Jurate Rosales, periodista y editora |
Por
un día, a la mitad de los venezolanos les fue permitido soñar que viven
en un país normal, donde las elecciones son un acto de cuya pulcritud
no puede haber duda y donde un presidente entrega luego el poder a otro
presidente electo por el voto popular. Tan bello era el sueño – ¿será
que soñamos que somos suizos? – que hasta los más escépticos, por unas
horas, nos permitimos soñar.
Es
evidente que el comando de Capriles no podía ignorar el caudal de
inscritos en las misiones, pero su única defensa fue prometer que las
mantendría incluso ampliadas y mejoradas – olvidando la vieja lección de
que más vale un pájaro en mano, que cien volando
La
otra mitad del país no podía soñar. En amplias zonas de población
hacinada bajo algún alcalde “rojo rojito” y un Consejo Comunal del que
depende que entres o no en una “Misión”, la Patrulla del PSUV local
había despertado a los vecinos antes del amanecer, con una diana militar
y rondas de motorizados, para que fueran temprano a votar. Esto no era
ningún sueño, más bien fue un amargo despertar a las 4:30 a.m., a lo
sumo con la promesa de una fiesta en la noche, si “gana Chávez”.
Allí
no terminó la obligación de las “patrullas”. Hacia el mediodía, en la
mayoría de los centros ya había votado un 50% de los inscritos y según
las aparentemente fieles cifras del exit poll, el candidato opositor,
Henrique Capriles Radonski, estaba ganando la contienda con un 2%. Es
cuando entra en acción uno de los sistemas preparado con enorme cuidado a
lo largo de dos años. Un primer paso cumplido por las captahuellas de
los votantes, que indica con nombres y cédulas en tiempo real quienes
han votado. El segundo paso es comparar esas cifras, también en tiempo
real, con las computadas listas de los inscritos en las más diversas
“Misiones”, pero sobre todo en la inmensa lista de quienes esperan
conseguir una vivienda. Al aparecer quienes de los inscritos en misiones
todavía NO han votado, entra en marcha una gigantesca operación
remolque, identificando, llamando y eventualmente recogiendo a los “no
votantes” inscritos en las listas donde, en el caso de la petición de
vivienda, aparecen también todos los familiares del que hizo la
solicitud.
La
capacidad de transporte se desarrolla con todo el poder que brinda el
control de los vehículos oficiales y semi-oficiales de las patrullas y
en las últimas horas de la jornada, las cifras electorales se invierten.
El
contraste de los dos mundos, donde ninguno entiende al otro, vuelve a
surgir en la colosal ingenuidad de los medios internacionales, que
empiezan a alabar la perfección del sistema de votación venezolano
enteramente digitalizado y en la ingenuidad de los votantes por
Capriles, que llegan a la noche convencidos que su candidato ganó.
Efectivamente, hubiera ganado en circunstancias normales. En Venezuela,
desde hace 14 años, nunca lo son, porque la oposición enfrenta una
desmesurada capacidad de un petrogobierno que no escatima ni en gastos,
ni mucho menos en ausencia de escrúpulos.
Una organización férrea.
En
cada mesa electoral, había solamente dos funcionarios realmente
importantes para el gobierno: el operador del captahuellas y el testigo
principal del candidato Chávez. Cada aparato captahuellas, colocado como
paso inmediatamente previo al voto porque era el que activaba la
máquina que recibiría el voto, tenía asignado a tres operadores
nombrados por el CNE – dos con horario de trabajo para turnarlos a la
mitad de la jornada y un suplente de reserva para que este aparato nunca
quede sólo. Los operadores del captahuellas eran escogidos entre los
estudiantes de las universidades bolivarianas, son jóvenes que estudian
bajo un intenso adoctrinamiento de corte comunista y que dependen para
absolutamente todo en su vida actual y futura, del gobierno de Hugo
Chávez. Estos operadores recibieron un entrenamiento para trabajar con
las captahuellas, separado de los entrenamientos organizados por el
Consejo Nacional Electoral para todos los demás miembros de mesas. Se
les instruyó de no prestarse a conversaciones con los demás miembros de
mesa, orden cuyo cumplimiento a su vez era vigilado por el “testigo del
candidato de gobierno”, quien también debía mantenerse “sin entrar en
conversaciones”. A cada uno de estos jóvenes, se le prometió un pago de
1.000 BsF por media jornada de trabajo.
De
su precisión dependía lo único que podía dar la victoria a Chávez: un
estricto control en tiempo real de quiénes en las listas de los millones
de “misioneros” ya habían votado.
El
resto del trabajo, también sufragado a un alto gasto de asalariados,
recaía sobre las “patrullas” y la labor de llevar a quienes todavía no
habían votado, pero que, pago de pensión o promesas de vivienda
mediante, estaban obligados a votar por Chávez.
El
plan empezó a ejecutarse desde principios de 2011. Para mayo de ese
año, la página oficial de la Gran Misión Vivienda ya anunciaba que tiene
a 2 millones 423 mil 778 personas registradas y anunciaba los días en
que los todavía no inscritos podían optar por pedir vivienda. Los días
de la semana estaban divididos para atender al público según los últimos
dos números de la cédula, debido a la afluencia de solicitantes. Para
noviembre de ese mismo año, la GMV informaba que había 3,6 millones de
familias inscritas con un total de 10.860.913 personas, contando los
miembros de cada familia. De allí que Chávez anunciara en su campaña, de
poseer “10 millones de votos por el buche”.
