Blog de Víctor José López /Periodista

miércoles, 5 de abril de 2017

CUANDO EL PODER SE CONVIERTE EN VIOLENCIA LOS DERECHOS DE LOS CIUDADANOS SE OCULTAN EN LA SIN RAZÓN

La violencia traspuesta contra Fréderick Pinto y Lalo Guinand; por Willy McKey

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Un músico veinteañero y un arquitecto de ochenta años: hasta ellos pueden parecer un peligro para el Poder cuando ha perdido la mesura.
Fréderick Pinto ni siquiera estaba protestando. Iba a su ensayo: toca el corno en una orquesta municipal. En el video de su detención que, en medio de la impotencia dos punto cero, se viralizó, Fréderick le grita a los policías “¡Soy músico, vale!”, mientras media docena de agentes lo cerca y lo golpean, incluso por la espalda.
Cuando se lo llevan detenido, lo obligan a dejar atrás su instrumento. El estuche se evidencia maltratado, golpeado, pero su forma es inconfundible: su corno, un instrumento musical cuyo origen está en la cacería, hace que los efectivos parezcan una jauría salvaje, rabiosa, amenazada por un sonido posible que no entenderían.
Eduardo “Lalo” Guinand tiene ochenta años de edad. Es arquitecto. A lo mejor eso lo convierte en peligroso. No su aguante ni su protesta civil, pacífica, sino ser arquitecto. No pueden engatusarlo con promesas de infraestructura. No lo tienen secuestrado mediante una pensión de hambre. Al contrario. Ha estado generando empleo, haciendo trabajo social e imaginando espacios para ser habitados por otros.
“La arquitectura es el testigo menos sobornable de la historia”, decía Octavio Paz. Y al parecer desde el Poder han decidido ir contra cualquiera que pueda dar testimonio del desastre.
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Los cornistas forman parte de los músicos de la orquesta que deben tocar una quinta más baja de lo que dicen las partituras. Es algo que en la música se conoce como “transposición” y requiere una particular concentración para no engañar a los sentidos. No es un verbo sencillo transponer. Conjugarlo tiene sus problema, porque significa poner más allá, llevar las cosas hasta un lugar distinto al que debe ocupar en el mundo. En ocasiones para esconderlas.
Ver las imágenes de Eduardo con un ojo morado o a Fréderick siendo agredido en cayapa por policías entrenados para combatir a delincuentes indigna desde el territorio de lo más básico, de lo primitivo.
Y eso toma nuestro ánimo y lo lleva más allá.
Nos transpone.
Se trata de un joven artista y de un viejo de la tribu heridos en su fragilidad por una fuerza incapaz de la piedad, del respeto. Se trata de la fuerza del Estado llevada más allá, hasta un lugar distinto al que debe ocupar en el mundo.
Se trata del Poder decidido a transponer la violencia.
Han arrestado y golpeado a un músico. Han golpeado en la cara a un arquitecto de ochenta años. Dos hombres cuyas vocaciones tienen el hermoso poder convocante de imaginar sonidos y espacios para los demás.
¿Está tan traspuesto el Poder, tan fuera de lugar, que a unos efectivos armados pueden parecerles peligrosos un joven y su corno francés, un abuelo y su fe en la protesta como una vía para ejercer sus derechos?
Si es así, es imposible pretender que todo quede igual. Porque transponer es cambiar al orden de las cosas. Y de ahí en adelante ya nada puede ser igual.
Algo ha cambiado.
Algo grande.
Nos han traspuesto.

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