viernes, 1 de julio de 2011
Análisis de Rafael Poleo La despedida
Con remarcable entereza, el presidente Chávez ha informado que padece un cáncer. Estamos en capacidad de agregar que ese cáncer está en proceso avanzado. Ahora hay que superar los odios y programar una estabilidad democrática que nos salve de un caos cuyas víctimas inevitables serán los chavistas
RAFAEL POLEO
*** El presidente Chávez debe y puede emplear sus menguadas fuerzas en tomar las medidas que den estabilidad al Estado y permitan la conversión del PSUV en un partido democrático que le sobreviva y pueda influir positivamente en la construcción de un país con justicia y sin odios, donde podamos vivir todos.
Nuestro adversario se despidió elegantemente. La elegancia incluye valentía, la cual demostró. Por primera vez en su vida debió leer su discurso. No puede ser de otro modo cuando se discurre bajo el efecto de medicamentos que enturbian el entendimiento. Detrás del pódium se mantenía atado a los tubos que substituyen las funciones fisiológicas hasta que reseque el segmento intestinal eliminado y se pueda proceder a la anastomosis. Mientras tanto, la metástasis amenaza la cadera –causa de la cojera.
Es un hecho que no puede gobernar, menos ser candidato. Lo de la candidatura es un problema interno a resolver por el PSUV y hay que respetar su decisión. La imposibilidad de gobernar sí es problema de todos los venezolanos y obliga a un planteamiento inconfortable, el de que no podemos permitir que nos gobierne Fidel Castro. Porque, en el estado en que se encuentra nuestro presidente, es obvio que las decisiones de gobierno recibidas en Caracas por los altos funcionarios no las genera el presidente Chávez, aunque pudieran salir de su voz. Es propio que exijamos ser gobernados desde Caracas por un ciudadano venezolano que ocupe el cargo dentro de la mecánica establecida en la Constitución.
La incapacidad física del Presidente Constitucional obliga la designación del Presidente Interino, quien debe concertar con el País Nacional –muchas veces representado por el País Político-, la manera como se evitará el caos y la violencia propugnados por El Hermanísimo. La designación de ese Presidente Interino corresponde al Presidente Chávez. Puede designar a Elías Jaua, el actual vicepresidente, o aceptar el planteamiento de los sectores que preferirían a Diosdado Cabello, haciéndolo antes vice presidente. Cualquiera sea la decisión del presidente Chávez, debemos respetarla. Pero, por razones de una soberanía que hoy está vulnerada, cabe exigir que esa decisión la tome Chávez en Caracas –donde debemos tratarlo con toda consideración-, y sin llamar a La Habana. Cosa de elemental delicadeza con nosotros sus conciudadanos.
Estas medidas le darían estabilidad al Gobierno y, desde el punto de vista de los chavistas acosados por un cuadro político imprevisto, librarían a la izquierda de los rigores supuestos en un súbito bandazo a la derecha, lo cual ahora es la primera posibilidad.
Otro punto es el de las elecciones. Allí toca a La Mesa y a su jefe, hombre cabal y confiable, actuar con firmeza democrática. Conviene apurar la selección de un candidato popular que recoja el reflujo de los electores que en explicable disgusto con la Cuarta República se escurrieron al chavismo y ahora quedan nuevamente huérfanos. El chavismo es un movimiento con vigencia socio-histórica y, aún sin Chávez, no se le puede derrotar sino con un programa creíble de lucha contra la pobreza. Una vez con candidato, la oposición democrática debe plantarse a exigir condiciones honorables que comienzan por la designación de un Consejo Nacional Electoral imparcial y un registro sin fantasmas. Al chavismo se le vendrá el mundo encima si no renuncia a ventajas tan groseras. Si en cambio acepta una honorable paridad de condiciones, puede ganar o perder, pero aún en este segundo caso será la alternativa válida ante un frente democrático demasiado heterogéneo para durar hasta las elecciones siguientes.
Un diseño como el que sugerimos puede garantizar la paz, en la cual estamos interesados todos, pero especialmente deberían estarlo los chavistas, sobre quienes pende una amenaza de retaliación de la cual este cronista no participa, porque, como dijo Betancourt y hemos estampado en el pórtico de “El Nuevo País”, este país de todos tenemos que hacerlo todos. Y cuando se dice todos, somos todos.
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