"En Israel extraño el sueño de tapara" Por Maor Malul (*) Soy guaro nacido en Barquisimeto e ingeniero informático graduado en la UCLA. Mi padre y madre son judíos, pero crecí con cero conexión hacia la comunidad judía. Luego trabajé ocho años en Caracas, busqué esa conexión y me incorporé a una sinagoga. Mi rabino un día me agarró y me dijo: “Bienvenido, todo bien, pero no tienes bases sólidas de la fe judía”. Hice mi primer viaje a Israel en 2008 para incorporarme a una yeshiva, una especie de campamento para los que se han criado sin religión. Sin duda, uno de los mejores años de mi vida, con todo y el choque cultural: me enamoré del país. En enero 2013 finalmente hice la aliyah (“ascenso”) o migración definitiva a Israel. Para obtener la nacionalidad debes tener al menos un abuelo judío o ser converso. Debes ingresar a un Ulpan o centro de estudios para aprender el idioma hebreo durante al menos 500 horas. Por supuesto, el Estado te apoya al principio, pero no es 100% y tienes que poner de tu parte. Cuesta conseguir empleo. Israel es un país de migrantes judíos llegados de todo el mundo, pero muchos cometen el error de no querer trabajar fuera de la profesión para la que estudiaron. Afortunadamente yo aprendí de mi mamá a reinventarme: ella era policía en Lara, se casó en segundas nupcias con un alemán y hoy trabaja como asistente dental en Alemania. Limpiar una casa no te quita dignidad. Yo trabajé en Israel como sadran (el que orienta a la gente hasta sus asientos en un estadio de fútbol) y desde hace seis años me desempeño en una empresa de genética y genealogía.
Por supuesto, también extraño muchísimo a Venezuela. Soy guaro y, aunque aquí consigo Harina PAN y caraotas negras, no tienes idea de cuánto extraño el suero de tapara. Pero si hubiera podido, habría hecho la aliyah más joven (hoy tengo 46 años). Algo que me gusta del israelí es que, aunque el general su trato es muy tosco y te dice todo sin anestesia, cuando entras en confianza mueve cielo y tierra para ayudarte cuando lo necesitas. También se derriten con el acento latinoamericano, especialmente el venezolano. En el Ulpan estuve a punto de hacer un curso para eliminar el acento, pero mi profesora de hebreo me dijo más o menos esto: “Si lo haces, vas a tener un peo conmigo. Sin tu acento venezolano, en Israel vas a ser uno más. El encanto de tu manera de hablar te va a abrir puertas”. (*) Barquisimetano en Nachlaot, barrio de Jerusalén |
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