Blog de Víctor José López /Periodista

domingo, 20 de septiembre de 2009

¡AL FIN! EL BEISBOL EN CASA

“Hemos llegado al templo del deporte, estamos en casa…”.










Víctor José López

Esa fue la frase resaltante, la que mereció haber sido titular de las portadas de las páginas deportivas en Venezuela, que se acuñó en medio de un discurso ardiente pronunciado por Luis Manuel Hernández, integrante de la gran combinación en la intermedia con Domingo Martín Fumero, en el histórico Universidad Central.

Fumerito, para muchos, digno de recordar entre los grandes shorts de Venezuela.

Fue la de Luis Manuel una frase lapidaria, acuñada entre las palabras que cerraron el noveno episodio de un desafío iniciado hace 50 años, medio siglo atrás, en la ciudad de Chicago, cuando en los Juegos Panamericanos de 1959 Venezuela logró su primera Medalla de Oro para un Equipo de Conjunto.

Ya lo diría el profesor Eduardo Ávarez, presidente del Comité Olímpico Venezolano, que “es tan difícil, tiene tanto mérito lograr el podium un equipo de conjunto, que en las 74 oportunidades que hemos concurrido a citas olímpicas y panamericanas sólo dos selecciones lo han logrado la Medalla de Oro: el voleibol, el año pasado, y hace 50 años el béisbol”.

Al Voleibol, con justificada razón y motivos, le exaltaron, condecoraron a los jugadores y los llenaron de promesas en el Alto Gobierno.

Para el béisbol hubo que esperar medio siglo, y eso que la pelota es el deporte nacional.

Nos preguntamos si la Orden del Libertador con la que semanas atrás se condecoró a un militar tropero, que convirtió en galimatías lo que su desordenado razonamiento intentó fuera una arenga, incapaz de coordinar, al momento de enfrentar a una muchacha con un micrófono en sus manos, una periodista, nos preguntamos:

¿Qué Orden y en qué alto grado habría merecido este puñado de hombres?

“Fuimos un puñado de hombres”, dijo Luis Manuel Hernández – a quienes se escondió por 50 años en el silencio.

La puerta al Templo del Deporte, como califica Hernández este hecho de justicia histórica, fue abierta, repetimos, gracias al empeño de Eduardo Álvarez en rescatar los valores del nacionalismo deportivo, con decidido apoyo de Jesús Eduardo Lizarraga, Hernán Romero, Antonio Lares, Rubén Mijares y el pigmentado “Cheo” Fernández Freitas.

“Cheo” abrió unas cuartillas en el atril, que se convirtieron en abanico de recuerdos al nombrar a cada uno de los integrantes de aquel equipo Campeón Panamericano al que un federativo de verdad verdad, como el presidente de la FVB, Ángel Zambrano, dirigente de aquellos con los que Venezuela, sin plata y con amor propio, lograba victorias históricas como esta de 1959 en Chicago, o como la que alcanzaría en Pista y Campo, un par de años más tarde en Madrid en el Iberoamericano de Atletismo con la capitanía de otro grande, como Eduardo Alfonzo. Además de Zambrano y de Antonio Lares estuvo en el terreno el “Capablanca” del béisbol venezolano, José Antonio Casanova como Manager, con la ayuda del “Isleño” Andrés Quintero, un grande de los montículos, ignorados por quienes sólo tienen para el béisbol memoria de las barajitas o de la fantasía de las grandes ligas.

Aquel equipo fue un buril para inscribir nombres en la más honesta de todas las gestas del béisbol aficionado venezolano: “Cigarrón” Landaeta, Francisco Olivares, Dámaso Blanco, el zurdo José Pérez, Miguel Girón, Luis Peñalver, Luis Manuel Hernández, “La Manca” López, “El Negro” Flores, “Tata” Amaya, Enrique Capecci, Pedro Lucas Ferreira, Rubén Millán, Domingo Martín Fumero, Manuel Pérez Bolaños, Tadeo Flores y William Troconis.



¿MIEDO YO? ¡QUÉ VA!



