Blog de Víctor José López /Periodista

domingo, 6 de mayo de 2012

Cortesanas y Favoritas, Objetos de Deseo



© Carlos M. Montenegro

Una de las definiciones más breves del término deseo es: anhelo por saciar un gusto. A partir de ahí son infinitos los objetos que pueden ser susceptibles de querer poseerlos; lo normal es que sean muy costosos, lujosos y con frecuencia inalcanzables, de la misma forma que pueden ser cosas sencillas aunque no es lo frecuente. Desde joyas, hasta obras de arte, en el medio cabe todo lo que ustedes puedan desear fervientemente. Sin embargo hay uno que ha perdurado desde los más remotos tiempos: la mujer. Sería exceso de presunción tratar de explicar a la mujer, semejante fenómeno ni escribiendo una enciclopedia, pero el asunto es tan fascinante, que darse un simple paseo sobre la cuestión atrae.
Querer definir a la mujer en general, estarán de acuerdo conmigo, sobre todo los hombres, sería un atrevimiento destinado al fracaso, así que diré simplemente que es un ser inefable; pero hay aspectos puntuales en los que es posible aventurarse brevemente, eso sí, y he decidido transitar por el camino apuntado en el titular de éste escrito.
La mujer ha sido siempre objeto de deseo, normalmente para los hombres, que se han plegado a sus encantos a pesar suyo, y si no que se lo pregunten a Adán. Ya la primera mujer dejó establecido que cuando se empeñan en algo, no le paran bola ni a Dios, y no es sitio este para discutir si la biblia dice o no dice la verdad; pero otear someramente un poco la historia de los últimos dos o tres mil años, en las sociedades que más nos han influido y compartir el asunto con los amables lectores, puede entretener.
La primera mirada por la antigua Grecia nos descubre, que como casi siempre ya entonces lo habían definido y hasta puesto nombre: “heteras” o “Hetairas”, que eran unas acompañantes muy sofisticadas en los foros; mujeres  generalmente atractivas, independientes, inteligentes y frecuentemente con mucha influencia en los medios políticos. Gozaban de gran prestigio, y pagaban impuestos; solían ser de procedencia extranjera y hasta de esclavas listas, eran asimismo notables por sus conocimientos de música y danza e incluso vestían de forma diferente al resto de las mujeres que solían cubrirse con telas de algodón o lana para evitar las miradas de hombres que no fueran sus maridos, las hetairas lucían  telas más finas y sugerentes, se peinaban y maquillaban como las de clase alta. Hay evidencias de que recibían educación, mientras el resto de las mujeres griegas no; participaban en los simposios y sus opiniones eran respetadas por los oradores.
Hay quién las ha tratado como prostitutas, pues por su independencia, belleza y relaciones con las élites no es difícil que frecuentaran otros tálamos. Sin duda eran objetos de deseo. Demóstenes había escrito una frase que pudo llevar a ese error:
 Tenemos a las heteras para el placer, a las criadas para que se hagan cargo de nuestras  necesidades corporales diarias y a las esposas para que nos traigan hijos legítimos y para que sean fieles guardianes de nuestros hogares”.
Aquello evolucionó y con el tiempo se fueron convirtiendo en amantes de reyes, nobles, artistas, militares, políticos y papas. Todo aquél que pudiera financiar a aquellas bellas, cultas y deslumbrantes mujeres, podía obtener aquellos formidables objetos  de deseo y sus favores, dentro y fuera de sus sábanas. Las más bellas y hábiles entraron en las cortes de los reyes por la puerta grande cuando se convirtieron en las “favoritas” de éstos, alternando en los salones con las esposas, es decir las mismísimas reinas. Era frecuente que influyeran en la gobernancia del reino  y  la corte les rendía pleitesía – de ahí lo de “cortesanas” -- aunque los miembros de la corte en el fondo las odiaran por envidia. Ser cortesana no era peyorativo, ser “favorita” era más importante que ser amante y  mucho más que prostituta de la corte.
El cenit de las favoritas llegó entre los siglos XVI y XIX. Las favoritas con frecuencia eran más influyentes que las propias reinas, que casi siempre lo eran por convenciones políticas entre naciones, a menudo con grandes diferencias de edad. En Francia se les otorgó el título de “maitresse en trite” (favorita real) que las elevaba a un rango oficial. Las soberanas tenían que tolerar la situación, compartiendo los salones con las favoritas, en igualdad de condiciones y a veces en posiciones de inferioridad. Las favoritas yacían con el rey y recibían títulos, regalos, dinero y bienes en forma de magníficos palacios con bosques y tierras, donde el rey llevaba a su corte para grandes fiestas y cacerías, mientras la reina quedaba para darle descendencia y poco más, aunque no era infrecuente que a su vez tuviese su propia vida galante.
La posición de maitresse en trite, en el siglo XVII y XVIII sería enorme, con frecuencia la biografía de cualquiera de ellas suele ser más interesante que la del reinado mismo. Influyeron no solo entre las sábanas de los reyes, sino en las carreras de quienes las llevaron hasta allí, fueron favorecedoras y musas de innumerables políticos, pintores, arquitectos escultores, cardenales, escritores, músicos y poetas. No era raro que las favoritas tuvieran sus romances amorosos a espaldas del monarca mismo, con hombres jóvenes y atractivos que les daban lo que el rey no podía.
Es el caso de Marie Duplessis (Alphonsine Plessis 1824-1847) humilde hija de un granjero; fue modista pero su extraordinaria belleza ya a los 16 años causaba honda conmoción entre los varones y fue ascendiendo en la corte de Napoleón III gracias a su inteligencia y fina sensibilidad. Como era alérgica a las flores solía adornar su escote con una camelia, ya que no produce olor. Las usaba de diferentes colores que servían de código para indicar su disponibilidad. Alejandro Dumas hijo, al conocerla cayó rendido a sus encantos, y en 1848, escribió la novela que le haría pasar a la historia: “La dama de las camelias”, inmortalizándola como Marguerite Gautier en 1848. El éxito en teatro fue arrollador y una década después Giuseppe Verdi la convirtió en la Violeta de su “Traviata”. Años más tarde George Cukor rodó “Camille” (1936) con la divina Greta Garbo.
Ana Bolena, La Duquesa de Portsmouth, Madame de Montespan, Ninon de Lenclos, Madame de Pompadour y Madame Du Barry fueron solamente algunas de las “maitesse en trite” que influyeron, deslumbraron y escandalizaron a aquellas sociedades pudorosas y mojigatas.

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