Blog de Víctor José López /Periodista

miércoles, 8 de junio de 2011

Un amor muy especial

No hay nada parecido al vínculo que un grande liga tiene con su guante. Algunos les dan al suyo un nombre especial, algunos toman medidas extraordinarias para extender la vida útil del guante…uno incluso arriesgó su vida para rescatar su guante del peligro





Mike DiGiovanna.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.



El pasado diciembre, Bobby Wilson se casó con una mujer que conoció en 2004 mientras jugaba béisbol de ligas menores en Cedar Rapids, Iowa. Pero el catcher de reserva de los Angelinos admite que ella no fue su primer amor.

Wilson recordó que su primera alma gemela tenía un agradable bronceado, piel gruesa y una esencia embriagadora que encontró intoxicante. Fueron inseparables por 5 años.

Su esposa no está celosa. Porque el objeto del afecto de Wilson era una mascota Rawlings que él obtuvo cuando tenía 5 años de edad.

“Ese guante no se apartó de mi lado en 5 años”, dice Wilson, de 28 años. “La llevaba a la escuela conmigo. Cuando regresábamos a casa, jugábamos béisbol hasta que llegaba la hora cenar. El guante me acompañaba cuando iba a dormir”.

“Para ser honesto, pienso que dormí con mi primer guante cada noche del primer año que lo tuve. La mayoría de los niños de esa edad tienen un osito teddy. Yo tenía mi guante de béisbol”.

Pocas conexiones son más profundas e íntimas que el vínculo entre los peloteros y sus guantes. No es una herramienta que se adquiere, es una extensión de la mano, una pieza de artesanía de cuero en la que se confían los peloteros para tomar roletazos, atrapar elevados, recibir rectas de 95 millas y, en el caso de los pitchers evitar que las líneas golpeen sus caras.

Los jugadores de beisbol son únicos en este respecto. Los jugadores de hockey son muy delicados con sus palos, prefieren ciertas curvaturas de hojilla o grados de flexibilidad y los personalizan con mucha cinta plástica. Pero como los bates de béisbol, los palos de hockey se rompen y a menudo duran solo unos pocos juegos.

.Un buen guante, uno que calce a la medida, puede durar toda una carrera.

“Si eres un samurai, el guante es equivalente a la espada”, dice Wilson.

Algunos peloteros le dan nombres a sus guantes, los tratan como si tuvieran personalidades y sentimientos.

El guante actual de Torii Hunter, el jardinero de los Angelinos, es llamado “Coco”. Antes de Coco, estuvieron Sheila, Vanity, Susan y Delicious, un guante que usó en las ligas menores.

“Muchas veces cambio de guante”, dice Hunter. “Cuando ella es irrespetuosa y hace lo que no se supone debe hacer, como perder las pelotas, la dejo a un lado y elijo otra”.

¿Cómo escoge los nombres de los guantes?

“Cuando veo una hermosa mujer en la televisión o en una revista”, dice Hunter, 35, “ese es el nombre del guante”.

Hunter ha usado el mismo modelo “Trapeze” de Rawlings en toda su carrera, lo reemplaza cada dos o tres años. Usó cuatro guantes mientras ganó sus 9 Guantes de Oro. Se cambió a Coco el pasado agosto, cuando se mudó del jardín central al derecho.

Mizuno, Rawlings y Wilson son las fábricas de guantes más grandes, cada una ofrece una variedad de modelos que oscila en precios de 75 $ a 400 $. La mayoría de los grandes ligas reciben gratis por los menos dos guantes nuevos cada primavera.

Los peloteros usan los juegos de entrenamientos primaverales para determinar cual guante utilizarán en la temporada regular y cual será su repuesto si se rompe el favorito. Los guantes que no son escogidos usualmente se dejan a un lado o son firmados y donados a eventos de caridad.

“Es como una relación, tu sabes”, dice Hunter. “Empiezas a salir con una chica, te quedas con ella un par de veces, sabes que es la indicada para ti. Después de un año, te sientes cómodo y determinas si es la apropiada. Así que este año sabré si Coco se queda conmigo o no”.

Si piensas que esto es un poco irracional, entonces sería interesante que consideraras los métodos que utilizan los peloteros para acondicionar un guante nuevo de la manera que a ellos les gusta. Esto puede incluir doblarlo bajo un colchón, sumergirlo en agua y lanzarlo en una secadora de ropa, meterlo en un horno microondas, cubrirlo con espuma de afeitar, manejar un carro sentado sobre el guante, y golpearlo contra una pared con un bate de beisbol.

Cuando encuentran un guante con el que se sienten a gusto, uno en el que confían, no les gusta dejarlo.

El antíguo jugador del cuadro de los Atléticos de Oakland Mike Gallego estaba tan apegado a su guante de 8 años que arriesgó su vida para rescatarlo cuando el terremoto de Loma Prieta en 1989 estremeció el Candlestick Park de San Francisco antes de un juego de Serie Mundial.

“La luz se fue, había una confusión total, la gente gritaba, ‘¡Salgan, salgan!’”, recuerda Gallego, ahora el coach de tercera base de los Atléticos. “Chocábamos con las cosas, corríamos sobre las sillas y tratábamos de salir del estadio”.

