Blog de Víctor José López /Periodista

viernes, 27 de enero de 2012

CARLOS MONTENEGRO Enseñar a aprender

No se conoce gobierno alguno que no incluya en sus presupuestos y no asegure que parte fundamental de sus programas es la educación. Ésta es una constante en todas las campañas electorales, pueden venir de la izquierda, derecha, de arriba o abajo, da igual. Nadie puede estar en desacuerdo, pero otra cosa es quién lo pondrá verdaderamente en práctica. Se ha convertido en un latiguillo retórico que no puede faltar en una propuesta, sobre todo si es electoral; forma parte del montón de tópicos como el de desear la felicidad de “nuestro pueblo”, y tantos otros que para qué enumerar. Nada nuevo, pero desde hace milenios. Los pensadores y filósofos griegos, tan socorridos y admirados por mí, ya discutían este asunto y es de suponer que lo conocían por provenir desde muy atrás de su época.
Lo cierto es que en tanto tiempo transcurrido, pocos ejemplos se conocen de que una vez logrados sus propósitos, los políticos hayan puesto en práctica lo tantas veces prometido; el motivo, qué duda cabe, es que al poder instaurado no le conviene que sus gobernados se eduquen mucho. Sostienen, hinchando pecho, que se preocupan y han logrado reducir muchísimo las tasas de analfabetismo, a veces presumen de hasta un 100%. Se basan en que prácticamente todos sus ciudadanos ya saben leer y escribir. Esa verdad a medias, en realidad suele ser una gran mentira. Al poder, el verdadero poder, en todas las épocas siempre le ha ido bien tener grandes masas de súbditos bien ignorantes. Un griego, de aquellos, aseguró que era importante que la plebe creyera que dos más dos podían sumar tres y así pagar a los que ganaban dos tetradracmas diarios, tres por trabajar dos días. El ejemplo puede parecer muy simple, pero el sofisma es perfectamente válido también en nuestros días. Reyes, emperadores, jefes de iglesias y poderosos de todos los pelajes lo han mantenido vigente, y me niego a pensar que no sabían lo que hacían y por qué lo hacían. Resumiendo: las mayorías iletradas han sido siempre útiles para sostener a los que mandan, y estos han hecho muy poco históricamente por subsanar tamaña ventaja para sus designios, porque son muy fáciles de embaucar.
En el siglo XX, el que lo entendió bien fue el gerifalte nazi Joseph Goebbels, tan bien que hasta hizo un tratado sobre el asunto conocido como “principios de la propaganda”. Hace pocos años en este mismo diario, un psiquiatra uruguayo, del que lamentablemente no recuerdo su nombre, trató el asunto en una columna, creo recordar llamada “en libertad”. Expuso con gran acierto la cosa en un resumen de lo que Goebbels, ya Ministro de Propaganda propuso y que tan buen resultado le dio a Hitler, sobre todo usando adecuadamente la radio, la prensa y a su grey que no le podían contestar. Es archiconocido el axioma de que “una mentira repetida mil veces, se convierte en verdad”; hay otro punto que por cínico no deja de ser muy sutil y es quizás el que más me interesa hoy: es el principio n° 5, que a Hitler le dio un resultado político fantástico llamado “de la vulgarización” y en una parte dice más o menos que “los mensajes deben ser sencillos, adaptándolos a los individuos menos inteligentes o ignorantes a quienes van dirigidos”. Su función consistía en controlar todos los medios, la radio, televisión, cine, literatura, etc. Asimismo debía impedir que saliera a luz la información del exterior. Era también el encargado de promocionar o hacer públicos los avisos del gobierno. [20]”Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar”.
Las reglas establecidas por Goebbels, hoy día se conocen con el eufemismo de “marketing social”. Sortear ese escollo no es manca tarea para los políticos hoy en liza. Pero mi escrito pretende ir en otra dirección.
Acabamos de entrar en un año políticamente delicado, y eso lo dilucidarán los políticos y sus monaguillos con sus liturgias, que como todas las liturgias se repiten desde hace siglos. Lo que realmente me preocupa es qué pasará con el nuevo gobierno que salga a partir del 10 de Octubre, sea quien sea el presidente electo. Tendrá que enfrentar una tarea titánica para desenredar esta madeja que nos tiene virtualmente asfixiados.
Pero además a todos, absolutamente a todos los prometedores de un mundo feliz a partir de entonces solo quiero pedirles uno de mis mejores deseos, ya que hace mucho que no creo en los Reyes Magos, desde que mis hijos lo hicieron: que por favor se acuerden de que un país moderno pasa antes que nada porque su gente esté bien educada desde la más tierna infancia y eso requerirá de buenos maestros en todos, absolutamente en todos los niveles, y hay que hacer primero buenos maestros que enseñen a comprender, no a leer y escribir solamente. Un buen maestro puede enseñar mucho mejor a la sombra de un buen árbol, que uno malo en una escuela “con todos los hierros”, permítanme la alegoría, y así sucesivamente hasta lograr un país como el que todos al parecer deseamos. Por supuesto permítaseme decir que debe ser la profesión mejor pagada, junto a los encargados de la salud, y los custodios de nuestras vidas. Hay que saber enseñar bien para aprender bien. Verán como así es mucho más difícil embaucar a los del punto 5 de Goebbels:
Es mi deseo para el futuro de Venezuela, como ven no pido mucho.

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