La aprobación de la
reciente Ley Habilitante por el presidente Nicolás Maduro hace temer que el proyecto
totalitario se consolide en el país.
RICARDO ANGOSO
Noviembre 21 de 2013
Como en una pesadilla orweliana, cada
día que pasa las cosas empeoran y se agravan en Venezuela. La reciente
aprobación de una Ley Habilitante, que le da plenos poderes al presidente
Nicolás Maduro, que podrá legislar sin necesidad de consultar al parlamento,
viene a añadir más zozobra e incertidumbre a un país ya de por sí hundido en
una grave crisis social, política y económica desde la desaparición del
fundador del régimen, el sátrapa Hugo Chávez.
Nadie sabe a ciencia cierta las
consecuencias que puede tener la aprobación de la medida, pero es más que
seguro que el régimen utilizará la misma para intensificar los mecanismos de
control de la población, perseguir y aislar más a la oposición y profundizar en
el “proceso revolucionario”, es decir, cerrando las puertas a la tenue
iniciativa privada que aún queda en pie y cercenando las libertades públicas.
El G2 cubano también servirá a tal fin, como ha hecho hasta ahora, e
introducirá nuevas medidas de control sobre su colonia caribeña.
Maduro, cuya inexperiencia, incapacidad
e ineptitud rayan lo tolerable, pretende sacar al país del grave trance por el
que pasa utilizando la demagogia y la fuerza bruta, la violencia contra
la empresa y agudizando más todavía si se puede la división social y política
en que se halla sumida la nación. Dice que quiere estas armas que le da la
Habilitante para luchar contra el “sabotaje económico”y la corrupción, cuando
estos dos fenómenos son solo los síntomas de una larga enfermedad que se nutre
de catorce años de pervivencia de un sistema caduco, fracasado, despilfarrador
y pésimo gestor de los bienes públicos.
Una herencia
envenenada en todos los órdenes de la vida.
El difunto Chávez legó a Maduro una herencia envenenada. Un país hundido en lo económico,
polarizado en lo político, crispado en los social y padeciendo la recesión más
grave que ha sufrido la nación venezolana en toda su historia; ni en los peores
tiempos de la “podrida” democracia burguesa los venezolanos habían vivido tan
mal y sujetos a un régimen tan despótico, arbitrario y caprichoso. La situación
actual no tiene parangón en la historia moderna de Venezuela, nunca se había
visto un espectáculo tan dantesco y siniestro a la vez.
Las consecuencias de estas políticas
erráticas, fracasadas, condenadas a los anaqueles de historia por su inutilidad
manifiesta y los diabólicos efectos que producen, como conocen a la perfección
los cubanos y los sufridos ciudadanos de los antiguos países comunistas, se
están viendo ahora en Venezuela. Intervenir en los mercados, imponiendo tipos
de cambio, regulando los precios y tratando de impedir el desarrollo de la
economía de mercado, solo lleva al caos económico y al desbarajuste total, a la
corrupción generalizada de las elites en el poder y a la anarquía. Incluso al
saqueo y al miedo, tal como se ha visto en estos días en las calles venezolanas
y se seguirá viendo. La inflación, superior al 50% este año, además, devora a
los sueldos y devalúa el nivel de vida.
La mentira institucionalizada, esencia del
sistema.
Luego está la mentira
institucionalizada, tratar de culpar a los demás de los errores propios,
ocultar tras cortinas de humo la ruina total de una nación por una gestión -si
se puede llamar así- que lleva al naufragio total de todo un pueblo. Nunca tan
pocos habían hecho tanto daño a Venezuela. Es como en la novela 1984, de George
Orwell: “Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad
mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente
dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas”.
Esa es la esencia del sistema: el engaño permanente para adecuarse a las
circunstancias.
Se miente desde el poder, se manipulan
los datos en beneficio propio, se crea un enemigo externo para justificar la
inutilidad de los que gobiernan, se culpa a los otros de lo que sucede para no
asumir las responsabilidades propias. Y se genera una cultura totalitaria, que
justifica el poder omnímodo de los que supuestamente administran, para no
escuchar ni tolerar ninguna crítica, aunque sea constructiva y razonable.
Para concluir esta tragedia venezolana
y este cuadro de la situación realmente crítico, hay que añadir la “guinda” de
la tarta: la inseguridad. Todos los días se producen centenares de delitos en
todo el territorio, cada hora se derrama la sangre venezolana y las morgues de
Caracas aparecen atestadas de cadáveres todos los fines de semanas. Más
de 200.000 venezolanos han muerto debido a la inseguridad reinante en estos
largos años de descontrol, tolerancia hacia el crimen, impunidad pavorosa y,
sobre todo, una cultura del odio que se proyecta desde el poder y que ha
permeado en todos los sectores sociales. ¿Alguien da más?
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