En estos días de absoluta inercia, provocada por el bloqueo eléctrico, decidí poner en la balanza mis emociones.
De un lado: la furia, la impotencia, la angustia; y, por el otro, mi salud mental. Como la inclinación se fue claramente hacia la última, decidí dedicarme a reflexionar y escribir lo que estábamos viviendo, buscando así un: ´´auto convencimiento ‘que me ayudara a recordarme que estamos en Cuaresma, y tenía que hacer un ‘Sacrificio mayor´´, para que mi rabia quedara en un lugar apartado de mi conciencia.
Mis reflexiones fueron apareciendo solas, pues me di cuenta que al menos en mi caso, no se me hacía tan difícil, lo que la coyuntura que estábamos viviendo exigía: reinventarse, no bloquearse, improvisar. Empecé a pensar en lo absolutamente privilegiada que fui de haber nacido en una familia numerosa, rodeada de hermanos y de primos, con quienes compartimos nuestra infancia y buena parte de nuestra adolescencia. Con unos padres y tíos aventureros, idealistas, amantes de la naturaleza. (tengo que reconocer que cuando tuve mis hijos llegue a pensar que no eran nada de eso, sino locos de b…)
Desde que yo tenía cinco años, mi papá, junto con su querido compadre Virgilio González Klose, (primo hermano de mi mamá), y algunos de sus hermanos, tuvieron el sueño de construir un sitio de esparcimiento en la isla de Pescadores en el Parque Nacional Morrocoy. Al comienzo, con mucho esfuerzo, construyeron una gran choza en donde cada familia tenía su espacio.
Muchos llegaron a llamarlo: ´´El Hamacarium´´, pues dormíamos en hamacas / literas…por la cantidad de gente.
La aventura comenzaba cada Carnaval o Semana Santa a las dos de la mañana, cuando nos levantaban, porque a las tres en punto salía de la casa de mis tíos en Las Mercedes la caravana de camionetas rumbo a Tucacas… No existía la carretera Valencia- Puerto Cabello, por lo que la travesía por la carretera vieja era todo un poema….
El desayuno lo hacíamos con un sándwich y un huevo cocido. En el carro al despertarnos, y almorzábamos, en algún lugar alrededor de las dos de la tarde que era la hora aproximada de llegada a Tucacas……. Luego venía el equipamiento del Peñero. Piezas inmensas de hielo seco, sacos de arroz, incontables botellas de agua potable. Ponqués y un largo etc. al mejor estilo del Arca de Noé.
Los niños, íbamos sentados (por seguridad), encima de la gran pieza de madera que cubría el motor en todo el centro del peñero.
Nunca oí a nadie, quejarse, ni del cansancio, ni del ruido, ni de las tres horas que duraba la travesía. Tampoco del calor. No existían los Ipads que nos distrajeran. Tampoco audífonos para oír música. Solo el disfrute de la aventura y de la naturaleza.
Cuando ´´ tocábamos tierra´´, casi siempre era al final de la tarde, todos colaborábamos en el desembarque sin rechistar………
De las comidas, lo que recuerdo con más claridad y afecto eran los desayunos.
El menú era único: grandes bandejas de: funche, huevos revueltos y de queso blanco rallado (que ahora pienso en lo que tardarían los marineros que ayudaban en la cocina para tener todo a punto) ….
A nadie le oí nunca: ´´no me gusta el funche´´, ´´yo quiero huevo frito´´, ó, ´´no quiero limonada sino Toddy´´…… O sea: a comer, callar, y todos felices…….
En los almuerzos / cenas, degustábamos inmensos pastichos, o platos pre elaborados que llevaban en cavas. Si había suerte, cenábamos todos encantados: Carite frito, producto de la pesca de los ´´ hombres´´, que madrugaban y se iban en el peñero a ver que sacaban……
Mientras tanto, los aproximadamente: 10 a 15 niños vivíamos nuestra experiencia a lo Robinson Crusoe, haciendo excursiones alrededor de la isla o haciendo ´´cola ‘para que nos tocara la mejor ´´careta´´ en el cuarto mágico de mi tío Virgilio, en donde había todo lo inimaginable para el ´´buceo´´ de niños y adultos.
Cuando todos estábamos debidamente equipados, venía la segunda cola para bajar. Uno a uno, a la izquierda del muelle, a ver una inmensa anguila que habitaba debajo del embarcadero, y se asomaba para que todos tuviéramos el placer y el susto de subir diciendo “la vi completica”.
Nunca supimos quién de los adultos creó la leyenda de que dicha anguila, estaba ´´atracada´´ entre las piedras y por eso vivía ahí. Lo cierto es que durante los años que disfrutamos de aquella magia, la anguila siempre se asomó.
En las noches, con ´´velas´´ (porque al principio no había planta) teníamos fabulosos: ´´talent shows” La estrella principal era mi tío Virgilio, con su voz y sonrisa prodigiosas, que nos cantaba: ´´Ayayayay yayay lo digo yo…´´ El Vaquero´´ más auténtico que existió…, con gesticulación, guitarra y baile incluidos…Otros, jugaban cartas o dominó.
Cuando nos mandaban a dormir comenzaba la ´´hora loca´´, que encabezaba casi siempre mi hermano Eduardo Elías, que más de una vez tiró un: trique traque, con las sanciones posteriores en consecuencia, en medio del silencio y los ronquidos de la noche.
Mi papá y mis tíos le dieron vida a ese ´´sueño´´, porque eran unos enamorados del mar, de la pesca, especialmente de las islas de Morrocoy, y para que los hijos pudiéramos crecer disfrutando juntos de ese entorno de belleza natural.
Lo que creo que nunca se imaginaron, fué que nos estaban regalando un ´´aprendizaje de vida´´, compartir, ser solidarios, no quejarnos y, sobretodo afrontar las circunstancias de la vida con alegría, aunque solo tuviéramos una vela y un sandwich.
Rosa Elena Larrazábal de Maldonado 9 de Marzo de 2019

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