Casi
un año más tarde, para agosto del 2012, Chávez anunció que amplía el
plan de viviendas para incluir a la clase media y finalmente en ese
agosto de 2012, la Gran Misión Vivienda abría la oportunidad de las
“últimas” inscripciones para quienes todavía no habían solicitado
vivienda.
Según
la agencia oficial de noticias (AVN), en la noticia publicada el 5 de
octubre 2012, dos días antes de las elecciones, el gobierno había
entregado para entonces a través de la Gran Misión Vivienda 258.648
unidades habitacionales entre 2011 y 2012. Millones de inscritos que
todavía no habían sido beneficiados, seguían con la esperanza… que es lo
último que se pierde, sobre todo ante la insistente publicidad
mostrando a quienes ya habían recibido una nueva y moderna vivienda.
Cabe recordar una muchas veces repetida cuña de una familia con vivienda
nueva y la frase: “después de Dios, Chávez”.
Dado
que hasta Dios sólo ayuda a quien se ayuda, a Chávez lo ayudó la
posibilidad de pagar un enorme gasto de organización y remolques, el día
de las elecciones. Tiene ahora colgando sobre su cabeza la
imposibilidad física de cumplir las promesas de millones de viviendas
nuevas y gratuitas, pero para eso están – también preparados con
antelación – los servicios de represión.
La “victoria perfecta”
Una
de las características de la afición de Chávez a celebrar elecciones o
referendos, es que nunca repite dos veces seguidas el mismo sistema para
ganar. Dado que en las anteriores dos elecciones la principal sospecha
recayó sobre la totalización en el CNE, llevada a cabo en secreto y sin
presencia de testigos de la oposición, todo el esfuerzo del comando de
Capriles se concentró en armar un sistema que impidiera el fraude en esa
materia y el CNE complació gentilmente todas las exigencias, agregando
además – ¡qué ironía! – la “seguridad” de unas nuevas captahuellas para
identificar al votante.
Sin
embargo, el comando de Capriles debía haber recordado que Chávez ya
había experimentado con el poder de las “misiones” en el referendo
revocatorio de 2004. En esa oportunidad, si el referendo se hubiese
celebrado en la fecha prevista por la Constitución, Chávez sabía que
estaba perdido. Impuso un segundo “firmazo” para solicitar la
revocación, retrasó el referendo nuevamente, solicitando una decisión
del Tribunal Supremo sobre la validez de las firmas que exigían el
referendo y produjo otra larga demora con la llamada revisión de la
“firmas planas” sin que se supiera qué significa lo de “plano”.
Entretanto fueron armadas las primera “misiones”, ofreciendo pensiones
mensuales a la gente sin exigencia de trabajar, pero asegurándose a
través de ese regalo mensual un número de votantes cautivos. Dado que el
sistema funcionó, para la actual elección presidencial, Chávez lanzó
una “segunda edición ampliada y mejorada”.
El
mundo entero consideró el resultado electoral impecable (porque en la
sala de totalización efectivamente lo era) y quedó admirado por la
efectividad de un sistema electrónico de votación que Jimmy Carter
definió como “el mejor del mundo”. Ni siquiera se imponen a Venezuela
las sanciones internacionales por fraude electoral, como es el caso de
Alexandr Lukashenko en Bielorrusia por el comprobado y repetido fraude
electoral, porque en el caso de Venezuela, oficialmente, “no hubo
fraude”. Hugo Chávez, con una sonrisa de oreja a oreja en su ensanchado
rostro, tuvo razón de anunciar que aquella fue “una victoria perfecta”.
El arma de las Misiones
A
lo largo de su gobierno, Chávez proclamó y organizó 30 “Misiones”,
abarcando la casi totalidad de la población de pocos recursos e
incluyendo a cada persona en unos listados computarizados. Las más
recientes y aparentemente definitorias en estas elecciones
presidenciales, además de la Gran Misión Vivienda que superó los 3,5
millones de inscritos, fueron en cantidad menor de inscritos la Misión
En Amor Mayor para la tercera edad, que para agosto 2012 tenía, según
datos oficiales, a 2 millones 148 mil inscritos, y la Misión Hijos de
Venezuela, con más de un millón registrados. Las tres “Misiones” fueron
abiertas durante el tiempo de preparación para las elecciones
presidenciales del 2012.
Por
otra parte, la absoluta colaboración del Consejo Nacional Electoral
para producir la victoria de Chávez se evidencia en la aplicación de las
siguientes modificaciones. Un nuevo captahuellas fue comprado para
todas las mesas y para que constituyera el paso inmediatamente previo al
acto de votar, dejando aparecer ante el votante la imagen de su cédula
con su foto. En segundo lugar se amplió el tiempo de funcionamiento de
las mesas de votación, adelantando el horario de apertura a las 6:00
a.m., que es cuando se recibía el primer contingente arreado por las
“patrullas” del PSUV, y se cambió la hora de cierre a las 6:00 pm, dos
horas más tarde, para el ingreso de la oleada de la tarde, compuesta por
los que no habían votado. Estos últimos recibían en su teléfono celular
la llamada que les advertía que no había votado y les recordaba en qué
listado de Misiones estaban anotados.
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