jueves, 27 de octubre de 2011
ALFONSO TUSA: El equipo de todos los tiempos de Buck O´Neil
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Joe Posnanski.
Siempre escribo sobre algo ocurrido la noche anterior, pero esto pasó hace exactamente cinco años. Sabíamos entonces que Buck moriría en cualquier momento. Había estado por un tiempo en el hospital, y en los últimos días había empeorado. Lo había visto en el hospital hacía dos semanas, me había pedido que regresara para leer en voz alta el libro que había escrito sobre él, pero cuando se puso mal, no hubo posibilidad de hacer eso. Sus amigos íntimos dijeron que sería mejor si yo no iba, y que era mejor que lo recordara como él era.
Cuando gente famosa como Buck O’Neil se hace vieja y enferma, los periodistas preparan obituarios, una de las cosas de más morbo que hacemos, pero el sentido práctico lo demanda. Ellos podrían morir a la hora de cierre de la edición, podrían hacerlo mientras el periodista está fuera del país. Mi editor me dijo que necesitaba escribir mi columna de obituario de Buck O’Neil por esas trilladas palabras. “En caso de”. Pero, y esta es una gran falla mía, no pude hacerlo. No puedo hacerlo. He escrito muchas columnas de obituario en mi vida, y las tomo muy en serio porque pienso que es importante recordar vidas, celebrarlas. Las escribo con mucha emoción. No puedo describir el proceso exactamente, pero sé que necesito la pasión y la fuerza del momento para escribir sobre una vida. No puedo escribir de alguien fallecido hasta que fallece.
En otras palabras, no escribí una palabra del obituario hasta Buck O’Neil falleció. No tenía corazón para eso. Cuando recibí la llamada cerca de las 10:20 p.m el 06 de octubre de 2006, de Bob Kendrick, para decirme que Buck había fallecido, lo primero que sentí no fue tristeza o pena. Fue pánico. Llamé a la oficina, me dijeron que tenía una hora para escribir mi columna. Una hora para resumir casi 95 años de vida.
Cuando escribo columnas cerca del límite de entrega, a menudo empiezo lento. Escribo una oración y la borro. Escribo otra y la borro. Escribo una tercera y la borro. Me siento como un carro tratando de arrancar en el invierno. Soy, de acuerdo a lo que dicen mis amigos, un escritor muy rápido, pero esa velocidad se desarrolla a mitad de columna. Puedo correr de primera a home más rápido de lo que desarrollo de home a primera. Recuerdo claramente haber empezado lentamente aquel obituario de Buck O’Neil. Mi mente era un completo desastre. No tenía idea de lo que quería decir. No tenía idea de cómo resumir. Las historias me bombardeaban, sueltas, irrelevantes, divertidas, tristes…No tenía idea de cómo ordenarlas. Estoy seguro de que los primeros 15 minutos se fueron sin haber escrito nada.
No estoy seguro de cual pensamiento esclarecedor hizo que me centrara. Sólo recuerdo de pensar en algo como: “Bien, tienes que escribir algo”. Tengo una pesadilla recurrente donde trabajo en alguna parte, me queda un minuto para entregar mi texto y la pantalla de mi computadora está en blanco. Pero siempre he dicho que no creo en el cuaderno del escritor, porque mi padre trabajó en una fábrica casi toda su vida y el no tuvo nunca un “cuaderno de la fábrica”. Empecé a escribir, y me mantuve escribiendo, y aunque no sentía las palabras que tipeaba, me imaginé que como conocía a Buck y lo estimaba, eso iba a llegar.
Recuerdo con claridad un sentimiento: Cinco minutos antes que se consumiera mi tiempo límite, vi cuantas palabras había escrito, y vi cuanto me faltaba por hacer, y vi el tiempo, me di cuenta que lo iba a lograr. Cuando esa ola me golpeó, pude sentir que algo estalló dentro de mí, alguna emoción, y mis ojos empezaron a hundirse. Me tuve que decir en voz alta. “No ahora. Tienes que terminar esto”.
Usted puede notar ese momento al leer la columna.
