Blog de Víctor José López /Periodista

miércoles, 17 de julio de 2013

Ubaldo Quevedo Lozada “Chimiro” Don Fulgen, un ejemplo imperecedero


In memorian

Don Fulgen, un ejemplo imperecedero

“El padre es el único amigo que siempre da y nunca exige”.
Anónimo

Este 19 de julio, cuando se cumplen ocho años de la ausencia física de Gilberto Antonio  Quevedo Segnini, por todos conocido como Don Gilberto, un título que no se obtiene en las aulas universitarias ni en ningún otro claustro u asociación, sino en el escenario diario de la convivencia familiar y ciudadana como reconocimiento a la bonhomía, honradez, estatura intelectual y conducta ejemplar en el seno del hogar y de la sociedad, he querido resaltar una faceta de su personalidad quizás conocida sólo en el entorno íntimo: un innato sentido del humor que exhibía especialmente con cortos comentarios impregnados de sano sarcasmo y prodigiosa genialidad.
Sus satíricos dardos generalmente salían al vuelo teniendo como blanco a nuestra madre o alguno de sus hijos, cuando, sentados a la mesa, expresábamos alguna frase o comentario que, de algún modo, se prestaba a chanza o era medio pendejo, para decirlo coloquialmente. También surgían en la sala de la casa, o cualquier reunión, cuando el objeto de sus pícaros giros era algún amigo o desconocido que inocentemente ni caía en cuenta de que Don Gilberto estaba “mamando gallo” a costillas suyas.
Mi padre, a pesar de que mostraba un recio carácter forjado por prematuras vicisitudes, en verdad tenía el corazón de un niño que afloraba con dulzura y amor no en pocas oportunidades. Ello, aunado a lo comentado inicialmente, hizo que Doña Blanca, su amantísima y fiel esposa y nuestra conductora madre, le adosara el remoquete (con el cual, nostálgica, aún le recuerda) de “Don Fulgen”, abreviatura de un personaje de una historieta de la época titulada “Don Fulgencio, el hombre que no tuvo infancia”.
Hoy, quienes le conocieron,  aquellos que le acompañaron por tantos años en su gestión como vicepresidente del Centro de Historia de Trujillo, y aquellos que saben de su importante legado cultural le recordarán, como lo expresó Alí Medina Machado en sus palabras de despedida a mi padre, por “su palabra de cronista y de historiador (que) abrieron una ruta y son metas deseadas por muchos que indagan y preguntan. Su obra es una lección inacabada, que ahora más que antes queda abierta definitivamente para las generaciones del presente y del porvenir. (…) Como Briceño Iragorry, abrevó en las aguas verdaderas de la vida y con ellas nutrió su pensamiento que será, justamente el que nos permitirá tenerlo en adelante como un epónimo o como un ejemplo de vida. Y será epónimo Don Gilberto, por su biografía de bien, por su constancia vital que dio valores nutritivos a su vida, por su obra intelectual contenida en sus libros, por su hogar y su familia  que ahora profundizarán su nombre con sus ya hermosas realizaciones…”.
Yo, en esta fecha, en el altar de mi alma que él ilumina, quise recordarle como el “Don Fulgencio” que le acuñó Doña Blanca, faceta en la que mostraba su vena humorística y, a la vez, como el muchacho que se hizo hombre a temprana edad y que, paradójicamente, “no tuvo infancia”, porque, siendo huérfano, dedicó grandes esfuerzos para ayudar a levantar y educar a sus hermanos menores… Don Fulgen, además de padre fue amigo que aún me sigue dando consejos y orientación a través de sus escritos, su imborrable ejecutoria cargada de nobleza y su imperecedero ejemplo  que trato de emular con humildad en cada minuto de mi vida.

Ubaldo Quevedo Lozada

“Chimiro”

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