Tras la introducción del profesor Fernández Freitas, se montó en la lomita Rubén Mijares. Y como todo un Randy Johnson dijo: -¿Miedo yo? ¡Que va! Y lanzó para la goma un sabroso recordatorio de magistral jerarquía donde recordó “el béisbol que llevaban dentro” cada uno de estos muchachos, a quien él, Rubén, había visto desarrollarse desde preinfantil hasta integrar equipos como el INOS, Intendencia, OSP o el glorioso UCV (Universidad Central).- “Y no tenían tanta pelota dentro de ellos como la que tuvieron los integrantes del equipo del ´41”, dijo Mijares, dirigiéndose a los muy ovacionados Luis Romero Petit, Héctor Benítez y El Conejo Fonseca, invitados de honor por el COV, “como para enfrentarse a equipos como Estados Unidos, que en sus filas tenían prospectos con boleto para las Grandes Ligas, como Lou Brock, o Cuba, con un conjunto de muy experimentados profesionales”.

La disertación de Mijares fue toda una joya catedrática, una lección de historia con ejemplos para la vida y para el deporte, dichas y expuestas con sabrosura provocando aclamaciones, hilaridad y, sobre todo, volver a vernos hacia adentro de nosotros mismos.

En el cierre del noveno llegó Luis Manuel Hernández, con la frase “Hemos llegado al templo del deporte, estamos en casa”.

¿Reclamo? De ninguna manera, cierre de una jornada sí, aquella que relata con brillantez el general José Antero Núñez, quien con su piolet “Oro Panamericano”, desenterró la ignominia del olvido, con la que pretendían enterrar la gesta de “un puñado de hombres”. Un puñado que han sembrado el ejemplo que como dijo Hernández hubo “disciplina, coraje, unión, mística, ética y sobre todo amos por una camisa que escondía un pecho dispuesto a partirse por amos a su patria.”

Nadie daba un centavo por el equipo venezolano, un equipo que llegó sin recursos y en el anonimato. Un equipo de 18 jugadores, selección hecha entre 62, que fue dirigido por José Antonio Casanova con la asistencia del “Isleño” Quintero.

Sin ruido, pero de gran efectividad fue el Delegado del equipo, Antonio Lares, encargado de casi todo lo que ocurría fuera de los diamantes de pelota.

Aquella Federación de Beisbol funcionaba, por que la mística y el cumplimiento del deber estuvieron siempre más allá de las apetencias personales y de los beneficios que por ejercicio del cargo puedan obtenerse. Lo contrario a lo que hoy, lamentablemente, vivimos con nuestro equipo, en la Copa Mundial. Un conjunto escogido a la ligera, un “vente tú”, con peloteros que pudieron haber sido, pero que hoy no representan al pelotero venezolano.



(RECUADRAR EN TACOS)



CON UNO MENOS

Antes del viaje Venezuela perdió al catcher Emilio Vargas, excluido al presentar una falla cardíaca. Todo equipo debía estar formado por 18 jugadores y se consideró el caso venezolano, que tendría una nómina de 17 efectivos ante la baja de Vargas. Un día antes del viaje, Casanova declaró que el conjunto tenía como mayor virtud su calidad defensiva y que confiaba en una buena actuación. Los hechos probarían que había sido comedido en su juicio y que sería el pitcheo y no básicamente la defensa, la llave que abriría las puertas de la gloria.





EN LA CASA DE MEDIAS BLANCAS

En el Comiskey Park, derrotamos a Estados Unidos 11 carreras por 6. Con un jonrón del “Negrón” Flores- El valenciano Manuel Pérez Bolaño aisló 8 hits para acreditarse el triunfo, ayudado, además de Flores, por los bates de William Troconis y de Rubén Millán, quienes golpearon tres hits por lado.





Y EN LA DE LOS CACHORROS

En el Wrigley Field se disputó la final entre Venezuela y Puerto Rico. Casanova puso la bola en manos de Luis Peñalver, sin experiencia internacional, lo que parecía una verdadera temeridad de su parte. Peñalver, con apenas 16 años de edad y con el temple que le caracterizó en toda su extensa carrera, afrontó el reto. Transitó toda la ruta al ritmo de apenas media docena de imparables en contra, mientras sus compañeros le daban apoyo frente a los envíos de Calderón, Santiago y Pagán, los tres lanzadores que utilizó la tropa borincana y que más tarde fueron a las grandes ligas. Ese mismo día, en horas de la tarde, los héroes tomaron el avión de regreso a una casa a la que retornaban y a la cual llegaron en el más absoluto y sepulcral silencio, sin estridencias triunfalistas. Hasta hoy que han llegado al Templo del Deporte, el Comité Olímpico de Venezuela.

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