Como el Watergate, que llevó a Nixon a renunciar a la presidencia de los Estados Unidos, la visita de la segunda a de a bordo se ha convertido en un escándalo que compromete ya a la presidencia de Pedro Sánchez, el primer ministro y casi rey de España.
Un velo de misterio se teje sobre las 14 horas que pasó en Madrid la susodicha: que si no bajó del avión, que sí lo hizo pero sin pisar suelo español (quizá el suelo español está en el subsuelo), que si hablaron fue poquito, «que no, !pardiez! que fueron 25 minutos», dicen los contrarios, «pero 24 de un silencio ensordecedor», argumentan ellos en su defensa.
El ministro se esconde, la eurocámara debate el caso. En fin, ella debe estar feliz, en el centro del debate mundial.
En medio de esta empanada gallega en la que se ha metido el nuevo gobierno de España con el tema, se produce una inesperada visita del inefable Rodríguez Zapatero a Venezuela para reunirse con el que te conté y la susodicha.
Esto viene a echarle leña al fuego. Sea que Zapatero haya acudido «motu proprio» o enviado por el gobierno de la «mae patria», esto, como diría Raphael es un escándalo, ¡escandaaaalooo!, por el comprometedor momento en que se produce.
Si en algo está clara esta gente es en la cantidad de desprestigio que son capaces de proporcionar, más si el despresitigiable ya de por sí, ayuda. Además, lo que juega a su favor es que ella no tiene por qué decir la verdad -si la hubiere-, puede inventarse que anduvo de paseo por la Gran Vía y hasta mostrar la factura de la compra de una cartera Carolina Herrera en el Corte (que ya no es inglés por lo del Brexit).
Dicho de otro Morodo, parece que aquí parece que todo el mundo sabe algo de alguien.
Ya lo llaman Delcygate.xa
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