Durante
la última semana, son varias las voces que desde la oposición
venezolana (y, en algunos casos, incluso extranjera) han alzado la voz
contra lo que perciben como la única explicación posible de la derrota
electoral en la reciente contienda por la Presidencia de la República:
HUBO FRAUDE.
A
lo largo de la semana que acaba de transcurrir, he leído un sinfín de
cartas, relatos, opiniones y artículos, cada uno con su particular grado
de verosimilitud y argumentación; he conversado con gente de mi ámbito
inmediato quienes se han valido o bien de pruebas dudosas o bien de
convicciones a ciegas para sustentar la comisión del fraude. En todos
los casos, la mayoría concluye con un simple e irreflexivo "hubo
fraude". Quizás por haber tenido esta misma experiencia durante los
últimos 7 días - evidentemente magnificada ad infinitum dada su función
como políticos - los abanderados de la oposición para las elecciones del
7O fueron claros, saliendo al paso a las dudas sobre el proceso
electoral vivido. Según ellos, no hubo fraude.
Lo
que en cualquier situación de normalidad hubiera significado un 'punto y
final' a la historia del fraude, en Venezuela fue descodificado por
quienes creen fielmente en la tergiversación de la voluntad mayoritaria
como un signo inequívoco de lo sucedido: no sólo hubo fraude, sino que
la dirigencia opositora estaba en contubernio con el chavismo en contra
de los electores. Para apoyar esta tesis, rápidamente comenzó a circular
un video de Eric Ekvall en el cual relata los presuntos hechos de la
trastienda electoral de 2006 en donde Petkoff, Borges y Rosales habrían
vendido las elecciones a José Vicente Rangel. Si lo habían hecho en
2006, ¿por qué no lo habrían de hacer nuevamente en 2012? Esa era la
pregunta que dejaban en el aire; ese era la duda.
Con
este antecedente, entonces, el cuestionamiento sobre el fraude cobraba
otro matiz, incluyendo las acusaciones de que los líderes opositores 'se
habían vendido' y que, con su accionar, habían legitimado no sólo el
presunto robo del que fuera víctima el electorado venezolano en las
presidenciales del 7O sino en cualquier evento electoral a futuro. Los
dedos acusadores apuntan hacia todos lados y, a la vez, hacia ninguno en
específico: Borges, López, Briquet, Aveledo, entre muchos otros.
Algunos, quizás los más enardecidos, implican directamente a quien hasta
hace apenas una semana encarnaba la esperanza de la oposición, Henrique
Capriles Radonski.
Hoy
pululan en las redes sociales los reclamos que exigen sean mostradas
todas las actas con que cuenta el Comando Venezuela, no vaya a ser cosa
que las actas dejen al descubierto una realidad distinta a la que dio
como ganador a Chávez y que Capriles prontamente aceptó... según él por
su carácter democrático, según algunas voces 'radicales' (aunque les
moleste ser llamados como tales), por formar parte del engaño articulado
desde el CNE. Las voces - unas indudablemente más altisonantes que
otras - caen en una franca contradicción que nadie se ha atrevido a
señalar: si bien se debería luchar por el reconocimiento de un presunto
triunfo opositor en las urnas, esta lucha terminaría con la investidura
de quien habría traicionado a la causa opositora, habiéndose prestado
para el reconocimiento del fraude.
Personalmente,
si sintiera la necesidad de exigirle a la MUD o a Capriles que
demostraran su derrota y que me certificaran con pruebas, pelos, señas y
detalles que no triunfamos, entonces sentiría que no están en capacidad
de representarme y que más bien pertenecen a la forma de hacer política
que rechazo. Si asumiera que la aceptación de Capriles de los
resultados se debe a la conchupancia entre el gobierno y el liderazgo
opositor, le rebajaría a un escalón de mi valoración aún menor que aquel
que ocupan los jerarcas chavistas, pues estos últimos nunca dijeron
estar junto a mí en esta lucha. Si creyera que Capriles no sabía de los
arreglos, pero que su entorno estaba siendo manipulado desde Miraflores,
pensaría que - a pesar de ser 'un buen muchacho' - el gobierno tuvo
toda la razón cuando lo tildó de 'muchacho pa bobo'. Si pensara que nos
entregaron como borregos en la puerta del matadero, llevándonos a unas
elecciones que jamás íbamos a ganar pues estaban arregladas desde antes,
tendría que considerarles no sólo embaucadores, sino francos
criminales.
De
ser así, a la única conclusión a la que pudiera lógicamente arribar es
que no quiero a Capriles de Presidente... pero eso no es cierto.
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