instalaciones de una embajada de Venezuela, he vivido en espacios más bien modestos y sin la más mínima ostentación, nunca he tenido automóviles de lujo, nunca me he vestido con ostentación, nunca he reclamado para mí privilegios de ninguna especie, nunca he explotado el trabajo ajeno ni me he aprovechado de los demás, de modo que mi posición no ha sido por defender privilegios ni por tratar de conservar derechos que no son justos, sino porque creo en la democracia y en la libertad como bastiones de la justicia y como espacios de lo mejor. 

Siempre he sostenido que los chavistas son perversos, que son chavistas por resentidos, por canallas, por enemigos de lo humano. 

Y por desgracia mis esfuerzos y los esfuerzos de todos los que queremos lo mejor para Venezuela se han estrellado siempre contra un inmenso muro de perversidad, de corrupción, contra las armas de unos militares corrompidos que no tienen otro norte que el egoísmo y las riquezas mal habidas. Hoy debo reconocer que no pudimos, y que necesitamos ayuda verdadera de los extranjeros. 
No apoyo moral, que lo hemos tenido desde hace mucho tiempo, sino auxilio, físico y eficiente, y si ese auxilio tiene que ser con las armas, tendremos que aceptarlo a pesar de lo que implica. Los chavistas van a cosechar lo que sembraron. Sembraron resentimiento y odio y van a cosechar venganza. Jugaron con fuego y van a quemarse. Mataron a hierro y a hierro van a morir. 
Creyeron que podían burlarse de todo el mundo y sembrar drogas y perversión en todas partes y no fue así. Tocaron fibras sensibles de gentes muy poderosas y todos tendremos que pagar por sus imprudencias y sus crímenes. Venezuela va a sufrir y a ver “hoyado su suelo por la planta insolente del extranjero”, dicho en el leguaje cursi de la retórica decimonónica del castrismo venezolano. Pero todo será como una intervención quirúrgica mayor. Hace unos años yo pasé por un trance muy desagradable: un cáncer de colon. Debí soportar una operación en la que me mutilaron, me quitaron casi cuarenta centímetros de intestino, pasé varios días con dolores insoportables, con sondas, con agujas clavadas en mis venas, con sopores de agonía. Y luego pasé varios meses de quimioterapia y radioterapia que no fueron nada agradables. Pero al final mi cuerpo sanó del todo y recuperé plenamente la alegría de vivir, el goce de estar con mi mujer y mis hijos y mis amigos y el sol que todo lo iluminaba. Fue duro, pero valió la pena. Y así visualizo lo que vamos a tener que pasar los venezolanos. Tiempos duros y difíciles, pero necesarios para recuperar la vida digna que los chavistas nos arrebataron. Ojalá que no sea necesaria la invasión. Sería un bello regalo de la Providencia. Ojalá que todo se resuelva de otra forma y en los próximos días podamos celebrar en propiedad el regreso a la democracia y a la prosperidad. Pero si no es así, si tenemos que padecer una auténtica invasión y ver soldados extranjeros manteniendo el orden y dirigiendo el tráfico en las calles de nuestras ciudades, habrá que aceptarlo y darles las gracias. Después suturarán nuestros tejidos y recuperaremos la alegría que desde hace veinte años no tenemos. Tendremos que cerrar los ojos por un instante y volver a abrirlos cuando todo haya pasado. Y habrá valido la pena.

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