Blog de Víctor José López /Periodista

lunes, 29 de octubre de 2012

Francisco Suniaga P Era cuestión de tiempo (juego 4)





Hubo un momento cargado de mística en que parecía que los Tigres podrían ganar el partido y darle vuelta a lo que parecía ya un destino irreversible. La esperanza de encarrilar el curso de la serie –con la visión de Verlander pitcheando el quinto juego y la posibilidad de un despertar del bateo– estuvo allí cerca, en la mente de todos quienes ligaban a Detroit. Ese momento llegó aunque las cosas hubiesen comenzado mal, como siempre, abajo por una carrera ya en el segundo inning. Un doble de Hunter Pence, un triple de Brandon Belt marcaron el ritmo de la misma música, los Gigantes arriba. Pero al final del tercero, cuando Miguel Cabrera la sacó de jonrón por el rightfield y volteó el marcador, el beisbol fue de nuevo, para Detroit y sus seguidores, la vieja y grande matriz de ilusiones.
Si el beisbol no rompiera de vez en cuando los corazones de todos los fanáticos, de todas las épocas, no sería tan apasionante –precio modesto a pagar por la alegría inconmensurable de la victoria del equipo de los amores–. Para la alta del sexto, ya esas ilusiones se habían disipado y fueron sustituidas por la sensación de que la debacle del equipo bengalí estaba cantada. Buster Posey con un cuadrangular puso a San Francisco arriba 3 a 2 y, aunque Delmon Young bateó un jonrón en esa misma entrada para empatar, la ilusión inicial no volvió a flotar en el Comerica Park. El cálculo y las estadísticas tomaron su lugar y en ese ámbito no había gane para la escuadra de Motown, todo era cuestión de tiempo.
El resultado no podía ser otro que la barrida y las más frías cifras así lo dictaminaban: en los seis juegos anteriores, el pitcheo de San Francisco había salido victorioso y solo habían permitido 4 carreras. Finalizado el juego, fueron 7 carreras permitidas en siete juegos, una efectividad de 0,99 carreras y sus relevistas nunca cedieron la ventaja que se les dio. Lo que se corresponde con el pobrísimo bateo de los Tigres, un average colectivo de 159.
El cuarto juego, con todo y que fue el más disputado, fue una muestra de la superioridad de San Francisco en todas las líneas del juego. Extraordinario pitcheo, bateo oportuno (aunque, salvo la explosión del Panda en el primer juego, no fue copioso) y sólida defensa. Hasta Pablo Sandoval, quien fue sustituido por Arias en las instancias finales de todos los juegos, se metió lo que el narrador dominicano Ernesto Jeréz llama una joyita defensiva. Sacó out a Quintin Berry en un toque muy difícil. Inmediatamente después vino el jonrón de Cabrera y la ventaja de Detroit pudo haber sido mayor.
De manera que no hay mucho que agregar al cuento de una serie que se definió en cuatro juegos. No hubo esos puntos de quiebre ni las situaciones dilemáticas, que caracterizan a las series parejas, sobre los que derramar tinta y discutir en los mentideros beisbolistas. Nada que ver con las series que se deciden por un error de jugador o del manager (algunos cronistas señalan que fue un error de Leyland dejar a Phil Coke contra los derechos de los Gigantes, en particular Scutaro –sí, el mismo Scutaro de siempre–, teniendo a Albuquerque y Benoit en el bullpen. Pero esa sería una muy fácil para coger en falta a un manager como Leyland: simplemente no confiaba en ellos). Un equipo, San Francisco fue superior y punto. Así lo declaró Leyland: “Hicieron las cosas mejor que nosotros. Nos patearon el trasero”.
Queda por supuesto el mérito del manager y directivos del equipo de Willie Mays de haber armado, con relativamente bajos costes, una escuadra sustentada en un magnífico pitcheo y en una gran defensa. El bateo en el beisbol es como el dinero, va y viene. Si no hay un gran bateo, pues queda el pitcheo y la defensa para mantenerse en juego. Eso cree Bruce Botchy y es cuestión de observar las estadísticas de sus años como manager para comprobarlo.
El MVP
Pablo Sandoval tuvo la mayor recompensa a su perseverancia: de ser banco en la serie del 2010 a MVP en la de 2012. Su actuación en toda la postemporada habla de ese desquite: bateo 24 hits en 66 turnos, seis jonrones, cinco dobles y empujó 13 carreras. En la Serie bateó para 500 y tuvo un primer juego para la historia con tres jonrones. Por si eso fuese poco, su carisma y forma de jugar beisbol hacen del Panda el jugador espectacular que todos quieren ver.
Miguel Cabrera
Al preguntársele cómo se sintió respecto a la serie y en particular sobre su último turno, Miguel Cabrera respondió con una sola palabra: “Avergonzado”. Sin llegar a los extremos del atleta que siente la derrota, mucha gente en el beisbol estará de acuerdo con calificar de decepcionante la actuación de Cabrera: se esperaba mucho más de un ganador de la triple corona que detenta, con toda legitimidad, el título del mejor bateador del beisbol y probablemente sea el MVP de la temporada 2012. Sin embargo, no creo que haya nada para avergonzarse, Miguel Cabrera nos dio a los venezolanos y a todo el beisbol grandes alegrías a lo largo de seis meses y con su triple corona conquisto una cima a la que nadie había llegado en 45 años. Eso no se borra con una actuación por debajo del promedio en la Serie Mundial.
Si hiciera falta un consuelo, Miguel Cabrera no ha sido el único gran pelotero en haber sufrido la caprichosa suerte beisbolera de octubre. El más grande bateador de la historia del juego, Ted Williams, fue a una sola serie mundial, en 1946, versus los Cardenales de San Luis. Sus números lo dicen todo: 5 hits en 25 turnos, para un average de 200 (uno de los hits fue un toque) y 1 carrera empujada. La serie fue a siete juegos y en ese último partido se fue de 4 – 0. Venía de una temporada de 342/38/123 y fue el MVP de la Americana.

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