En política son los medios los que deben justificar el fin - Albert Camus
La
actualidad venezolana pareciera transcurrir en dos realidades
temporales completamente disímiles, vertiginosamente pasando - al cabo
de unos pocos instantes - del S. XXI al S. XIX y viceversa.
Lastimosamente, la hazaña que dejaría perplejo a Stephen Hawking no es
propia de la astrofísica criolla, sino de la política gubernamental.
Nuestra accidentada existencia en estas tierras hace que tan solo una semana después de que el país conociera del nombramiento de 6 ministros vía Twitter por parte del primer mandatario nacional, la reedición de la Comuna de París en esta ribera del Arauca vibrador acapare la opinión pública nacional.
Sin
duda alguna, el proceso que se lleva a cabo en nuestro país se
encuentra plagado de contradicciones, tanto discursivas como
conceptuales, ensayos y errores de la más diversa índole y teorizaciones
ex post facto sobre fracasos pretendiendo con ello convertirlos en
triunfos. A lo largo de estos catorce años de gobierno, son diversas las
contradicciones que hemos vivido; sin embargo, ninguna de ellas llega a
compararse en cuanto a lo absurdo que resultaría la imposición de un
modelo de estado comunal desde el poder instituido.
No
debemos entender la conjugación del futuro por venir con el pasado
vivido como una caprichosa y anacrónica visión del mundo que nos
circunda o como el resultado del maniqueísmo histórico exacerbado que
caracteriza a nuestra clase gobernante; las razones que subyacen a esta
extraña coexistencia de tiempos y circunstancias históricas pareciera
cimentarse en realidad sobre la intención de consolidar la permanencia
del modelo que impulsa el chavismo mucho más allá del horizonte temporal
de sus dirigentes. La sentencia anterior se hace evidente cuando se
exploran las bases mismas que dan pie a la Comuna de París en
contraposición con la comuna comprendida por el chavismo.
La
esencia de la comuna que emana del París del S. XIX y que tanto
marxistas como anarquistas han pretendido tomar como manifestación de
sus postulados teóricos difiere ampliamente en su esencia de lo que el
gobierno venezolano impulsa en la actualidad. Para empezar, el
movimiento insurreccional de la Comuna de París nace de los mismos
ciudadanos que se encuentran en extremo descontento ante las pésimas
condiciones de vida causadas por un gobierno impuesto por la ocupación
prusiana tras la derrota de Francia en la guerra con dicha nación. Como
tal, su germen inicial es la oposición a los designios de sus
gobernantes, a los cuales decidieron hacerle frente. Por así decirlo, la
comuna de París fue un movimiento de la gente para la gente, en
oposición a la subyugación al poder instituido.
Pretender
la creación de un sistema comunal modelado tras aquella decimonónica
experiencia parisina desde el poder establecido no sólo es contranatura,
sino que violenta la esencia misma de la comuna como ente orgánico,
convirtiéndola si bien no en una pantomima, en un instrumento del poder y
no en una respuesta a éste.
Sin embargo, las contradicciones del proceso chavista en lo relacionado a la creación de las comunas no se detienen allí.
Adicionalmente
a lo antes expuesto, debemos considerar que el estado comunal que se
pretende instaurar en Venezuela es una subversión del Estado por parte
del Gobierno Nacional. Lo plasmado en la Ley Orgánica de las Comunas
echa por tierra el federalismo que hasta el presente ha representado la
forma de gobierno de Venezuela. No se trata de defender a ultranza el
modelo federal de la República, sino de comprender que el mismo tiene
sus cimientos en un devenir histórico particular de la Venezuela del S.
XIX y que ha ido modificándose a lo largo del S. XX hasta llegar a
nuestros días.
Lejos
estamos de aquel primitivo federalismo de Juan Crisóstomo Falcón - de
ello no quedan muchas dudas - pero quizás más lejanos aún son los
cañones de Montmartre. Las condiciones históricas que dieron lugar al
desarrollo del federalismo en Venezuela no pueden ser borradas de un
plumazo, independientemente de cuántos votantes hayan respaldado a su
propulsor en un proceso electoral.
Más
allá de la profunda contradicción en cuanto a la promoción del estado
comunal por parte del poder político instituido, debemos considerar que -
gracias a los procesos de nacionalización y expropiación de medios de
producción y de la dependencia económica del petróleo - nuestro gobierno
también detenta el poder económico nacional. En este sentido, el papel
que juega el gobierno es esencial en la construcción de las relaciones
materiales existentes en la sociedad venezolana, pues en ningún momento
se plantea la transferencia de la infraestructura a manos del
proletariado. Dado lo anterior, estaríamos frente a la preservación de
una superestructura que genera tanta alienación como aquella que
pretende combatir.
El
impacto que lo anterior reviste para el establecimiento del estado
comunal es sumamente significativo, pues de no modificarse la relación
de los comuneros con la infraestructura, la comuna sólo pudiera serlo en
términos de forma, mas no de fondo. Una vez más, he allí una profunda
contradicción.
Dadas
todas las consideraciones anteriores, tan loable como se pudiera
considerar el fin de establecer un gobierno comunal, son los medios para
hacerlo lo que terminan prostituyéndolo y condenándolo al fracaso, aún
antes de nacer. Allí no hay contradicción alguna.
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