Terminé de escribir y envié la columna. Después empecé a llorar. Había escrito que Buck no quería que nadie llorara por él porque había vivido una vida íntegra, y no se debe llorar por alguien que ha vivido a plenitud. Pero pienso que no lloraba por Buck. Lloraba porque había sido una hora muy emocional, como una lucha libre con las palabras. Lloraba porque sabía que lo echaría de menos. También lloraba porque pensaba que la columna era lo peor que había escrito. Estaba seguro que había desilusionado a Buck. Estaba seguro que había defraudado a sus amigos. Estaba seguro que me había defraudado. Buck fue una estrella de las Ligas Negras del béisbol, lideró la liga en promedio de bateo en 1946 y casi lo repitió en el ’47. Fue un manager maravilloso que llevó al éxito a los Monarcas de Kansas City. Fue un brillante evaluador de prospectos que firmó o guió a Ernie Banks, Lou Brock, Billy Williams, Joe Carter, Lee Smith y muchos otros. Fue el primer coach negro en Grandes Ligas. Él más que nadie, construyó el museo de las Ligas Negras del béisbol en Kansas City. Y más allá de eso fue un hombre extraordinario, ajeno a la amargura, intocable para el odio, estoico ante el paso de los años. Amaba tanto a la vida a los 94 como a los 24, o así lo hacía ver. Había mucho que decir de él. Me sentí como un quarterback con demasiadas recepciones disponibles.
No digo nada de esto con falsa modestia, pensé que la columna quedó horrible. Pero cuando me levanté la mañana siguiente y leí la columna que había escrito, me sentí diferente. Nunca me ha gustado lo que he escrito. Esa es mi naturaleza. Pero me sentí como si fuera la mejor columna que pude haber escrito. Sentí que si hubiera tenido 100 años para escribir una columna sobre Buck, habría tenido suerte de escribir esta. Lo que aprecié como un falla en la oscuridad, lo sentí como mi mejor esfuerzo en la luz matinal. Algunas veces es así. Pienso en el día cuando estaba sentado junto a Buck O’Neil y él se enteró de que no había sido electo al Salón de la Fama. Eso lo afectó. No dejes que alguien te diga algo diferente. Él lo manejó con la gracia con que afrontaba todo, pero eso le movió el piso. Fue un golpe duro. Indujeron 17 jugadores de las ligas Negras (todos muertos hacía tiempo) al Salón de la Fama, y el quedó por fuera. Ese fue un momento oscuro.
Meses después, Buck O’Neil pronunció el discurso para aquellos 17 jugadores de las Ligas Negras. Lideró a la multitud de Coopperstown en su canción: “La cosa más grande de mi vida es amarte”. Fue hermoso. Buck estuvo maravilloso. De la oscuridad a la luz.
***
Unos pocos meses antes de aquella triste noche de octubre, estaba sentado con Buck O’Neil en un hotel de Gary, Indiana. Teníamos tiempo de sobra, y ese el mejor tiempo a compartir con Buck. Porque eso significaba que podía hacer que Buck recordara de verdad. Muchas veces, viajar por el país con Buck significó escuchar las mismas historias una y otra vez. Esto era natural, yo digo las mismas historias una y otra vez, y mis historias ni se acercan a lo bueno que eran las de Buck. Mi punto es que el no estaba recordando de verdad. Él contaba la historia de Nancy de memoria. Decía la historia de los tres sonidos de bateo de memoria. Contaba la historia de la fuerza de Jackie Robinson de memoria. La gente quería escucharlas, y lo merecían. Él perfeccionó la forma de contarlas a través de los años. Pero eso no era recordar.
No, era en aquellos momentos de tranquilidad, en ascensores, en paseos en carro, en aviones, en las recepciones de los hoteles, cuando Buck recordaba. Y era maravilloso. Él había visto de todo en el béisbol. Había visto muchos cambios en Estados Unidos. Le gustaba exigirse y tratar de recordar algo nuevo.
“Está bien Buck”, le dije, “¿Quién estaría en tu equipo de todos los tiempos?”
Supongo que cuando le pregunté eso, pretendía incluirlo en “The Soul of Baseball”. Pero por alguna razón no lo hice. Solo lo encontré en mis notas hace poco por accidente, estaba buscando otra cosa. Cuando vi las notas, recordé lo feliz que estaba Buck de hacer este ejercicio. Antes de darles el equipo, debo decir que este era Buck por un momento del tiempo. No había preparado el equipo, no había pensado en cada jugador para hacer sus selecciones. Si le hubiera preguntado al día siguiente, estoy seguro que habría nombrado algunos otros jugadores.
Pero basados en ese momento, este es el equipo de todos los tiempos de Buck O’Neil.
Primera base: Lou Gehrig y Buck Leonard
Esta fue la ùnica posición donde no pudo ser unánime. Buck dijo que Gehrig y Leonard eran iguales, por eso durante largo tiempo la gente llamaba a Leonard “El Gehrig Negro” y un columnista escribió que de hecho debía ser en el otro sentido, que deberían llamar a Gehrig “El Leonard Blanco”. Ambos fueron grandes bateadores. Buck pensaba que Leonard era mejor a la defensiva (como O’Neil era un buen primera base defensivo, ponía mucho énfasis en la defensa de la posición). Pero Buck también pensaba que Gehrig tenía mas poder al bate. Al final, consideraba que estaban igualados.
