El gran filósofo José Ortega y Gasset, quien en este artículo de José Forés LAhoz razona su filiación a la causa taurina
Benito Pérez Galdós -a pesar de que estaba situado al otro lado del taurinismo-, que «el día que no haya toros, los españoles tendrán que inventarlos».-
JOSÉ FORÉS LAHOZ |
Los aficionados a los toros reaccionan. La Fiesta goza de buena salud, pero ante la provocación de las minorías antitaurinas conviene no practicar el dontancredismo y dejarse notar y escuchar. En España comienza ya a andarse el camino que llevará al Congreso de Diputados la Iniciativa Legislativa Popular pro taurina preceptiva para que sean declarados los toros Bien de Interés Cultural y posteriormente conseguir por parte de la UNESCO su reconocimiento como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, dando así protección y rango universal a los valores culturales de la tauromaquia.
En contra de los toros se han levantado en el transcurso de los tiempos voces intransigentes, enconadas campañas de desprestigio, alguna tan peculiar como la abanderada por el escritor y agitador de masas Eugenio Noel en las dos primeras décadas del pasado siglo. Pero esos ataques no han llegado a calar nunca en la calle, quizá porque la sociedad española en general, además de su sensibilidad por conservar las tradiciones, sabe que los toros hacen cultura y son cultura. Por suerte tales desencuentros siempre han resbalado por la piel de toro que es España, de modo que nuestro espectáculo genuino, pese a venir soportando oleadas de animosidad, incluso desde antes de la Edad Media, sigue y seguirá vigente gracias al calor popular de la ciudadanía hispana.
Es evidente que los detractores del orbe taurino son los mismos que 'pasan' de España, es decir quienes no creen en ella, los que abominan de todo lo que huele a español., aunque con la mano bien abierta para aprovecharse de sus prebendas. Pero quiere la casualidad que a tales gentes ejercientes de un afectado buenismo se les vea el plumero de la hipocresía, ya que su proteccionismo animal choca con su posición favorable al aborto. O sea, según su particular concepción 'humanitaria' de la vida no se pueden matar toros bravos pero sí nasciturus, personas que van a nacer.
¿Y qué sería del toro bravo si de pronto dejaran de celebrarse las corridas? Sencillamente tras el último festejo desaparecería esta especie de lujo, se extinguiría. Y no tendrían sentido esos espacios verdes privilegiados que salpican y embellecen buena parte de la geografía española en donde secularmente viene criándose el toro de lidia en las más favorables condiciones de libertad, constituyendo una auténtica reserva ecológica de gigantesca y benéfica influencia en la vida de los pueblos.
Resulta reconfortante en estos tiempos agitados para el taurófilo refugiarse en el pensamiento orteguiano para entender el verdadero valor de nuestra Fiesta Nacional, el alto significado de sus hondas raíces históricas. Según Ortega y Gasset -sin duda la más preclara inteligencia del siglo XX español-, la historia del toreo está ligada a la de España, tanto que sin conocer la primera nos será imposible comprender la segunda. Porque es obvio que «no puede comprender bien la historia de España desde 1650 quien no se haya construido con rigurosa construcción la historia de las corridas de toros en el sentido estricto del término. No de la fiesta que, más o menos vagamente, ha existido en la península desde hace tres milenios, sino lo que nosotros actualmente llamamos con ese nombre». Lo que pone de manifiesto que los toros son en sí fiel reflejo (y espejo) de la historia de España.
Precisamente fue José Ortega y Gasset quien animó a José María de Cossío a escribir su monumental enciclopedia 'Los Toros', una obra a la que fue llamado a colaborar el poeta de Orihuela Miguel Hernández, y que tras la muerte del académico fundador sería continuada y dirigida por Antonio Díaz-Cañabate, el escritor costumbrista madrileño que desde las páginas del periódico fundado por Torcuato Luca de Tena revolucionó el modelo de crónica al uso, al igual que haría el notable periodista sevillano y maestro de la crítica taurina Manuel Ramírez Fernández de Córdoba, ex director de ABC de Sevilla, cuya obra siempre será recordada.
La fiesta de los toros es algo más que historia y tradición, es un hecho y una realidad española que confiere a nuestra patria la más plural de las riquezas: cultural, económica, social, paisajística., y de la cual dependen importantes sectores productivos a lo largo y ancho de la España autonómica, marcada por la huella de su influjo, desde el lenguaje hasta la más variada actividad humana.
Aureolada por una pléyade de toreros de leyenda, genios del arte y el valor de todas las épocas: Pedro Romero, Paquiro, Cúchares, Lagartijo, Frascuelo, el Guerra, Machaquito, Joselito, Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías, Granero, Domingo Ortega, Manolete, Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Dominguín, Ordóñez, Litri, Aparicio, Paco Camino, Curro Romero, El Cordobés, Paquirri, Espartaco, Enrique Ponce, José Tomás., la fiesta de los toros, «la riqueza poética y vital de España», según Federico García Lorca, consustancial con la idiosincrasia del pueblo español, fuente de inspiración artística, manantial de valores éticos y estéticos, ha legado a la cultura hispánica, al mundo en general para su disfrute, las más excelsas creaciones en el ámbito de la literatura, la pintura, la escultura, la música, el periodismo, la arquitectura, el cine. Y el planeta de los toros siempre ha correspondido agradecido a sus bienhechores. He ahí, entre otras muchas manifestaciones, ese entrañable homenaje que desde la arena se rinde todos los años a Goya y Picasso.
Frente al acoso de los políticos abolicionistas catalanes bien podemos proclamar, parafraseando a Benito Pérez Galdós -a pesar de que estaba situado al otro lado del taurinismo-, que «el día que no haya toros, los españoles tendrán que inventarlos».
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