Porque algunas veces lo que lleva a una leyenda a trascender el alcance de los simples mortales no es simple pasión, sino algo más allá de los confines de la Tierra.
28 de diciembre de 2014.
Sean Braswell
Joe DiMaggio |
Se supone que los héroes deportivos juegan por amor al juego. Por lo menos al principio. Aún si después viene el dinero y la fama se convierte en su pasatiempo. Raro es el atleta estrella quien llega a eso, quien lo hace por el dinero o porque no tiene algo mejor que hacer. Giuseppe Paolo DiMaggio, nació hace 100 años, el 25 de noviembre, no soñaba con convertirse en beisbolista cuando era niño. Pero hay una diferencia entre amar el juego y necesitarlo, y en su ruta hacia convertirse en inquilino del Salón de la Fama adorado por millones y en el dueño del record más impresionante del beisbol, Joe DiMaggio llegó a necesitar el beisbol, quizás aún más de lo que este lo necesitaba a él.
Se supone que los muchachos sicilianos sigan los pasos de sus padres, y para los DiMaggio, eso significaba pescar. Por generaciones, ellos habían pescado en las aguas de la Isola della Femine, una pequeña villa cercana a Palermo. Hacia finales del siglo XIX, como muchos sicilianos, Giussepe padre emigró hacia el Area de la Bahía, con su clima incomparable y su industria pesquera. Giuseppe hijo, o Joe, nació el 25 de noviembre de 1914, el octavo de nueve hijos, y el cuarto hijo en seguir a su padre al muelle de pescadores, a unas pocas cuadras de su hogar en el vecindario North Beach de San Francisco.
Los tiempos eran duros. En los meses anteriores a la temporada de cangrejos, comunidades enteras del muelle vivían de créditos por comida, ropas y otros insumos. La vida podía ser especialmente retadora para los DiMaggio, con 11 bocas que alimentar y un trabajador cuyo bote era muy pequeño para pescar en las turbulentas aguas de más allá del puente Golden Gate, donde estaba el dinero verdadero. Giuseppe era un trabajador esforzado, se paraba a media noche seis días a la semana para pescar en la Bahía, y cualquier cosa que no llevara comida a la mesa, incluso el beisbol, era, para Giuseppe, como el biógrafo de DiMaggio, Richard Ben Cramer escribió, buono per niente, bueno para nada.
El joven Joe tendía a estar de acuerdo con eso. No le parecía interesante jugar por jugar. Desde las barajas hasta el beisbol, DiMaggio jugaba para ganar, usualmente dinero, y cuando no había nada en juego, él generalmente se abstenía. Aún cuando era niño, como Cramer lo describe en Joe DiMaggio: The Hero’s Life, a menudo se sentaba y veía a los otros niños jugar beisbol en un campo de North Beach. Los otros “siempre querían jugar pelota. Estaban desesperados por jugar, aunque no supieran hacerlo”, escribe Cramer. “Joe podía jugar. Pero había que convencerlo”.
Tambien había que convencer a Joe para ir a trabajar al muelle o para ir a la escuela. Desde temprano el flaco DiMaggio, con su pronunciada nariz, aprendió que podía escapar de trabajar en el muelle vendiendo periódicos en las tardes a los hombres de negocios que frecuentaban las calles del centro de San Francisco. Mantenía el dinero en el bolsillo y el anonimato. Dolorosamente tímido, él también mantenía la cabeza baja en la escuela, la cual encontraba dolorosamente aburrida. Luego de un año en Galileo High School, DiMaggio se fue y nunca regresó.
Era 1931, hasta en California, un muchacho de 16 años tenía que tomar cualquier trabajo que encontrara, cargar durmientes de rieles en camiones, apilar cajas de madera o trabajar en una industria de jugo de naranja. Pero, como Cramer observa, “No había nada que él quisiera hacer, excepto tener unos cuantos dólares en su bolsillo, y evitar el bote de su padre”.
Una invitación para jugar con un equipo de beisbol local, los Jolly Knights, fue el boleto de Joe para escapar del bote. “Al principio él no estaba tan interesado en el beisbol”, le dice a OZY, Jerome Charyn autor de Joe DiMaggio: The Long Vigil. “Era un medio de hacer dinero. Él no pensaba en esto como algo más”.
No se supone que se deba escoger al beisbol tan rápido como lo hizo Joe DiMaggio.
Y cuando el dinero era mejor en otro dugout, Joe cambiaba de uniformes. En su ruta para batear un promedio astronómico de .632 en el verano de 1932, DiMaggio jugó para no menos de cinco equipos diferentes. “Joe se convirtió en bateador por contrato”, escribe Cramer.
No se supone que se deba escoger al beisbol tan rápido como lo hizo Joe DiMaggio. Sin ningún entrenamiento personal y sin nunca haber jugado beisbol de escuela secundaria, en dos años Joe pasó desde las caimaneras hasta la liga de la Costa del Pacífico, a un paso de las Grandes Ligas. “Él no agenció las 10000 horas de Malcolm Gladwell, pero tenía un genio natural”, dice Charyn. “Así como Mozart podía inventar una melodía a los cuatro años, este tipo sabía como jugar beisbol”.
No se suponía que se pudiera batear de hit en 56 juegos seguidos ante el pitcheo de Grandes Ligas. No se suponía que se pudiera ir de dormir en el piso de un apartamento de cuatro habitaciones repleto a dormir con Marilyn Monroe. Pero Joe también hizo eso. Y aunque él nunca perdió su obsesión por el dinero, al observar su hogar lleno de regalos y recuerdos y escrutar sus bolsillos llenos de galletas de aeropuerto, el juego que una vez había sido un medio para lograr un fin, un escape del bote de pesca, se convirtió en su vida entera. Destacar en este se convirtió en el trabajo de su vida; ser un pelotero, su única identidad. Y él le dejó a los reporteros, aficionados y compositores de canciones la tarea de tejer el resto de su historia y construir su leyenda.
“Él puede no haberlo hecho por amor al juego”, dice Charyn, “pero fue un artista. Al usar esa palabra se le entenderá perfectamente”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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