Los demagogos generan un efecto rebote: creando expectativas y adulando al
pueblo ingenuo o ignorante que les cree, como sucede también por estos lares.
El demagogo medra mientras el pueblo se hunde. Es un círculo siniestro, pues
ese pueblo termina esperando inútilmente “a ver que consigue” bajo el
inclemente sol y lluvia de las colas y a que lo prometido se cumpla, cosa que
no suele ocurrir.
En
Venezuela es probable que para un niño o adolescente, en su escuela o colegio,
el peor insulto que sus compañeros le puedan hacer es llamarle “jalabolas”.
Si bien
la expresión no es un insulto ni una grosería, en Venezuela solemos usarlo a
modo de adjetivo peyorativo hacia otra persona, como expresión vulgar de
adular, exageradamente a alguien o intentar persuadirlo de forma zalamera e
insistente; se ve como una persona que hace demasiados favores y es muy
complaciente con otra, a veces sin retribución aparente. Pero ¿cuál es su
origen?
La
expresión no tiene nada que ver como apelativo testicular. En realidad se
originó en las viejas cárceles venezolanas donde los presos usaban grilletes.
Aquellos con mayor poder económico o influencia tenían su “jalabolas” particular
que los ayudaban a cargar o arrimar las pesadas bolas de hierro que llevaban
enganchadas a sus tobillos con cadenas. Sin embargo con el tiempo, la acepción
original se fue perdiendo y “jalabolas” se convirtió en sinónimo despectivo de
lisonjero.
No debe
confundirse la lisonja con el aplauso al verdadero mérito ni con la galantería. La lisonja es una adulación rastrera, hecha con la intención de halagar a
alguien con propósito de ganarse su voluntad para fines interesados; es tan
antigua como el mundo, practicada por el débil hacia el poderoso; su cénit
llegó en el siglo XVII, la corte de Luis XIV de Versalles fue el paradigma y
las adulaciones de los cortesanos y no pocos literatos de la época
llegaron hasta el extremo de que la Academia propuso un concurso para premiar
al que desarrollara mejor la tesis “¿Cuál es la más admirable de las virtudes de Luis XIV?” que el monarca tuvo el buen sentido de mandar retirar, así
sería la cosa.
Sin
embargo al rey no le desagradaba el asunto. Su vanidad llegó al extremo que
permitió que le llamaran “le Roi Soleil” (Rey Sol), título con el que ha
pasado a la posteridad, nada menos. Luis XIV fue uno de los más destacados
reyes de la historia francesa, porque consiguió crear un régimen absolutista y centralizado, hasta el
punto que su reinado es considerado el prototipo de la monarquía absoluta en Europa, tan absoluta, que se le atribuye haber acuñado, ya de joven, la
frase “L'État, c'est moi” (El
Estado soy Yo). Lo cierto es que Versalles estaba plagado de jalabolas.
La
adulación debió dar buenos réditos pues, cuando cayeron las monarquías
absolutistas, muchos políticos republicanos y de monarquías parlamentarias
no olvidaron el habito de adular, pero esta vez invirtiendo los términos, y se
inauguró el “populismo” como la nueva fórmula de hacer política,
cambiando el sujeto de la adulación. Ahora, en vez de al rey, se adula al
pueblo que es quien puede encumbrar por medio de los votos. Su práctica, que a
lo largo del siglo XX tuvo un auge impresionante se llama “demagogia”.
La demagogia
es un término del griego antiguo – los que inventaron casi todo – y
proviene de dos vocablos: demos, que significa pueblo y agein,
que significa dirigir, por tanto demagogia
significaba: el arte, la estrategia o el poder para conducir al
pueblo. Esta palabra en su origen no tenía ningún sentido peyorativo,
y los demagogos helenos eran defensores de la democracia,
como Solón (638 a.C.) uno de los siete sabios de Grecia.
Pero dos
siglos después, según aseguraba Aristóteles (384 a.C.- 322): “la demagogia
puede producir (como crisis extrema de la República), la instauración de un
régimen autoritario oligárquico o tiránico, y nace de la práctica demagógica
que ha eliminado así a toda oposición”. En estas condiciones, los demagogos,
arrogándose el derecho de interpretar los intereses de las masas de la nación,
confiscan todo el poder y la representación del pueblo e instauran una tiranía
o dictadura personal. Paradójicamente, era habitual que esas dictaduras se
instalaran sosteniendo que lo hacían para terminar con la demagogia.
Aún hoy
en día, es una forma de acción política en la que existe un claro
interés de manipular o agradar a las masas, incluyendo ideologías,
concesiones, halagos y promesas, manipulando los sentimientos, las emociones y
la voluntad de la gente con falacias y mentiras, información incompleta y
omisiones de la realidad, pretendiendo sólo la conquista del poder político,
utilizando hábilmente potentes medios de comunicación y de propaganda (prensa, radio, TV) para dar al público lo que quiere
oír con el único objetivo de ganar votos*.
Los
demagogos generan un efecto rebote: creando expectativas y adulando al pueblo
ingenuo o ignorante que les cree, como sucede también por estos lares. El
demagogo medra mientras el pueblo se hunde. Es un círculo siniestro, pues ese
pueblo termina esperando inútilmente “a ver que consigue” bajo el inclemente
sol y lluvia de las colas y a que lo prometido se cumpla, cosa que no suele
ocurrir. A cambio recibe migajas y dádivas que nunca lo sacarán de abajo.
Cuando
los demagogos logran sus objetivos: “si te he visto no me acuerdo”… al menos
hasta las próximas votaciones.
¿A que
saben lo que les digo?
*Durante
el régimen nazi, el macabro ministro de Propaganda Joseph Goebbels, gran
jalabolas del führer, tomó buena cuenta y publicó sus “11 Principios de
Propaganda” que tan buen resultado le dieron a Hitler al principio.
http://www.grijalvo.com/Goebbels/Once_principios_de_la_propaganda.htm
En este link podrán ver la absoluta
actualidad de los principios de Goebbels.
Goebbels - Los once principios de la propaganda
Goebbels - Los once principios de la propaganda
Principio de simplificación y del enemigo único.Adoptar una única idea, un único símbolo. Individualizar al adversario en un único enemigo.
Principio del método de contagio.Reunir diversos adversarios en una sola categoría o individuo. Los adversarios han de constituirse en suma individualizada.
Principio de la transposición.Cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con el ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan.
Principio de la exageración y desfiguración.Convertir cualquier anécdota, por pequeña que sea, en amenaza grave.
Principio de la vulgarización.Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.
Principio de orquestación.La propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente, presentarlas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Sin fisuras ni dudas. De aquí viene también la famosa frase: "Si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad".
Principio de renovación.Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté ya interesado en otra cosa. Las respuestas del adversario nunca han de poder contrarrestar el nivel creciente de acusaciones.
Principio de la verosimilitud.Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sonda o de informaciones fragmentarias.
Principio de la silenciación.Acallar las cuestiones sobre las que no se tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el adversario, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
Principio de la transfusión.Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas.
Principio de la unanimidad.Llegar a convencer a mucha gente de que piensa "como todo el mundo", creando una falsa impresión de unanimidad.
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