martes, 22 de septiembre de 2009
ALCALÁ ARRIBA
Alcalá arriba
Alfonso USSÍA
No eran las cuatro de la tarde cuando apareció, Alcalá hacia arriba, la comitiva. Ni la del Presidente de los Estados Unidos resulta tan impactante. A su lado, la del Rey es una insignificancia. Faltaban cinco minutos para que dieran las cuatro de la tarde cuando un concierto de bocinas, sirenas y luces cantarinas en coches y motos rasgó la piel de Madrid de forma escandalosa. En el medio de la superproducción de vigilancia, el coche del déspota, del botarate bolivariano, del cancelador de las libertades en Venezuela. Había llegado con media hora de retraso al Palacio de La Zarzuela. El Gobierno de Zapatero pidió al Rey que lo recibiera con cariño. Estuvo gracioso. «Se ha dejado la barba, como Fidel». Zapatero y almuerzo privado. Eso, el gas y el petróleo, los argumentos de la sumisión. Y a primera hora de la tarde, acompañado del presidente de Repsol, con la Gran Vía cortada para más comodidad de Su Excelencia, visita a La Casa del Libro. Ignoro para qué. No parece el amigo de las FARC amante de la lectura. Pura y ridícula propaganda. Los medios afines al títere venezolano lo resaltarán. «El caudillo bolivariano adquirió libros en Madrid».
Moratinos, con la baba caída y la vergüenza de vacaciones, había vuelto a Madrid a toda pastilla cancelando una entrevista con el ministro de Exteriores de Israel. Ay, Israel. Venía el tirano de Teherán, donde el sátrapa de Ahmadineyad lo recibió con especial cariño. El objetivo de las dictaduras islamistas es el mismo que el del loco de la boina granate. Terminar con las democracias. Y la única democracia cercana a Irán es Israel. Moratinos abandonó a los que defienden las libertades y se defienden de los que viven en el siglo décimo, para no perderse el abrazo de Zapatero al creador del nuevo socialismo americano. Ahí tienen a sus discípulos. Evo Morales, Daniel Ortega y el matrimonio Kirchner, que envió a doscientos agentes del Tesoro a intervenir el gran periódico argentino «Clarín», adverso a los movimientos económicos del singular matrimonio peronista. Es decir, adverso a que en Argentina sigan siendo sinónimos gobernar y enriquecerse, presidir y robar, mandar y quedarse con lo ajeno. «Ernesto, creo que somos ricos». «Lo somos, Cristina, lo somos.
Nunca, en mi vida, había visto comitiva como la del bolivariano. Además del soporte de la seguridad española, decenas de «Mercedes» viajeros, lujosos «todo terreno» ocupados por soldados con boinas granates, y furgones abiertos con agentes armados apuntando a los viandantes entre Cibeles y la Puerta de Alcalá. Y el dictador encantado, muy agradecido y bien descansado, después de abonar seis mil euros por la «Suite Real» del Hotel Villamagna, que se ocupó en gran medida por la delegación bolivariana, la del petróleo, la del gas, la de la falta de libertad, la de las clausuras de los medios de comunicación críticos, la de los encarcelamientos caprichosos, la de las expropiaciones forzosas, la de los enriquecimientos de la familia Chávez, la de los abrazos a los tiranos islámicos, la de los besos a Zapatero y la de la ruina de su propio y robado país. Y la gente de la calle a lo suyo, sin hacerle caso, tan sólo avergonzada por la sumisión de un Estado de Derecho ante los intereses que maneja a su antojo el golfo de Caracas
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