In memorian
Don Fulgen, un
ejemplo imperecedero
“El padre es el
único amigo que siempre da y nunca exige”.
Anónimo
Este 19 de julio,
cuando se cumplen ocho años de la ausencia física de Gilberto Antonio Quevedo Segnini, por todos conocido
como Don Gilberto, un título que no se obtiene en las aulas universitarias ni
en ningún otro claustro u asociación, sino en el escenario diario de la
convivencia familiar y ciudadana como reconocimiento a la bonhomía, honradez,
estatura intelectual y conducta ejemplar en el seno del hogar y de la sociedad,
he querido resaltar una faceta de su personalidad quizás conocida sólo en el
entorno íntimo: un innato sentido del humor que exhibía especialmente con
cortos comentarios impregnados de sano sarcasmo y prodigiosa genialidad.
Sus satíricos
dardos generalmente salían al vuelo teniendo como blanco a nuestra madre o
alguno de sus hijos, cuando, sentados a la mesa, expresábamos alguna frase o
comentario que, de algún modo, se prestaba a chanza o era medio pendejo, para
decirlo coloquialmente. También surgían en la sala de la casa, o cualquier
reunión, cuando el objeto de sus pícaros giros era algún amigo o desconocido
que inocentemente ni caía en cuenta de que Don Gilberto estaba “mamando gallo”
a costillas suyas.
Mi padre, a pesar
de que mostraba un recio carácter forjado por prematuras vicisitudes, en verdad
tenía el corazón de un niño que afloraba con dulzura y amor no en pocas
oportunidades. Ello, aunado a lo comentado inicialmente, hizo que Doña Blanca,
su amantísima y fiel esposa y nuestra conductora madre, le adosara el remoquete
(con el cual, nostálgica, aún le recuerda) de “Don Fulgen”, abreviatura de un
personaje de una historieta de la época titulada “Don Fulgencio, el hombre que
no tuvo infancia”.
Hoy, quienes le conocieron, aquellos que le acompañaron por tantos
años en su gestión como vicepresidente del Centro de Historia de Trujillo, y
aquellos que saben de su importante legado cultural le recordarán, como lo
expresó Alí Medina Machado en sus palabras de despedida a mi padre, por “su
palabra de cronista y de historiador (que) abrieron una ruta y son metas
deseadas por muchos que indagan y preguntan. Su obra es una lección inacabada,
que ahora más que antes queda abierta definitivamente para las generaciones del
presente y del porvenir. (…) Como Briceño Iragorry, abrevó en las aguas
verdaderas de la vida y con ellas nutrió su pensamiento que será, justamente el
que nos permitirá tenerlo en adelante como un epónimo o como un ejemplo de
vida. Y será epónimo Don Gilberto, por su biografía de bien, por su constancia
vital que dio valores nutritivos a su vida, por su obra intelectual contenida
en sus libros, por su hogar y su familia
que ahora profundizarán su nombre con sus ya hermosas realizaciones…”.
Yo, en esta fecha,
en el altar de mi alma que él ilumina, quise recordarle como el “Don Fulgencio”
que le acuñó Doña Blanca, faceta en la que mostraba su vena humorística y, a la
vez, como el muchacho que se hizo hombre a temprana edad y que,
paradójicamente, “no tuvo infancia”, porque, siendo huérfano, dedicó grandes
esfuerzos para ayudar a levantar y educar a sus hermanos menores… Don Fulgen,
además de padre fue amigo que aún me sigue dando consejos y orientación a
través de sus escritos, su imborrable ejecutoria cargada de nobleza y su
imperecedero ejemplo que trato de
emular con humildad en cada minuto de mi vida.
Ubaldo Quevedo Lozada
“Chimiro”
No hay comentarios:
Publicar un comentario