Sin
lugar a dudas, la reciente celebración de una fiesta importada, ajena,
que no responde a nuestra situación histórica y cultural como lo es
Halloween nos debe hacer reflexionar profundamente sobre la defensa a
ultranza de nuestra localidad.
Afortunadamente,
en nuestra empresa del rescate de los valores locales contamos con la
guiatura intelectual del uruguayo Eduardo Galeano o el español Ignacio
Ramonet para ayudarnos a entendernos como venezolanos. Si no fuera por
ellos, ¡imagínense cómo nos impondrían visiones externas a nuestra
realidad!
Debemos
pelear por nuestra independencia de las influencias extranjeras; de
allí la importancia de nuestra soberanía absoluta, la cual estamos
logrando con dos satélites chinos, una fábrica de tractores bielorrusos,
navíos de guerra españoles, aviones brasileños y fusiles rusos.
¡Afortunadamente acá se acabó aquello de estar importando tecnología!
Ahora sí somos libres y soberanos...
Así,
al igual que nuestros hermanos cubanos o iraníes, resistiremos el
embate de la penetración cultural. No dejaremos que nos impongan las
hamburguesas del McDonald's... ¡Vayamos a comernos un helado en el
Copelia venido directo desde La Habana o mastiquemos unas de esas
hojitas de coca que llegan desde la Bolivia del compañero Evo!
Ya
lo advertía aquel filósofo marxista, el italiano Antonio Gramsci: la
clase dominante intenta imponer su hegemonía cultural sobre nuestras
clases subyugadas. Menos mal que desde la Italia de mediados del siglo
XX obtuvimos una luz para evitar la importación de los modelos que nos
son ajenos. Precisamente por ello, debemos apurarnos a instaurar el
modelo del estado comunal que tan bien funcionó en otras latitudes. ¡No
hay tiempo que perder en la defensa de nuestra localidad con este modelo
nacido en Francia!
Al
grito de "¡seamos locales!" defendamos nuestras costumbres... mientras,
eufóricos, sacudimos una banderita made-in-China y sudamos la franela
con la cara del Che.
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