Segunda base: Jackie Robinson
Buck decía a menudo que Robinson no era el mejor jugador de las Ligas Negras, pero al momento de romper la barrera racial fue el pelotero adecuado en el tiempo apropiado. Por eso me sentí un poco sorprendido cuando dijo que escogería a Robinson como su segunda base de todos los tiempos. Dijo que Robinson era una fuerza natural tal, un pelotero tan determinado, que pertenecía al equipo.
Robinson se ha convertido en una figura tan simbólica a través de los años que su béisbol probablemente haya sido subestimado. Robinson fue el mejor jugador del béisbol desde 1949 a 1952 y esa era una liga con Musial en su apogeo, y con muchos otros inquilinos del Salón e la Fama como Ted Williams (quién se fue a pelear en Corea) y Pee Wee Reese y Larry Doby y Ralph Kiner. Robinson se embasaba, bateaba con poder y robaba bases, y de acuerdo a las estadísticas tenía una defensa excelsa donde lo pusieran a jugar. Yo hubiese escogido a Joe Morgan o a Roger Hornsby, pero Robinson ciertamente es una gran selección.
Campocorto: Ozzie Smith
Buck: “El campocorto es una posición defensiva, y Ozzie Smith jugó a la defensa mejor que cualquier campocorto que haya visto, y eso incluye a Willie Wells y Luis Aparicio”. Buck sólo estaba tomando peloteros que había visto jugar de una u otra forma, por esa razón pienso que no incluyó a Honus Wagner.
Buck dijo en otras ocasiones que Pop Lloyd, quién jugó en las Ligas Negras con los Gigantes de New York Lincoln en el tiempo de Wagner, pudo haber sido el mejor pelotero que haya vivido.
Tercera base: George Brett
Buck idolatraba a George. Mencionó a Ray Dandridge, un jugador de las Ligas Negras, y mencionó a Mike Schmidt, a quién pienso muchos considerarían el tercera base más grande de todos los tiempos. Pero Buck era, antes que nada, una nativo de Kansas City. Y como tal, te inclinas por el queso de Kansas City, y te vas con George Brett como el mejor antesalista de todos los tiempos.
Jardinero izquierdo: Ted Williams.
“El bateador más grande que haya visto”, dijo Buck. “Y un hombre maravilloso. Maravilloso. Pienso que Ted Williams es una razón tan grande como cualqueira para que el Salón de la Fama empezara a inducir jugadores de las Ligas Negras (el hizo esa solicitud durante su discurso de ingreso al Salón de la Fama). Todo lo que se necesita saber de Ted Williams es esto: Sus compañeros lo adoraban por completo. A Joe DiMaggio, sus compañeros no lo querían todos. Pero adoraban a Ted Williams. Gran jugador, gran hombre”.
Jardinero central: Oscar Charleston.
Buck: “Siempre le digo a la gente que el grande liga más grande que vi fue Willie Mays. Pero el jugador más grande que vi fue Oscar Charleston. Te batearía 50 jonrones. Te robaría 50 bases. Jugaría gran defensa. Los aficionados viejos dicen que Willie Mays fue lo más cercano a Oscar Charleston”.
Jardinero derecho: Babe Ruth.
Buck vio a Babe Ruth jugar juegos de entrenamientos primaverales en Florida. Siempre dijo que ese fue el primer lugar donde oyó el sonido, ese chasquido del bate que sonaba diferente de cualquier otro. Buck evaluaba por sonido, en parte. Recuerdo una vez en Houston, cuando cerró los ojos y fue capaz, con gran precisión, de decir a partir del sonido si la bola bateada era un elevado o una línea. Ruth fue el primer jugador al cual oyó batear una pelota que hizo ese sonido distintivo, ese sonido explosivo qu hacía eco en su imaginación. El tercer jugador al que le escuchó ese sonido fue Bo Jackson tomando práctica de bateo en el Kauffman Stadium de Kansas City. El otro jugador es el que sigue.
Receptor: Josh Gibson.
Si, él era el hombre del medio entre Ruth y Jackson. Ha habido seis o siete jugadores quienes han sido sugeridos por Buck como el mejor de todos los tiempos, Oscar Charleston, Pop Lloyd, Babe Ruth, Ted Williams, Josh Gibson, Willie Mays y tal vez uno o dos más. Pero pienso que en lo más profundo, él pensaba que Gibson fue el mejor, porque era un receptor, y muy bueno, “bateaba como Babe Ruth, tal vez mejor porque Ruth se ponchaba 100 veces al año y Josh, tal vez lo hacía 30 veces”.
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