Blog de Víctor José López /Periodista

lunes, 22 de mayo de 2017

LAS VOCES QUE SE ALZARON Egildo Luján Nava

LAS VOCES QUE SE ALZARON
" Es necesario convocar lo mejor del ser humano para superar nuestras tribulaciones "
  Monseñor Pietro Parolín.

Formato del Futuro…
Es una proeza recorrer a Venezuela. Si tratas de hacerlo usando vehículos,  tienes que programarlo para que sea de día. Y apoyándote en la experiencia, prudencia e intuición como avezado conductor para saber sortear los mil y un huecos con los que vas a tener que bregar mientras te movilizas; para no ser víctima de alguna falla de carretera, de alguna interrupción vial promovida por salteadores de camino o la ya habitual requisa de alcabala. Y, por supuesto, encomiéndate a Dios que no se te agote la disponibilidad de gasolina, te afecte una pinchada de caucho o algún accidente menor. Porque todo eso implica la posibilidad de que allí culmine tu viaje, en vista de que soluciones para ese tipo de contratiempo, sencillamente, no son posibles. 0 ¡no las hay¡.

Pero ¿y si lo intentas por vía aérea?. Como aventura -al igual que la anterior- no es nada mal. Aunque te puedes encontrar con varias sorpresas: que la ruta ya no existe; que puede existir, pero el cupo fue agotado hace varios días o fue mercadeada por algún revendedor. 0, posiblemente, que existe la ruta, hay cupo, pero no sabes cuándo puedes viajar porque la línea no dispone de tantas unidades aéreas como para garantizar día y hora confiables. Para la salida y el regreso, desde luego.

Pero, en la mayoría de los casos,  uno se encomienda a Dios, y va y viene sin novedad. Y con tanta tranquilidad que dicha condición se convierte en la aliada oportuna y útil, cuando se trata de describir lo que se vivió durante el periplo.
Porque si hay algo seguro y hasta común en esos viajes al interior de la República, es que permite apreciar el enorme deterioro que ha sufrido el país en todos los aspectos y áreas. Tanto que ha convertido a cada venezolano de hoy, en un experto surfeador sobre las olas de un mar de calamidades. De hecho, comer medianamente bien es un lujo que recuerdan residentes y visitantes con inevitable nostalgia. Y todo porque la escasez de alimentos es dramática. Tan dramática como indignante  que la consecuencia es ver a niños de todas las edades hurgando en la basura, para poder comer algo; nunca nutrirse.  Es que comer algo terminó convirtiéndose en lo cotidiano; de la misma manera que enfermarse y no poder adquirir las medicinas que prescriben los médicos que prestan sus servicios en  hospitales públicos o en clínicas privadas. De ahí que para muchos, enfermarse es pensar en que la muerte es ya la compañera para siempre.

Pero, a pesar de todo y de todo eso, también el venezolano de la provincia es increíble. Porque siempre tienen un chiste a flor de labios; se regodea fácilmente en su sentido del humor -en eso que no es habitual entre quienes viven entre y con la violencia- hasta por el hecho de haber perdido mucho peso en vez de lamentarlo y convertirlo luego en su deducción de ¡estar en la línea¡. Pero, además, en lo suficientemente apropiado como para ofrecer y recibir un fuerte abrazo.

Bajo esas condiciones, no es difícil ni imposible preguntarle a los viejitos que vinieron de tierras lejanas y se hicieron venezolanos por voluntad propia -y que aman esta tierra más que muchos nativos- porqué escogieron venir para Venezuela. Y su respuesta conmueve y emociona: lo hicieron huyendo de países en los que se vivía en guerras, dictaduras, torturas y abusos, pero que hoy son países del primer mundo. Y se decidieron  por Venezuela por ser uno de los pocos países del mundo donde fueron bienvenidos y recibidos con los brazos abiertos; en donde la camaradería era lo normal y al hombre de color se le decía " negro " por cariño, a cambio de un abrazo fraternal de bienvenida. 

