Blog de Víctor José López /Periodista

viernes, 12 de junio de 2020

EL 321 Por Eduardo Casanova

Eduardo Casanova

Rómulo Betancourt, en una entrevista de la revista “Resumen”, hecha en 1975, afirma que el peor momento de su gestión como Presidente de la Junta de Gobierno que se constituyó a raíz del 18 de octubre de 1945, fue el alboroto que se armó por el 321. 

 
Se trata del famoso Decreto-Ley 321, del 30 de mayo de 1946, que según cuenta le fue presentado a la Junta y al gabinete con la urgencia de que debía publicarse esa misma noche en la Gaceta Oficial, razón por la cual los miembros de la Junta y los ministros ni siquiera lo revisaron, sino que autorizaron su publicación confiados en la buena fe del Ministro de Educación, Humberto García Arocha. 
Betancourt, muy temprano en la mañana del día siguiente salió de gira hacia el estado Bolívar, y allí se enteró de que, de inmediato, el 321 encendió un mundo de protestas innecesarias, no como se dijo por iniciativa de los jesuitas, sino de un buen porcentaje de la población que desconfiaba de las intenciones de los adecos, sobre todo de los adecos que creyeron sinceramente que AD, a pesar de su notorio enfrentamiento con el Partido Comunista, impulsaba algo así como la sovietización de Venezuela. 

El Decreto establecía que la calificación de los alumnos de institutos privados se compondría en un 40% de los exámenes trimestrales y en un 60% del examen final, en tanto que en los institutos oficiales sería distinto: un 20% de los exámenes trimestrales y un 80% del examen final.

 Eso, a juicio de muchos, implicaba que los estudiantes de planteles públicos podían “vagar” todo el año y salvarse en una hora, en el examen final. En la práctica eso significaba que habría una mayor supervigilancia permanente en los privados que en los públicos, y que los alumnos de institutos oficiales tendrían mayores oportunidades de enderezar en el examen final lo que había fallado durante todo el año. Para muchos era un intento de hacer desaparecer en Venezuela la educación privada para imponer, como en la Unión Soviética, el monopolio del estado. Aunque la mayoría de los particulares, en general, no lo entendieron del todo así. Solo se fijaron en que era una discriminación para favorecer a los colegios oficiales y perjudicar a los particulares.

 El doctor Rafael Vegas, exministro de Educación en ese tiempo, no opinaba de esa manera. En las largas conversaciones que sostuvimos no mucho antes de su muerte, me aseguró que pensaba que, aun cuando esa podría haber sido la intención, casi nadie se dio cuenta de que en el fondo los perjudicados eran los estudiantes de los colegios públicos, que llegarían mucho menos preparados a la universidad que los de los privados. Así como a él lo acusaron muchos extremistas de derecha de querer quitar a Cristo de las aulas, esa resistencia contra el 321 no tenía base alguna, salvo en que toda discriminación era odiosa y no favorecía a nadie. Esas defensas a ultranza de la educación privada, en especial de la confesional, no eran sanas y terminaban perjudicando lo que tanto defendían. A la larga o a la corta las protestas contra el 321 terminaron siendo una tormenta en un vaso de agua, y finalmente la Junta cedió, y con ello perdió muchísimo, pues los contrarios al Decreto no agradecieron el recule, y los partidarios del Decreto rechazaron la debilidad de la Junta.  
En realidad el Presidente de la Junta, Rómulo Betancourt, no se había dado cuenta de la inconveniencia del Decreto, y cuando se publicó ya estaba de gira administrativa y fue sorprendido por sus consecuencias.

 Betancourt destituyó a García Arocha (aunque le permitió renunciar al cargo y salvar las apariencias), pero no tomó acción alguna contra Prieto Figueroa, que en el fondo era corresponsable de su emisión, lo que a la larga tendría consecuencias serias para Acción Democrática. Es obvio que el gradualismo, tan parecido al de los “fabianos” ingleses, planteado por Arturo Uslar Pietri, Gustavo Herrera y Rafael Vegas en tiempos de López Contreras y Medina, aunque retardara la necesaria evolución de la educación venezolana, era más prudente que la precipitación que demostró el proceso del 321. Objetivamente, fue un caso en el que las buenas intenciones perjudicaron lo que los bienintencionados querían. Hay que decir que el doctor Vegas vio la situación pero no la disfrutó. Al fin y al cabo la idea de venganza no estaba entre sus costumbres, y no celebró la caída en desgracia de uno de los que habían colaborado con él en sus tiempos de Ministro. Estaba plenamente convencido de que la educación era algo demasiado importante para que la decidieran los seguidores de una sola corriente. Por eso, durante su gestión como Ministro había buscado la colaboración de gentes muy diversas y con distintas maneras de pensar, entre ellos los que impulsaron el controvertido Decreto.

 También le oí decir, además, que el 321 fue un error, pero no un crimen, y que la reacción de los conservadores en su contra fue exagerada y no demasiado lógica, puesto que el Decreto, objetivamente, no perjudicaba en absoluto a los alumnos de la educación privada, y más bien los favorecía al obligarlos a esforzarse más, en cambio a los de la pública los perjudicaba al favorecer entre ellos la golilla y el facilismo. Y para colmo, no fue nada feliz la solución que ideó la Junta de Gobierno, que fue anular el 321 mediante el 344, que ese año eliminó los exámenes finales, con lo que se dio lo que fue llamado por la gente la “promoción golilla”, que dio un pésimo ejemplo a los jóvenes de todo el país.

 En mi memoria está muy claramente el recuerdo de esos días: yo tenía apenas 6 años y estudiaba 2º grado en el Colegio San Pedro Alejandrino, en Maracay, ubicado entonces a pasos de la Avenida 19 de abril, frente al Teatro Ateneo, calle por medio. De allí nos sacaron para desfilar en contra del 321, y en un momento dado, cerca del Colegio, frente a un importante colegio de monjas (en donde está o estaba exhibido el cadáver incorrupto de la Hermana María de San José), nos cruzamos con los que desfilaban en apoyo del Decreto, pero no pasó nada. Apenas nos miramos unos a otros con cierta curiosidad, pero sin siquiera gritar consignas. Cada manifestación siguió su camino, porque los niños y los muchachos en realidad no sabíamos por qué estábamos marchando. Es interesante que Betancourt, que como Presidente de la Junta tuvo varias crisis, entre ellas un par de alzamientos militares y hasta una amenaza de bombardeo contra Miraflores, sostenga que la situación causada por el 321 fue el peor momento de su gestión durante el controvertido Trienio adeco.

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