ORIANA FALLACI Su fama de corresponsal de guerra le abrió las puertas de los palacios del poder y ella entró irreverente y directa. |
En
un edificio de la calle 71 de Nueva York vivía una mujer menuda rodeada de
libros antiguos y cuadros carísimos. Estaba enferma de cáncer, comía y dormía
poco, fumaba unos 50 cigarrillos diarios y, a cada rato, revisaba que
continuara en su sitio el letrero que había colgado en la puerta de su
departamento: Go away! (¡Márchese!). Pasaba los días, en silencio y con el
teléfono desconectado, ante una vieja Olivetti escribiendo (y reescribiendo)
una inconclusa novela sobre sus ancestros.
La
semana pasada, el 15 de septiembre, se han cumplido diez años de su muerte.
Tenía 77 años. Esa señora ermitaña y huraña se llamaba Oriana Fallaci, (Florencia,
29 de junio de 1929-15 de septiembre de 2006), y durante décadas fue la
entrevistadora más temida por “los todopoderosos de la Tierra”, como ella misma
llamaba a los dirigentes políticos del mundo.
Periodista
y escritora, firmó una docena de libros que vendieron más de veinte millones de
ejemplares. Como periodista ganó un gran prestigio internacional, especialmente
por sus entrevistas a celebridades como el rey Husein de Jordania, Vo Nguyen
Giap, Pietro Nenni, Giulio Andreotti, Giorgio Amendola, el arzobispo Makarios,
Yasser Arafat, Reza Pahlavi, Haile el Selassie, Federico Fellini, Indira
Gandhi, Golda Meir, el Papa Benedicto XVI, Nguyên Van Thieu, Ali Bhutto,
Muamar-el-Gadafi, Den Xiaoping, Willy Brandt, Orson Welles, Sean Connery, Henry
Kissinger, Leopoldo Galtieri (a quien llamó "torturador") o el
Ayatolá Jomeini (al que increpó como “tirano” y se quitó el velo o chador
exigido para realizar la entrevista).
En
los tiempos de la "carrera espacial", Fallaci entrevistó en la NASA a
los astronautas del Apolo 12, con cuyo comandante, Charles Conrad, debió
sostener un tórrido romance, pues hasta llevaba su foto cuando pisó la Luna.
Fue
la primera mujer italiana corresponsal de guerra y sus crónicas la hicieron
universalmente famosa. Su carrera como enviada especial fue tremenda. Cubrió
las guerras de Corea, Indochina, Vietnam, siguió también los conflictos entre
la India y Pakistán, en Oriente Medio y América Latina. Estaba en Dallas, el 22
de noviembre de 1963, la mañana que mataron a JF Kennedy, en 1968 reportó
también la muerte de su hermano Robert en California, y la de Martin Luther
King en Memphis. El 2 de octubre 1968, Fallaci resultó herida por una ráfaga de
metralleta en la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México, cuando
cubría una manifestación de protesta de los estudiantes mexicanos, en lo que
hoy se recuerda contra la “matanza de Tlatelolco”. Desde España reportó la
enfermedad y muerte de Franco en 1975.
En
Oriana Fallaci transitaba una mujer talentosa, tenaz y desafiante, envuelta en
frustraciones sentimentales, que se convirtió en una periodista diva y déspota,
de fama internacional. Pasó de retratar estrellas de cine y astronautas, a ser
testigo de terribles guerras, conociendo a los personajes que moldearon el
mundo contemporáneo y, ya en el ocaso de su vida, acentuando con sus agrias
opiniones la polémica en la que estaba acostumbrada a vivir.
El
hecho de tener un carácter reservado e independiente, y que trabajase el
periodismo de agencia, la mantuvieron en un segundo plano en sus inicios. Sin
embargo, su particular visión de los acontecimientos y su magnífica prosa
narrativa terminó por hacerse notar en los lectores. Sus reportajes se
comenzaron a divulgar en las publicaciones más importantes de la época:
L’Europeo, Corriere della Sera, Le Figaro, Paris-Match, The Times, Die Welt,
Time Magazine, Life, The Washington Post…
Y
así surgió el “estilo Fallaci”: tenacidad para buscar la noticia, habilidad
para construir el artículo como un relato y presentarse como uno de los personajes
del encuentro. Su fama de corresponsal de guerra le abrió las puertas de los
palacios del poder y ella entró irreverente y directa.
“Las
preguntas son brutales porque la búsqueda de la verdad es una especie de
cirugía, y la cirugía duele”, decía.
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