
RAFAEL POLEO
UN PRESIDENTE AGOTADO y enfermo encontrará a su regreso un país muy distinto del que dejó cuando resolvió operarse en Cuba. Todos los factores le son ahora adversos. Lo mejor que puede pasarle es que logre llegar a las elecciones y además las pierda, porque la otra posibilidad está ganando fuerza y velocidad no porque los militares quieran, sino porque los acontecimientos quedaron fuera de control y ahora se mueven por su propia dinámica.
LOS MILITARES tienen de la revolución un concepto distinto del que tiene Chávez. Los militares la ven como una apertura de oportunidades para quienes fueron excluidos por la Cuarta República. Chávez, como un poder total del Estado manejado por él y su familia.
De cuando la Revolución de Octubre es la anécdota relatada por un amigo que visitó en Miraflores a Rómulo Betancourt, Presidente de la Junta de Gobierno. “¿Tú ves aquella puertica?”, le dijo Betancourt. “Es la del baño. La tengo abierta porque cuando voy a hacer pipí tengo que regresar rápido. Si no, encuentro a otro sentado en esta silla”.
Para conjurar ese peligro de substitución en ausencia, Chávez ha liquidado en ciernes a todo el que pueda sobresalir en su entorno. Esa es la recomendación y el ejemplo de Fidel, quien supo librarse de Huber Matos, de Camilo, del Che, de Ochoa. Desde temprano Chávez se cargó a Urdaneta Hernández, a Gruber, a Visconti, a Arias Cárdenas –hoy reducido a la peor humillación. También al que lo convenció de correr mundos, públicamente acusado de ser un traidor a la manera de Páez. Y a Diosdado, su adversario más peligroso, porque no es tanto que personalmente le rivalice sino que es el único que tiene un concepto de la revolución distinto al de Chávez.
Desde el principio el teniente Cabello se distinguió por su eficiencia, rara avis en cualquier revolución. A la revolución la vió como una apertura de oportunidades para quienes venían siendo excluidos por la alianza de hecho entre las cúpulas políticas y los grandes grupos económicos que había gobernado en las últimas décadas. A la sombra de Diosdado emergió una nueva clase empresarial. Por supuesto, leal a su protector.
El peligro era doble y así lo señaló Fidel, quien, sin excepción, con su índice sarmentoso ha señalado las cabezas que Chávez ha de cortar. Por una parte había una diferencia diametral entre crear una nueva clase empresarial como hacía Diosdado, y convertir al Estado bajo control de Chávez en el único empresario –o sea, todos los negocios para los Chávez dejando las migajas para ciertos generales y políticos. Diosdado era el típico hereje. Pero además un hereje peligroso, porque esas nuevas empresas que empezaron a crecer como hongos después de las primeras lluvias constituían, aún sin proponérselo, una red de intereses fatalmente contrapuestos a los de Chávez.
Había un diosdadismo de hecho y había que sacarlo de raíz. Mas no era fácil. Los intereses relacionados con Diosdado habían penetrado el movimiento chavista, tenían peso en el partido cuyo fetiche indiscutido era Chávez pero en cuya estructura real había mucha gente que dependía de otros factores. Triunfador en las elecciones de Miranda, en las cuales derrotó a la poderosa maquinaria de Enrique Mendoza, el teniente Cabello contaba con una sólida base regional que incluía parte del Área Metropolitana, y allí desarrollaba una acción administrativa que le ganaba aprecio incluso en la oposición. Había, pues, que sacarlo del bastión mirandino. Fue así como la maquinaria de Enrique Mendoza, el mismo a quien le cayó encima el techo podrido de la Coordinadora Democrática, tuvo combustible para hacer Gobernador de Miranda a un joven de indefinidas cualidades. Chávez sacrificó Miranda, un estado clave, para dejar a Cabello en descampado.
El teniente, por lo general discreto, cometió la imprudencia de decir que se iría a trabajar al partido. ¡Horror! Con sus recursos y eficacia era capaz de cogérselo. Días después de ese anuncio Chávez le hizo la proposición que no se puede rechazar. Cabello no fue al partido, sino al ministerio donde están los grandes contratos.