Esa era la Venezuela de entonces: un país que ofrecía todas las posibilidades para el residente y el visitante; en el que las escuelas públicas eran mejores que las privadas; en  donde no había bandos ni rencores sociales, Un país donde porcentualmente se tenía la mayor clase media de Latinoamérica, y en el que el ingreso percápita era considerado un espacio productivo que garantizaba posibilidades de vivir en un ambiente de bienestar seguro, como de riquezas naturales de todo tipo para desarrollar. De hecho, los venezolanos llegaron a ser los ciudadanos del mundo que podían viajar a más países sin depender de la obligación de gestionar visas. Eran visitantes bienvenidos en el mundo entero.  Inclusive, un  país en donde la mayoría de sus Jefes de Estado provenían de hogares humildes, porque Venezuela era, en conclusión, un lugar del mundo en  donde cualquier ciudadano de trabajo tenía la posibilidad de  ascender, llegar y permanecer.

Pero ¿y qué les pasó a los venezolanos?. Pocos se atreven a afirmar que entienden lo que les sucedió. Sobre todo con ese país maravilloso al que ingresaron millones de millones de dólares durante las dos últimas décadas, por lo que podía exhibir un ingreso percápita superior al histórico. Pero que, sin embargo, su condición actual verdadera es la de ser uno de los países más pobres de la Tierra, incapaz de retener a más de dos millones de sus jóvenes y adultos de mayor talento, quienes han migrado por desesperación buscando seguridad y porvenir, ayudando a desarrollar otros países. Muchos dicen que están fuera pero con el corazón en su Patria y seguros de regresar. Sin embargo, la mayoría formada que ya ha ido consolidando posibilidades de trabajo, sencillamente, cree que esa posibilidad es una quimera.

De igual manera, ¿cómo se puede entender que hoy el 90% de la población venezolana rechace la actual situación que se vive, y que hasta la Iglesia Católica se haya atrevido a  alzar su voz de alerta en función del respeto a los derechos ciudadanos y del cumplimiento de la Constitución?. Desde luego, son múltiples las respuestas que se esperan ante el hecho de que la gran mayoría de los países democráticos del mundo estén reclamando respeto a los derechos humanos, y condenen acciones represivas contra la ciudadanía, mientras los califican de crímenes de lesa humanidad y alertan que  no caducan. Es una simbiosis de reclamos dentro y fuera del país, mientras se le reclama al Gobierno de Venezuela su poca dedicación a impedir que el clima social interno se siga tornando más violento. Y eso se da, adicionalmente, mientras se trata de silenciar y de anular a la Fiscalía General de la República de la misma manera que se ha hecho con la Asamblea Nacional, y de silenciar a la ciudadanía que intensifica su “ruido en las calles del país”.  

¿Qué se está esperando para que ese cuadro de injustificadas -aunque sí comprensibles- situaciones se sigan agudizando?. 

Todo llega a un final. El crimen no paga ni el mal triunfa. Los responsables de que esto no termine y que esta pesadilla tampoco sea abortada, están plenamente identificados. El camino actual no ha funcionado aquí ni en ninguna parte del mundo. El comunismo solo trae represión, atraso, hambre y miseria. Y en Venezuela, el ciudadano ya despertó y no come cuento. Llegó la hora de capitular. De entregar, tal y como terminan todas las guerras. Alguien gana y alguien pierde. Y el que pierde, tiene que pactar y tratar de que sea con el menor dolor posible. Hizo daño. Mucho daño. Y existe un costo implícito que debe ser honrado con la misma decisión que concibió, propició y acometió los daños que hoy vive la nación.  

Los venezolanos saben reconciliarse. Hasta sellar las diferencias con un abrazo. Y en atención a dicho propósito, hay que trabajar. Para que las consecuencias registren la menor cantidad posible de traumas sociales. Reconstruir lo destruido y reinstitucionalizar lo desvirtuado no será fácil. Pero sí es posible de transformar a partir de un aprovechamiento certero de los recursos naturales y humanos disponibles. También de la promoción, construcción de las condiciones adecuadas y apropiadas para que muchos de los venezolanos que se fueron, puedan regresar con una visión positiva de su país; de su Patria.

Entre los venezolanos que están dentro y los que están fuera y volverán más y mejor preparados, se puede hacer el milagro de convertir las voces que se han alzado reclamando cambio, en el llamado al entendimiento, el acercamiento y el renacimiento de la hermandad. Es cuestión de no hacerle el juego a la violencia, a los violentos y a la pasión desenfrenada por la discordia como fin político.    
                                                                                                                                                                                               Egildo Luján Nava
Coordinador Nacional de Independientes Por el Progreso (IPP)


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