“Cuando iba a mitad de camino, podía ver el estacionamiento por la puerta, me di cuenta ‘¡Dios mio, mi guante! Di la vuelta y fui contra la corriente de personas que salia, hacia el clubhouse, al otro extremo del local”.

“Fue un arranque en blanco. En ese momento, no pensé, era puro instinto. Agarré el guante y regresé afuera”.

Gallego estimaba mucho a su guante Rawlings modelo RYX-Robin Yount, nombrado como el antíguo astro de los Cerveceros de Milwaukee, porque era la talla perfecta 11 pulgadas desde la palma hasta la punta del dedo índice, para ser usado en las tres posiciones del infield que él jugaba, shortsop, segunda y tercera. De verdad era único en su especie.

Ocho años antes del terremoto, la Rawlings le dijo a Gallego que la compañía había dejado de producir el modelo porque Yount ya no jugaba en el infield.

“Les dije que todavía lo usaba”, dice Gallego, 50. “Y ellos dijeron, ‘Más te vale cuidarlo mucho, porque ese es el último’”

Gallego le ha cambiado las trenzas y ha remendado el guante varias veces. Le aplicó acondicionador de cuero cuando era necesario. Cuando viajaba, le colocaba una pequeña pelota plástica en su interior para que no se aplastara en la maleta.

El bate de Gallego no tenía mucho poder; bateó .239 con 42 jonrones en 13 temporadas de Grandes Ligas. Pero su guante, dice él, “me llevó a las Grandes Ligas. Y eso fue lo que me mantuvo ahí”.

El antíguo campocorto de los Angelinos Gary DiSarcina, usó el mismo guante Mizuno por 11 temporadas. Él dice que le gustaba porque era un poco más pesado que el anterior que tuvo, lo cual lo ayudaba a bajar las manos hacia el terreno en una mejor posición para fildear.

“Era un buen guante de calidad, la mejor herramienta que pude haber adquirido”, dice DiSarcina, 43, asistente especial del gerente general de los Angelinos Tony Reagins. “Si hubiera sido carpintero, ese hubiese sido mi martillo. Si hubiera sido médico, ese hubiese sido mi bisturí”.

El guante, ahora retirado, descansa en el escritorio de DiSarcina en la oficina de su hogar en Massachussets.

“Está desgastado, desteñido, lleno de tierra y alquitrán de pino, oloroso, apestoso, crujiente… cuando lo veo, no puedo creer que lo usé tanto tiempo”, dice DiSarcina. “Necesitó dos o tres operaciones a través de los años. Pero se sentía como…un guante. Esa es la mejor manera de describirlo. Fue más que un manto de seguridad”.

El guante del coach de primera base de los Cachorros de Chicago Bob Dernier podría ganar un premio por servicio contínuo. Un compañero de equipo de ligas menores se lo dio en 1979. Jugó con el guante a lo largo de sus 10 años en Grandes Ligas (1980-1989) y lo ha seguido usando en su carrera como coach.

El guante, un Mizuno para jardineros, está tan plano como un budare, degradado hasta un bronce muy claro en algunos puntos y decolorado en otros, tambien está cuarteado, doblado y reseco.

“Mírame. Le estoy dando un gran abrazo mientras hablamos. Eso es lo que siento por este guante. Es como una parte de mí”, dijo Dernier, 54, antes de un juego hace poco en Dodger Stadium. “Necesita un poco de cuidado, pero se siente bien por dentro”.

Hunter, el jardinero de los Angelinos, conocido por sus atrapadas acrobáticas, nunca coloca su guante en el suelo y raramente lo deja fuera de su vista.

“De vez en cuando durante la práctica de bateo, mientras hago swing. Me volteo, miro mi guante y le digo, ‘¿Estás bien?’, dice Hunter. “Eso es muy personal. Ese guante me trajo a las Grandes Ligas. Me gano la vida con él”.

Los jugadores que no pueden abandonar su guante favorito extienden su vida reacondicionándolo.

Nori Itoh, un empleado de la Mizuno, va a Estados Unidos desde Japón cada primavera parar trabajar con los guantes. Entre los guantes que Itoh ha salvado, está uno usado por el jardinero de los Medias Blancas de Chicago Juan Pierre.

Su apodo: Old faithful. (Viejo creyente)

“¿Recuerdas como en las películas soplan a una momia y esta se vuelve polvo? Así estaba el guante de Juan el invierno pasado cuando se lo entregaron a Nori”, dice Jim Guadagno, el director de promociones de Mizuno.

“Hizo algo parecido a un procedimiento quirúrgico. Unió partes que parecían separadas por siempre de sus complementos. Cosió parches en el guante. Remendó donde pudo, utilizó algo de pega en algunas areas. Fue como revivir a alguien”.

En 2001, Pierre obtuvo a “Old Faithful”, el primer guante que tenía con su nombre bordado en el pulgar, y desde entonces lo ha usado.

“Cada año será algo así como, ‘Este es el último año’, pero todavía sigo usando el guante”, dice Pierre.

Wilson, el catcher de los Angelinos, ha usado mascotas Mizuno como profesional, pero todavía tiene aquella primera mascota Rawlings, la cual ha guardado en un baúl en la casa de sus padres en Seminole, Florida.

Cada primavera, él abre una caja que contiene una mascota nueva, toma un largo suspiro, y regresa a su primera mascota.

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