Un joven valenciano,
Juan Manuel Carrasco, ha denunciado una cosa horrible. De acuerdo con su
testimonio, confirmado, según informan sus familiares, por exámenes médicos,
miembros de la Guardia Nacional, entre los maltratos a que lo sometieron, le
habrían introducido por el orificio anal el cañón de un fusil. Esta es una
denuncia que debe ser investigada a fondo y, como reza el lugar común, hasta
sus últimas consecuencias, porque de ser cierta, su gravedad no puede ser
disimulada ni minimizada. Nunca, que se sepa, habría ocurrido cosa semejante
en nuestro país. Los cuerpos policiales, en general, suelen ser muy rudos en
sus procedimientos, los cuales niegan, por lo general, el respeto a los
derechos humanos. Pero el joven así agredido ha sufrido no sólo un daño
físico sino uno mucho más grave, de carácter psicológico, que no puede quedar
impune. Aparte del joven Carrasco, es al gobierno a quien conviene más que a
nadie, investigar los hechos y, de ser ciertos, proceder a sancionar a sus
autores con todo el peso de la ley. Si esta brutal canallada no es sancionada
con una pena concomitante con la gravedad de lo ocurrido, entonces estaríamos
entrando en un ámbito donde todo vale y donde se habrían perdido todas las
restricciones morales y éticas que norman la conducta humana.
En
efecto, el silencio de la jueza ante la cual el joven denunció el hecho es
demasiado sintomático de los tiempos de ratas que vivimos.
Desde luego
que la violación de este joven supera con mucho las brutalidades
tradicionales que hemos conocido en nuestro país, pero ella fue parte de toda
una sinfonía represiva de muy altos decibeles. Puñetazos, patadas, golpes de
las cabezas contra el pavimento, saltos encima de los cuerpos que yacían en
el piso, fueron algunas de las "exquisiteces", más que represivas
verdaderamente delincuenciales, que acompañaron la bestial ordalía padecida
por el muchacho violentado con el cañón de un fusil.
Llama
poderosamente la atención que las más altas autoridades del país, que otrora
fueron de los más activos denunciantes de excesos, torturas y demás
atropellos policiales, teniendo, como tienen, conocimiento de estas
barbaridades que se cometen ahora, se comporten como si la cosa no fuera con
ellos, como si no se tratara de asuntos que les competen directamente y sobre
los cuales tendrían que tomar medidas urgentes, so pena de que la brutalidad
policial ocupe completamente el ámbito de la conservación del orden
público.
Para la Guardia Nacional es muy importante garantizar la
investigación imparcial de lo sucedido y asegurarse de que, si fue cierto,
los responsables de ello sean sancionados penalmente con
severidad.
Aparte del homicidio, es difícil imaginar un atropello más
humillante y vejatorio que el experimentado por el joven Carrasco. No es un
hecho banal ni trivial. Además de infligir sufrimiento físico, se añade la
afectación de la dignidad y el orgullo del joven agraviado. Este hecho
emplaza a la GN, no sólo como institución sino como cuerpo compuesto por
seres humanos. ¿Cómo se sentirían los comandantes de la GN si alguno de sus
hijos fuera sometido a semejante vejamen?
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jueves, 20 de febrero de 2014
SOBRE LAS TORTURAS A LOS ESTUDIANTES Y LOS ESBIRROS DE LA GUARDIA NACIONAL
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