A poco se desató la persecución contra banqueros, constructores, agricultores, ganaderos y empresarios de todo tipo que tuvieran una relación con Diosdado. Cuando lo sintió debilitado, Chávez golpeó al corazón: el prestigio del teniente-ingeniero como ejecutivo capaz. Lo llevaba consigo a visitas de obras en las cuales el presidente gozaba señalando los defectos y enrostrándoselos a Diosdado como responsable. Todo por televisión, para que los partidarios de Diosdado vieran quién era el toro que más meaba. Aquellos regaños públicos tenían el efecto de espantar a los oportunistas y aprovechadores que son mayoría en el entorno de cualquier político poderoso y dejan el pelero apenas huelen que su hombre está caído.
Diosdado vio mermados sus amigos en el mundo empresarial y su poder en el PSUV. Pero en el estamento militar su relación era fácil con sus compañeros de generación que iban llegando al tope del escalafón, a quienes Chávez, ocupado en su proyecto mundial, ni siquiera conoce. Cuando se presenta la enfermedad del presidente, los generales saben que el derrumbe no sólo del régimen, sino de la nación, está a la vuelta de la esquina, y los militares serán el chivo expiatorio cuando eso ocurra. Diosdado está con ellos, en el sitio exacto en el momento exacto.
Para quienes ven subir el fango por encima de sus rodillas, la enfermedad de Chávez y la necesidad de nombrar un presidente provisional es la oportunidad precisa para discutir con el presidente en tono respetuoso pero en efectivo plano de igualdad. Rechazan a Jaua como Presidente Provisional. Adán, El Hermanísimo, interviene de la manera más torpe, agitando el fantasma de las milicias cuando dice que el chavismo no puede ignorar el recurso de las armas. Esta amenaza no puede ser contra la Oposición, cuyos dirigentes observan una calculada discreción y no tienen contacto con el mundo militar. El objetivo evidente de las milicias es inhibir a los militares con la posibilidad de una resistencia armada en las ciudades y en el campo.
Esta situación en proceso experimentaría un reflujo si en un tiempo prudencial Chávez regresara con energías frescas. Pero esa posibilidad es remota. El misterio en torno a su enfermedad indica que el mal es estructural. En el fondo de su corazón, los chavistas de todos los niveles saben que el caudillo está seriamente tocado en su salud y el péndulo está regresando hacia el sector democrático. También a los políticos y administradores chavistas les vendría bien un interregno de acercamiento con el resto del país, una reconciliación que les protegiera de persecuciones como las que se están produciendo en el Mediterráneo.
El próximo capítulo es cuándo y cómo viene Chávez. En tiempo médico la ausencia total puede ser de seis a ocho semanas. El país que encontrará no es el mismo que dejó. El manejo misterioso de su enfermedad ha corroído irreversiblemente la confianza de sus seguidores. El horizonte no puede ser más brumoso. A los venezolanos les repugna la subordinación con respecto a Cuba y tiene sentido la acusación, que antes parecía exagerada, de que quien manda es Fidel Castro. Los problemas reales crecen en progresión geométrica y los recursos para resolverlos son cada vez más flacos. El hombre enfermo debe atender hasta a los más pequeños detalles administrativos, dinamizar su proyecto anti-occidental, refutar a una prensa mundial que lo identifica con el terrorismo y el narcotráfico, escuchar las quejas de un país abrumado por necesidades elementales, vigilar a los conspiradores, agradar a los militares y a la plebe, conciliar las rivalidades dentro del partido y el Gobierno, contener el descenso de popularidad que marcan las encuestas, hacer campaña electoral frente a una oposición que por primera vez está unida, organizada y prestigiada internacionalmente. Demasiada carga para un hombre agotado.
En Fuerte Tiuna, un mestizo de ojos claros visita a sus amigos y espera su oportunidad.
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