Mientras jerarcas militares participan afanosos en la recolección de firmas para una millonaria protesta contra el gringo que amenaza a la patria, o dirigen simulacros patéticos, con jadeantes voluntarios que corren a protegerse en el túnel de la Planicie de un imaginario bombardeo, en el Este del país, el suelo y la mar patrios son ocupados, sin resistencia, por Guyana, nuestro centenario adversario territorial. Insólito. Algo tan paradójico como si Francia en 1940, se hubiese ocupado de reavivar sus ancestrales disputas con la Pérfida Albión, mientras los tanques de la werhmacht nazi traspasaban su frontera oriental.
Ignorando el Acuerdo de Ginebra de 1966, Guyana ha otorgado concesiones para la exploración petrolera en la plataforma continental atlántica de la zona en disputa, sin la autorización debida de Venezuela. Pero lo más delicado es que los bloques adjudicados ocupan también una extensión de más de 90.000 kilómetros cuadrados, nada menos que dentro de la plataforma continental de nuestro soberano Delta del Orinoco.
Como antecedente, ya en 2004 el “Gigante Eterno” había ofrecido su beneplácito para las intenciones de Guyana en el disputado territorio. Con su declaración, nuestra reclamación era transada a un mísero precio: el voto de Guyana en la OEA.
Por contraste, recordemos que en 1987, ante el ingreso no autorizado de naves de la Armada de Colombia en las aguas del Golfo de Venezuela, con pretensiones de reclamo territorial, la inmediata movilización de las fuerzas armadas ordenada por el presidente Jaime Lusinchi, desplegó rápidamente blindados y más de 100.000 tropas en la frontera colombiana, respaldados por caza-bombarderos F-16 que sobrevolaron las naves intrusas, esperando órdenes para atacar. No fue necesario, Colombia se retiró y no lo intentó de nuevo.
Cabe una ingenua pregunta para nuestra Fuerza Armada: ¿Ha cambiado desde entonces su concepto de soberanía…?
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