Leonardo Vera
Prodavinci
“¡Conseguimos
cinco mil millones de dólares, en efectivo!“ Con esta ésta exclamación de
júbilo regresó el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, de su gira a China,
el último reducto planetario que le ha quedado a Venezuela para conseguir algún
dinero fresco que permita palear una crisis de pagos externa que se desarrolla
en cámara lenta. Por el momento, el gobierno parece decidido a evitar una
suspensión de pagos de las obligaciones externas que tiene la República por
servicio de deuda, trasladando la crisis al sector privado doméstico con la
aplicación de un racionamiento más severo para la asignación de divisas que van
al pago de importaciones y otros compromisos.
Pero la
situación ha levantado ya alertas internacionales. Los gobiernos de Panamá y
Colombia, presionados por sus sectores empresariales, reclaman el pago de
deudas millonarias. Martinelli y Santos, por ejemplo, se movieron recientemente
a Venezuela para abogar por una salida al problema de la suspensión de pagos y
de la deuda que tienen las empresas venezolanas con la zona de Colón, en un
caso, y con las empresas exportadoras del Norte de Santander en el otro. El
retraso y la suspensión de pagos que tiene el sector privado venezolano y las
empresas importadoras del gobierno es de tal magnitud, que en algunos casos ha
provocado la suspensión de los despachos y de las cartas de crédito por parte
de los proveedores externos.
Ésta es, en
parte, la explicación de por qué en Venezuela hay una escasez de bienes que va
desde el papel higiénico hasta repuestos básicos para maquinarias y equipos. La
otra explicación desde luego está en la mermada capacidad que tiene el sector
empresarial venezolano para encarar las necesidades internas de la economía. El
gobierno chavista ha cavado las fosas de un gran cementerio empresarial con
años de hostigamiento y de pésimas regulaciones y controles.
Pero
vayamos al meollo del asunto: ¿qué es lo que realmente buscaba Maduro en China
y qué fue lo que consiguió? Maduro fue a China a entregar una serie de
prebendas y facilidades para las inversiones de ese país en Venezuela a cambio
de una línea de crédito que le permita atender la crisis externa. Pero el
gobierno chino fue tajante y parece haber dejado claro que ellos no dan líneas
de crédito de ese tipo a otros gobiernos, sino más bien financiamiento atado a
proyectos específicos.
Así que
Maduro se limitó a firmar 28 acuerdos, entre los cuales destacan la entrega del
bloque Junín 1 de la Faja Petrolífera del Orinoco, la entrega del mapa minero
de Venezuela y del proyecto de minas de Las Cristinas, un convenio de compras
multimillonarias de electrodomésticos a la empresa china Haier y la renovación
del Fondo Conjunto Venezuela-China. La renovación del Fondo Conjunto le permite
disponer a Venezuela (o al gobierno de Maduro) de hasta 5 mil millones de
dólares de financiamiento para proyectos específicos.
En
particular, se sabe, por boca del mismo Presidente Maduro, que los recursos de
ese fondo se usarán para importar 2.000 autobuses fabricados en China, para
construir 4.500 unidades habitacionales por parte de empresas chinas en
Venezuela y para la siembra de más arroz y soja en tierras venezolanas, insumos
fundamentales en la dieta del pueblo chino. Venezuela debe además aportar mil
millones de dólares al Fondo Conjunto, justo en un momento en que sus recursos
líquidos en dólares escasean. No más advertir que el Banco Central de Venezuela
dispone de reservas líquidas por sólo 900 millones de dólares, pues el resto es
oro, la mayor parte del cual unos sabios decidieron enterrar en bóvedas
locales, dejándolo por el momento sin ningún valor internacional.
Lo que es
peor, tan pronto el nuevo tramo de endeudamiento se haga efectivo Venezuela
comienza a repagar de inmediato con barriles de petróleo, mermando aún más el
flujo de ingresos petroleros efectivos de la nación y agravando la “situación
de iliquidez”. Este tipo de contrato financiero con los chinos, por tanto, no
vienen a solucionar la crisis de liquidez externa y, más bien, mete a Venezuela
en una dinámica financiera claramente inestable.
La crisis
de liquidez externa que exhibe Venezuela tiene un carácter que muy pocos en el
gobierno parecen haber advertido. No es una crisis de carácter cíclico. No es
el resultado de una baja en los precios del petróleo. Es una crisis de carácter
estructural derivada, en lo fundamental, de un conjunto de obstáculos y cambios
institucionales alrededor del manejo de la renta petrolera: convenios de ventas
de petróleo con otros países que claramente afectan los ingresos efectivos de
divisas del país, una creciente “entropía organizacional” a nivel de la
industria petrolera y un entramado de ventosas por donde se escapa el grueso de
los ingresos petroleros (a corrientes de gasto poco transparentes). A todo esto
se le debe sumar un sector privado exportador de algunos bienes no petroleros
en agonía y que extraña algún tipo de visión de desarrollo de la economía no
petrolera.
Así, el
dinero fresco para atender los requerimientos de la balanza de pagos ―que nos
es lo que precisamente Venezuela ha conseguido del gobierno chino― sólo le
permitiría al país ganar algo de tiempo para resolver agudos problemas
estructurales. ¿Pero de cuánto tiempo estamos hablando? ¿Cuánto tiempo puede
ganar el gobierno de Venezuela con una línea de crédito, por ejemplo, de 5 mil
millones de dólares? La realidad es que la economía venezolana hoy día está en
capacidad de devorarse ese monto de divisas en tan sólo un mes de
importaciones.
Si el
gobierno de Nicolás Maduro no encara decididamente la siniestra “arquitectura
financiera” que el chavismo ha construido alrededor del manejo de la renta
petrolera, a Venezuela no le queda más que sobrevivir con un control de cambios
más severo y estricto (con consecuencias conocidas) o acudir al Fondo Monetario
Internacional. Una opción, por cierto, con la que el gobierno ya ha coqueteado.
***
Texto
publicado en InfoLatAm.
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