Se
necesitan otra clase de líderes: un buen ejemplo pueden ser los de Europa
occidental
Cuando oigo a los políticos expresar vehementemente sus deseos de “paz,
diálogo, libertad, e intenciones de acabar con el hambre de sus pueblos”, pero
veo todo lo contrario, es cuando me comienzan las arcadas, así que apago
inmediatamente la radio, la televisión o cierro bruscamente el periódico, y se
me van. Me suele venir, sin querer la pregunta “¿y cómo lo harán, si en el
fondo no quieren o no saben?”. Suelen estar mintiendo, como cosa rara.
El ámbito en que lo percibo es el de la América Latina toda, aunque vivir
en Venezuela confiere cierta autoridad para opinar del asunto. Pero cualquiera
que haya leído algo sobre nuestra historia americana entenderá que no estoy
elucubrando, pues desde que el continente se independizó todos han dicho casi
lo mismo, y los resultados los tenemos ante nuestras narices.
San Martín, O’Higgins, Martí y unos cuantos más, son considerados padres de
sus correspondientes patrias, pero al final, por H o por B, ninguno logró
consolidarlas y mucho menos unirlas, como se logró en los EEUU de América. Ni
siquiera Bolívar, el más visionario de todos pudo realizar su gran sueño
anfictiónico con los países que independizó.
Se necesitan otra clase de líderes: un buen ejemplo pueden ser los de
Europa occidental, que tras dos terribles guerras mundiales en que
quedaron social, industrial y militarmente hundidos, con decenas de millones de
muertos y la fuerza de producción devastada, decidieron, porque lo decidieron
en 1945, al término de la II Guerra, levantar sus países desde la más absoluta carraplana
lográndolo en tres lustros apenas. Los líderes de los países, tanto ganadores
como perdedores, entendieron que como habían sido antes las cosas, no llegarían
a ninguna parte y debían intentar acabar con el sufrimiento de sus gentes, pero
en serio.
Y fueron apareciendo los líderes que lograrían el milagro. Casi todos eran
políticos, parece increíble, que habían pasado las de Caín en sus respectivos
cargos. Una de la primeras cosas que abordaron fue la de juntarse todos para
discutir sus diferencias seculares, procurando hacerlo sin entrarse a coñazos,
e inventaron la ONU que aunque a trompicones aún dura. Lo siguiente fue
que EEUU, el país vencedor que sufrió menos decidió, no sin enteres, invertir
en la reconstrucción de Europa, por medio del Plan Marshall, socorriendo a
vencedores y vencidos. Los reales alcanzaron y no consta que se los robaran o
malvesaran, porque todos los beneficiarios crecieron y se convirtieron en
países ricos y solventes.
En 1946, el inefable Winston Churchill viendo cómo el mundo se dividía en
dos bandos irreconciliables, este y oeste, en la llamada Guerra Fría, percibió
que las naciones de Europa podían caer en las fauces de comunistas o
capitalistas, y en septiembre de 1946 dio un discurso en la Universidad alemana
de Zúrich y soltó esta perla: “Debemos recomponer la familia europea dentro
de una estructura regional, que podría llamarse Estados Unidos de Europa. Y el
primer paso práctico en esa dirección será constituir un Consejo de Europa. Si,
en un primer momento, no pueden o no están dispuestos a incorporarse a la Unión
todos los Estados, deberemos empezar por reunir y poner de acuerdo a aquellos
que quieran y puedan” (sic).
Seis primeros ministros lo entendieron e iniciaron la mayor construcción de
una gran Unión desde el Imperio Romano. Los países originales fueron: Francia,
Alemania, Holanda, Italia, Bélgica y Luxemburgo. Curiosamente este último, un
país diminuto, planteó que Alemania y Francia debían terminar sus históricas
rencillas, y en 1951 lo lograron fundando la Comunidad Europea del Acero y
el Carbón (CECA). Empezaron por desarrollar la industria contando con las
minas del Sarre, en la frontera franco alemana, por la que ambas naciones
pelearon muchas guerras. Siguió la agricultura para autoabastecerse, y no tardó
en llegar la Comunidad Económica Europea, (CEE) en 1957, tras la firma del
Tratado de Roma. Fue la fase previa a la fundación el 1 de noviembre de 1993 en
el acuerdo de Maastricht,
(Países Bajos), de la
actual Unión Europea (UE).
El 1 de enero de 1973 Dinamarca, Irlanda y el Reino Unido entraron a formar
parte de la CEE, con lo que el número de Estados miembros aumentó a nueve. Así
poco a poco se fue abriendo la puerta de aquel sueño que en 1946 propuso
Winston Churchill.
Al día de hoy la Unión Europea es una comunidad política constituida
en un régimen sui géneris de organización
internacional, creada
para apoyar y acoger la integración y gobernanza en común de las naciones y pueblos del, viejo continente como una sola nación. Está compuesta por veintiocho
Estados europeos, hay Repúblicas,
Estados Federales, y Monarquías, todas democráticas; tienen un Parlamento
supranacional, hablan docenas de idiomas y dialectos diferentes, y profesan
múltiples religiones; tienen moneda propia, el euro, y disfrutan de libre tránsito
de personas y mercancías sin visados ni tasas aduaneras. Lo han logrado, y, a
pesar de muchas vicisitudes han sabido evitar las guerras entre ellos. Todo eso
se les debe a 11 personas que sabían lo que querían y lo hicieron. ¿Cómo?
Imagino que dialogando, en paz, en libertad y queriendo lo mejor para sus
pueblos, pero en serio.
Fueron funcionarios públicos, pero Padres de la Patria europea, sus nombres
son: Konrad Adenauer, Paul-Henri Spaak, Alcide de Gasperi, Jean Monnet, Robert Schuman, Altiero Spinelli, Joseph Bech, Johan Beyen, Walter Hallstein, Sicco Mansholt y cómo no Winston Churchill,
En este continente, sin guerras mundiales, con el mismo idioma, casi todos
cristianos, con agua, electricidad*, enormes selvas, petróleo, coltán, hierro,
cobre, manganeso, carbón, oro, diamantes, con pieles de todos los colores que
nos llevamos bastante bien… Pues a pesar de tantas facilidades, aún no hemos
logrado nada parecido.
¿Dónde podríamos encontrar algún Padre de la Patria de esa estirpe para que
le eche bolas?
* (Ya sé lo que estarán pensando, pero lo digo a nivel continental,
disculpen).
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