Asombra Nicolás Maduro todas las veces. Asombra que pretenda solucionar el caos a punta de discursos predecibles y vacuos
Así andamos en estos días los que
presumimos (o pecamos) de ser unos optimistas crónicos. Nos quedamos con los
bolsillos vacíos. Sin argumentos para rebatir a los de talante apocalíptico.
Sin evidencias de mejoría o cambio en el penumbroso horizonte que está ante
nuestros ojos. Queda demostrado, cada día, con rigurosa exactitud, que en este
país la palabra “asombro” es un espacio más grande que la imaginación y la propia
geografía nacional. Cabe de todo en el asombro cotidiano. Cabe el estupor ante
las masacres de Barlovento, Cariaco y Tumeremo (que no se nos olvide ninguna).
Uno se asombra ante la vertical velocidad del dólar paralelo. Uno anda
boquiabierto ante el dólar escándalo, el dólar absurdo, el dólar ilógico que
hoy destroza nuestros ahorros. Y también asombra que la reacción oficial, la
única respuesta del régimen, sean solo las cansinas e irresponsables
declaraciones de siempre. Asombra que se endose la responsabilidad de la
debacle económica a un ciudadano venezolano que en sus ratos de ocio juega a un
mortal casino llamado Dólar Today. ¿Puede más un empleado de un remoto Home
Depot que todo el fulgurante gabinete económico de la nomenklatura
revolucionaria? Asombra oír a Nicolás Maduro, siempre retórico, siempre
rimbombante, siempre mintiendo, anunciando pulverizaciones que nunca ocurren o
despegues económicos que se vuelven burbujas de jabón. Asombra tanta
incompetencia. Asombran nuestras muy terribles, espantosas y crecientes cifras
de deterioro. Asombra Nicolás Maduro todas las veces. Asombra que pretenda
solucionar el caos a punta de discursos predecibles y vacuos. Y uno ve
cómo se pone vehemente y proclama nuevas comisiones, nuevos ministerios, más motores.
Y cómo decreta el ahora sí. Y todos sabemos, incluyéndolo, que solo es una
mentira más en su Himalaya de engaños. Chávez muere y él lo llama
indestructible y eterno. Fidel muere y también lo llama indestructible. Nuestra
economía muere y la llama indestructible. Los venezolanos mueren asesinados, de
mengua o de hambre, otros se van en estampida, sus pares ya no quieren saber
nada de él, las encuestas gritan su rechazo y él llama a la revolución
indestructible. Maduro asombra y alarma.
Pero también asombra el desatino de
nuestros líderes opositores. Y confieso que, por el conocimiento humano que
tengo de algunos de ellos, me parece injusto tildarlos de traidores, vendidos o
colaboracionistas. Los epítetos que les han arrojado son tan copiosos como
estridentes. Un costal entero de tomates verbales y crispados. Yo, por mi
parte, lo que ya no le acepto a la dirigencia opositora es que su reloj no
tenga la misma urgencia que la del ciudadano común. El reloj del hambre. El
minutero de la ruina. La cuenta regresiva de la supervivencia. Sin duda, el
intento de diálogo ha pecado de ingenuidad, de falta de malicia, de
improvisación, incoherencia y unos cuantos etcéteras. Se necesitan nuevas
reglas, y quizás, como lo han asomado algunos, nuevos interlocutores. Se necesita
prender las luces de emergencia. Estamos haciendo agua por todos lados,
señores. Basta de dilaciones. Basta de depender de la agenda de los mediadores.
No es cuando ellos puedan. Los que estamos hundiéndonos somos nosotros. Falta
–entonces- carácter, reciedumbre, templanza. Falta activar el YA.
Todo el país sabe que el primer remedio
para salvarnos del naufragio es cambiar de gobierno. Nicolás Maduro no sirve
como presidente de la República. Su larga y extenuante lista de ministros no
sirve. No conocen su trabajo. No saben lo que hacen. Asombra lo incompetentes
que son. ¿Conclusión lógica? Hay que despedirlos. Nuestro voto es su carta de
despido. Por eso evitan cualquier evento electoral. Pero ya. No queremos más
pretextos. Basta de hablar de guerra económica, el imperio y la oligarquía.
Basta de tanto cinismo y mediocridad. Hay que despedir a los militares de los
cargos públicos y devolverlos a los cuarteles. Hay que sacar a la camarilla
revolucionaria de la administración del Estado. Es hora de regresar al siglo
XXI (si es que alguna vez estuvimos en él). De asaltar el tren de la
modernidad. De volver a ser normales.
El mañana de nuestra emergencia es hoy. Ese
es el único argumento que flota como una nube urgente sobre el país. A nuestros
líderes opositores les pedimos que se alisten para el último inning. Pónganse
de acuerdo puertas adentro y salgan con determinación a resolver lo que todos
estamos exigiendo. El fin de la pesadilla. El inicio de otro tiempo para
Venezuela. Si necesitan pueblo que los respalde, lo van a encontrar. Somos una
rabiosa e impaciente mayoría. En realidad, sólo estamos esperando por ustedes.
Ya no hay más argumentos. El mañana es hoy.
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